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¡Obama, no te rajes!

Actitudes

JOSÉ SANTIAGO HEALY

Barack Obama no fue un impulsor de la reforma migratoria hasta que se convirtió en aspirante a la Presidencia de Estados Unidos.

Ya como candidato se mostró a favor de una nueva ley para regular la presencia de doce millones de indocumentados, pero siempre puso la condición de asegurar las fronteras. Como buen político demócrata, nunca se opuso a dicha reforma, pero tampoco lanzó propuestas como en su momento lo hizo el senador John McCain.

Con su hábil retórica, Obama se convirtió en el candidato de los hispanos y en la esperanza para miles de familias que viven con el Jesús en la boca, por un lado luchando por mantener un trabajo digno y por el otro evadiendo al ICE y a la Border Patrol.

Al llegar a la Casa Blanca, Barack Obama prometió que en un año daría solución al asunto migratorio y todos le creímos porque ansiamos que la reforma digna y humana se haga pronto realidad.

Pero las circunstancias cambian y hoy, al igual que en tiempos de George W. Bush con el septiembre 11, las evidencias indican que Obama mandó a segundo plano la ley migratoria. Hace unos días ofreció una conferencia de prensa en donde reiteró su promesa de resolver "este problema crucial", pero no dijo cuándo ni cómo.

Expresó una vez más su apoyo a una eventual naturalización de los residentes indocumentados, pero que antes debía garantizar la seguridad en las fronteras.

Sin embargo, no mencionó que la controversial segunda barda que se erige en varios puntos de la Unión Americana está a punto de concluir y que hoy, como no ocurría en años, se ha logrado reducir el flujo de inmigrantes por la frontera con México.

Tampoco habló Obama de un proyecto específico de reforma ni tampoco de un calendario determinado para la reforma. Al contrario pareció dejar en manos del Congreso cualquier iniciativa y gestión para elaborar el proyecto de ley.

En esta ocasión mencionó algo que no recordamos haberle escuchado antes.

Sostuvo que el ingreso de indocumentados se ha convertido en "un factor de presión en las comunidades fronterizas" que es fuente de una enorme serie de problemas.

Y luego se refirió a su secretaria de Seguridad Interna, Janet Napolitano, como la gran conocedora de asuntos fronterizos por su paso como gobernadora de Arizona, sin recordar que ella apoyó innumerables iniciativas en contra de los inmigrantes.

Más adelante Obama aceptó trabajar con John McCain y con otros legisladores además de expertos "para mostrar que existe una estrategia bien concebida".

Dijo que veía que este proceso avanzaría durante este primer año de su Gobierno, pero añadió que "desafortunadamente yo no tengo control sobre el calendario legislativo".

En pocas palabras, el presidente Obama comienza a deslindarse al delegar este delicado asunto en terceras personas quizá con la idea de expresar en un futuro que hizo todo lo que pudo, pero que las circunstancias y los demás actores de la política no lo apoyaron.

Si Obama no lanza una iniciativa propia en este primer año de su Gobierno, bien negociada con el Congreso, será muy difícil concretar la nueva ley migratoria que por cierto ya no es un asunto político y legal, sino un tema con profundas connotaciones humanas y sociales.

Dejar al garete a doce millones de inmigrantes, muchos de ellos con hijos norteamericanos, empleo y raíces en el vecino país, será un crimen social mayúsculo.

Por un puñado de radicales racistas se frenó una reforma que brindaría a Estados Unidos enormes beneficios, por ello no se vale utilizar la reforma como bandera de campaña política y ahora dar la espalda a quienes creyeron en las promesas del nuevo presidente. Como dijeran en Jalisco: ¡Obama, no te rajes!

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