Hasta donde sabemos, la llamada Ley del Talión existe en los códigos legales desde hace al menos 38 siglos. En efecto, aquello de "ojo por ojo, diente por diente" aparece ya en el Código de Hammurabi, el texto legal completito más antiguo que se conoce. Aunque, habría que aclarar, existían sus asegunes. Por ejemplo, el mentado Código dice que si un cirujano, al extirpar una catarata, le vacía un ojo a un hombre libre, un ojo del cirujano será vaciado a su vez. Pero si el que resulta tuerto por las malas maniobras del médico es un esclavo, entonces el galeno sólo tendrá que pagar diez talentos de plata. O sea que del dueño del ojo dependía si el cirujano perdía el suyo.
El caso es que ese tipo de leyes se aplicó durante buena parte de la historia escrita. Hasta que el movimiento de la Ilustración y algunos de sus hijitos, como los derechos humanos, crearon la conciencia de que ese tipo de castigos eran bárbaros, incivilizados y dignos de salvajes. De manera tal que hoy en día se considera, al menos legalmente, y al menos en Occidente, que eso del "ojo por ojo, diente por diente" es sencillamente atroz y primitivo.
Sin embargo, habría que recordar que muchos países no vivieron el movimiento de la Ilustración, pero ni de fául. Lo cual explica por qué los derechos femeninos, por ejemplo, son tan notoriamente menoscabados en tantos lugares del mundo; o por qué aquello que los occidentales consideramos tortura, en varias regiones son prácticas no sólo comunes, sino legalmente establecidas.
Un país que se rige por un código legal diferente a los nuestros es Irán. Como allí rige la Shar'ia, las reglas y leyes contenidas en El Corán, es posible encontrar disposiciones que parecen de la Edad Media
Una de ellas hace referencia a la Ley del Talión, tal cual. Y le deja la posibilidad a la víctima de que su agresor sea castigado de la misma forma en que éste perpetró la agresión.
Generalmente ello no ocurre, y las víctimas prefieren recibir dinero en compensación. Pero no siempre. Y un caso reciente ha llamado poderosamente la atención del mundo.
Resulta que una joven iraní, que estaba hasta el copete de un pretendiente latoso, necio y nefasto, mandó al sujeto tajantemente por un tubo. Éste, que evidentemente estaba mal de la cabeza, decidió que si él no era esposo de la dama, nadie lo sería
Ahora ella quiere que su agresor sea cegado. Y la justicia iraní pretende complacerla, dejándole caer dos docenas de gotas de ácido en cada ojo del psicópata. No, no me pregunten el porqué de las dos docenas.
El caso ha suscitado, como decíamos, furor mundial. Los proverbiales defensores de los derechos humanos han puesto el grito en el cielo. Pero la joven no da su brazo a torcer. Dice que espera que de esta manera no se repita algo semejante en la persona de otra mujer.
Peliagudo caso, sin duda. Y usted, amigo lector, ¿qué opina?