La crisis actual plantea retos importantes para todos los agentes económicos. Lo que hagamos las personas físicas, las empresas y el gobierno determinará, al final, el efecto que tendrá dicha crisis sobre la situación particular de cada uno, así como sobre el desempeño integral de nuestra economía.
Por principio de cuentas, como lo he sostenido en varias ocasiones en este espacio, es necesario reconocer que esta recesión de Estados Unidos (EU) es más grave que las experimentadas en 1991 y 2001. Tiene, además, un alcance mundial. Es, en esencia, el debilitamiento económico más severo desde la Gran Depresión de los años 30 del siglo pasado. Por tanto, este será un año sumamente difícil para la economía global, y pasarán varios años antes de que pueda consolidarse un proceso franco de recuperación.
En nuestro caso, no hay forma de aislarnos de esta crisis, debido a nuestra estrecha relación con la economía estadounidense. No obstante, acostumbrados como estamos a vivir situaciones económicamente desastrosas, un factor atenuante de la crisis actual es que tiene un origen externo.
Es probable, por tanto, que escapemos daños tan severos como los que sufrimos en 1982 y 1995. Esto no significa, sin embargo, que saldremos ilesos. Además, es probable que los problemas duren más tiempo que en aquellas ocasiones. ¿Qué podemos hacer, entonces, frente a esta crisis? ¿Cuáles pudieran ser las mejores opciones de inversión?
La magnitud de los daños y la duración de los problemas económicos, así como de las oportunidades que se presenten, dependerán de cada caso particular.
En este sentido, no existen recetas universales que puedan aplicarse a todas las personas para sortear con éxito esta crisis, pero hay algunas consideraciones generales que pueden ser útiles para sobrellevarla.
Por un lado, los trabajadores que sólo cuentan con el ingreso derivado de su actividad laboral, son los más vulnerables cuando la economía pierde dinamismo, porque aumenta el riesgo del desempleo y, como consecuencia, la interrupción de su flujo regular de ingresos.
En consecuencia, la primera recomendación para ellos es cuidar su empleo. Esto significa que, en las circunstancias actuales, la prioridad es defender y conservar su puesto de trabajo con una actitud flexible ante la política salarial de la empresa, posibles reubicaciones y desarrollo de nuevas habilidades. Si pierde su trabajo, usar con prudencia su indemnización y estar dispuesto a aceptar un nuevo empleo con una remuneración inferior a la que percibía en su ocupación anterior.
Por otra parte, las personas en su papel de consumidores tienen que actuar con suma prudencia, posponiendo gastos secundarios, no endeudarse, y sólo utilizar sus ahorros en casos extremos, ya que esta crisis puede prolongarse por un buen tiempo.
Ahora bien, ¿qué alternativas se abren para los inversionistas? En todas las épocas existen oportunidades, pero muchas veces las más grandes y atractivas aparecen en las crisis.
No olvidemos, sin embargo, que los grandes rendimientos van aparejados con grandes riesgos. Este es un tiempo donde los inversionistas exhiben en una enorme aversión al riesgo, lo que explica el vuelco hacia los bonos del tesoro de EU y, en nuestro caso, hacia los Cetes.
Los papeles de las empresas privadas pagan tasas mucho mayores, pero la opacidad de sus finanzas, o las dudas crecientes de los inversionistas respecto a su solvencia en la turbulencia actual, hacen que muchos los consideren, por ahora, como una alternativa poco atractiva.
Por otro lado, hay quienes piensan en invertir su dinero en dólares. Me parece que ya llegaron tarde a la fiesta. Nadie sabe qué tanto más se va a depreciar el peso, como tampoco cuándo y en qué monto se va a recuperar en su relación con el dólar.
Lo cierto es que quienes compran dólares lo hacen para quedarse con ellos y la historia demuestra que, con el tiempo, las inversiones en pesos compensan con creces los tropiezos recurrentes que ha tenido nuestra moneda.
Si uno no compró dólares a 10 pesos el verano pasado y no está en el negocio de la especulación, más vale que no entre al mercado cambiario. En su lugar, busque alternativas en pesos que, a la postre, le den un rendimiento atractivo.
Es aquí donde aparece la que considero la opción más interesante para aquellos inversionistas osados, pacientes y con un estómago a prueba de turbulencias.
Me parece que en estos momentos y en los próximos meses la compra de acciones en la Bolsa Mexicana de Valores probará, en el mediano plazo, ser una excelente inversión.
Me sorprende, sin embargo, que los mismos analistas bursátiles que recomendaban comprar tal o cual acción en la primavera y verano pasados, ahora hacen la recomendación de venta de esos papeles a una fracción del precio vigente en aquel entonces.
Es cierto que nadie sabe cuándo tocará fondo el precio de las acciones en esta crisis. Bien pudiéramos ver una disminución adicional de, digamos, otro 20 ó 30 por ciento en el precio de algunas empresas. De hecho, algunos nombres conocidos quizá desparezcan del panorama de los negocios.
No obstante, considero que la mayoría de las empresas librará razonablemente bien este trance económico y en unos años sus precios darán un rendimiento que opacará, con creces, los magros rendimientos bancarios actuales.
Que quede claro. No se trata de arriesgar dinero que se tendrá que utilizar en unas cuantas semanas o meses, con la ilusión infundada de obtener ganancias espectaculares en el corto plazo.
Me refiero, más bien, a una estrategia que se puede aplicar a lo largo del año y que consiste en invertir dinero en acciones, de manera paulatina y con recursos que no se necesitarán en, por lo menos, tres años. Para quien pueda hacerlo, probará ser la mejor opción.