NUEVA YORK.- Si alguien sabe lo frustrante que resulta luchar con todo hasta el final, pero perder la batalla, es Hillary Clinton. Su ya histórica batalla por conseguir la candidatura presidencial demócrata así lo demuestra.
Por ello resulta irónico que sea ella, ahora como Secretaria de Estado, quien reconociera en México un mea culpa oficial por la insaciable demanda de drogas ilegales por parte del mercado estadounidense y que incluso ahora se diga que hay una "responsabilidad compartida" en el combate al narcotráfico, pero que al final no se haga más que repetir una ruta que durante dos décadas ha demostrado ser la estrategia equivocada.
Es un falso debate. Lo hemos dicho en esta columna en otros años. No hay un solo país en el mundo que haya sido exitoso en reducir la demanda y la oferta de drogas en la forma en la que los gobiernos de México y de EU siguen empecinados en hacerlo. Los países que han logrado reducir la violencia relacionada con el narcotráfico, la demanda y la oferta, son los países europeos que han tomado la ruta de la legalización y de tratar las adicciones como un asunto de salud pública y no de seguridad nacional.
Varios estudios serios han señalado que el multialabado Plan Colombia, nueve años después y más de 5 mil millones de dólares gastados, ha reducido de manera mediocre los cultivos de coca en Colombia, pero para verse incrementados en los otros países de la región andina. El Plan Colombia tampoco ha detenido la producción de cocaína, ni reducido el número de desplazados colombianos y mucho menos ha hecho algo para aminorar la demanda de cocaína. Y sin embargo, Hillary promete en México más de lo mismo.
Que se entregarán los helicópteros prometidos por la Iniciativa Mérida pronto, como si alguien no se acordara de los 48 helicópteros chatarra UH-1H que Bill Clinton le dio al Gobierno de Ernesto Zedillo en los 90. Que se creará aún más burocracia, con una nueva oficina bilateral "aquí en México" que se dedique exclusivamente al combate al narcotráfico, que ahora sí ya les cayó el veinte de que México no puede solo y que es una "responsabilidad compartida."
El narcotráfico es una empresa global. A diferencia de los gobiernos nacionales, los narcotraficantes no conocen fronteras nacionales. Son actores transnacionales, que fácilmente cambian de territorio para sus actividades.
La revista The Economist recientemente dedicó un número en el que aboga por la legalización, al igual que el estudio "Drogas y Democracia," que es la primera estrategia regional, liderada por políticos latinoamericanos de la talla de Cardoso, Zedillo y Gaviria, para abogar por la ruta a la legalización.
Por ello resulta frustrante que no se avance a nivel de gobiernos en el discurso de la guerra contra el narcotráfico. Que la lucha frontal contra el narco deje miles de víctimas cada año, que se presuman las capturas de algunos capos y que se gasten recursos que podrían ser usados para otras necesidades de un país como México, cuando la vida cotidiana en una ciudad como Nueva York muestra las limitaciones de esta estrategia.
Hillary fue senadora por el estado de Nueva York y aunque su oficina estaba en Washington DC, en sus múltiples visitas a Manhattan y sus frecuentes cenas en el famoso restaurante Babbo del West Village perdió una oportunidad de oro para ver el fracaso del combate al narcomenudeo.
A escasos pasos de ese restaurante, en el parque Washington Square, todos los días hay grupos de 10 o más afroamericanos que ofrecen drogas a la nutrida comunidad estudiantil del Village. Caminar por ese parque a cualquier hora del día es ver el fracaso del discurso oficial. Es atestiguar el comercio minorista de la droga a plena luz del día y con patrullas de la Policía neoyorquina que se hacen de la vista gorda.
Este es sólo un ejemplo que se reproduce a niveles macro en todo el país y que cuestiona los "logros" del discurso oficial de la guerra contra el narco. Por ello, no sólo Hillary, sino los gobiernos de ambos países parecen atrapados en una estrategia perdedora
Politólogo e Internacionalista
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