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Otra realidad

RELATOS DE ANDAR Y VER

Ernesto Ramos Cobo

Aquí donde estoy hay una quietud inmensa. En Michoacán, en las montañas de la mariposa monarca, donde en una tranquila hacienda centenaria los perros duermen la mañana que apenas despunta. Cerrar los ojos es pájaros, rumor de viento, algunos gallos lejanos. Hay resolana sobre un mueble viejo. Aquí se escuchan en el silencio las moscas.

Desde mi llegada he pasado todas las mañanas caminando. Caminar -viajar, que las imágenes pasen frente a tus ojos, es uno de los goces más bastos. Simplemente la sucesión de los pasos y, más allá de todo, lo desconocido que espera.

Apenas al despertar abrí las ventanas de la cocina. Parecía todo estar en una sincronía desconocida. A lo lejos, desde algunos árboles, rumores de montaña que al casco entran en forma de bruma. Todo en perfecto equilibrio: la tasa de café inundando de calor quietamente mis manos, el silencio detenido por algunos minutos. Pareciere la hacienda estar vacía. A esta hora casi no hay ruidos. Solamente una escoba rítmica barriendo al fondo. El refugio ideal para la introspección, para la disipación, para el ocio. El néctar de todos los días.

En este sitio las puertas continúan entreabiertas, la sucesión de sombras, un patio -todo él alargado, formando un rítmico diseño de columnas. Si pudiera estarme quieto lo haría, pero esa larga alameda invita a cruzarla, sobre hojas secas, paso a paso, hacia un horizonte de árboles, un sembradío, un arado, un criadero de cerdos y hombres trabajando con las manos.

Más adelante un cementerio de invernaderos, un grupo de vacas rumiando silencio. Después un valle largo y amarillento, donde en sus linderos se siente ingresar al bosque. Los arboles húmedos, y un pequeño sendero levemente pisado, subiendo lentamente a los aires donde ya comienzan a verse algunas mariposas.

Éste es justamente el sitio que una millonaria legión de mariposas monarca escoge para pasar el invierno. Vienen desde Canadá buscando clima propicio, buscando calor en este bullicio de hojas. Un viaje anual de miles de kilómetros, sorprendente, que siempre recala en el mismo sitio, en la misma cadena montañosa, a la cual me adentro. Aquí la mariposa resiste el congelar de sus alas. Aquí un buen día decide regresar. Aquí la quietud es inhumana, bellamente un respirar quieto mientras camino lentamente.

Subir esa montaña es un aluvión de alas, un tapete amarillento, un revoloteo de sueños. Son una alfombra amarillenta sobre un cristal de agua. Son un bulbo café colgante de las ramas. Son un suave y tenue vuelo que todo lo invade, como si su moverse emulara a un viento pintado de amarillo. Es la paz y la verdad pintada de amarillo, entre el verde, y los arboles y el cielo.

Ya por la tarde regresé a la hacienda. Alcancé incluso a acudir al Cibercafé Mejía, en Sengio, para mandar estas letras. No me pareció que aterrizar en el ciberespacio constituyera traición de lo ocurrido en el día. Todavía vi oscurecer. Un cielo estrellado amenazante. Un respiro a todo. Una confirmación de que refugios bellos existen, verdaderos remansos.

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