La negrura abismal de la cavilación
Cavilamos cuando reflexionamos tenazmente en una cosa atribuyéndole una importancia que no tiene. No cabe la menor duda: un alto porcentaje de personas en todas sus edades, padecemos de una fuerte tendencia a cavilar, constituyendo esta práctica, una de las más desgastantes y atormentadoras conductas de nuestra vida.
Desde el momento en que empezamos a cavilar, nuestro ánimo comienza a enfriarse, nuestra valentía se acorta, la inteligencia de nuestra sangre se coagula en forma de espanto, turbación y desasosiego. Toda cavilación abre los portones de nuestro corazón a todo tipo de dudas, precauciones cobardes y obsesiones que sólo anuncian desastres.
Lo contrario a la cavilación (reflexiones inútiles), es la acción. La cavilación ya en sí misma es un exceso, un vicio que nos convierte en paralíticos. Mientras que la acción no permite la duda ni la turbadora conciencia que nos roba la alegría del alma y la confianza en nosotros mismos.
Goethe, enemigo mortal de las reflexiones absurdas, durante toda su vida aconsejaba a las personas que de muchos países lo visitaban, que se apartaran como de un gran peligro, de toda cavilación, de reflexiones tercas que sólo conducían a paralizar y a congelar la vida por horas, días o años.
Goethe, en su obra “Fausto”, una de las más grandes joyas de la literatura universal, su personaje principal que lleva el nombre, precisamente, de Fausto, éste le dice a Mefistófeles: “Lancémonos en el bullicio del tiempo, en el torbellino de los acontecimientos. Alternen uno con otro entonces, como puedan, el dolor y el placer, la suerte próspera y la adversa. Sólo por una incesante actividad es como se manifiesta el hombre”.
Goethe pasó por muchas adversidades. Fallecieron dos hijos muy pequeños. Su hijo mayor se suicidó en Roma; y su esposa a la que quiso mucho, se le murió cuando nuestro poeta alemán tenía sesenta y siete años. A pesar de todo esto, este enorme pensador no se abandonó en la vida ni entró en el hoyo negro y abismal de las incesantes cavilaciones, sino que se lanzó de lleno en el torbellino de la vida y en el bullicio de su tiempo.
En la misma obra, “Fausto”, el espíritu del mal representado por Mefistófeles, se dirige al personaje Fausto y le dice: “¡Ánimo, pues! Déjate de cavilaciones y lancémonos de rondón en el mundo. Yo te lo digo. El hombre que de devana los sesos es como una bestia a quien un mal espíritu hace dar vueltas por un seco erial, por todas partes rodeado de lozanos y verdes pastos”.
Devanar los sesos, hace alusión a reflexiones de locura y a disparates. Cavilamos cuando nos preocupamos de una manera infructuosa, cuando rumiamos un problema sin salir de lo mismo. Hace años, se decía que teníamos el “disco rayado”. Cavilamos, cuando nos preocupamos por algo. Esa costumbre de “quebrarnos la cabeza”, se convierte en una práctica que nos saca de la vida activa.
No estamos hablando de pensar reflexivamente sobre un asunto durante mucho tiempo, pues hay reflexiones de ese tipo que son necesarias. No, de lo que hablamos es de darle vueltas una y otra vez en la cabeza a preocupaciones, sin obtener nada en claro.
Cuando notemos que ya hemos caído en una cavilación, de inmediato actuemos para pararla en seco. Goethe da una eficaz solución: “Déjate de cavilaciones y lancémonos de rondón en el mundo”. Lanzarnos de “rondón”, es hacerlo con atrevimiento y sin reparos. Es actuar con prontitud a fin de que la aguja deje de tocar en las circunvalaciones del disco rayado de nuestra cabeza. Para Goethe, cavilar es como una bestia (supongamos, un caballo), que se la pasa dando vueltas en una terreno sin cultivar, cuando a su alrededor están a su disposición, verdes y crecidos pastos.
Critilo nos dice, que cuando cavilamos se nos cierra la mente, no podemos ver una gran cantidad de opciones, pues la negrura abismal de nuestras cavilaciones, no nos permite ver la luz.
Podemos estar pasando por circunstancias económicas apretadas, o vivir desahogadamente, pero recurriendo con frecuencia a nuestras enfermizas cavilaciones: preocupaciones por nuestra salud, de nuestro cónyuge, hijos; preocupaciones por nuestro futuro, por una acción nuestra y que no nos hemos perdonado; cavilaciones por celos, por el calentamiento global, los agujeros negros de las galaxias, etc.
Cuando cavilemos, regañémonos fuertemente, platiquemos sobre esa cavilación con una persona de confianza, salgamos a caminar, visitemos a un amigo alegre y optimista. Toda cavilación está teñida por los colores blancos y cenizos de la muerte. La acción, contraria a la cavilación, está bañada de los bellos colores de la primavera.