EXIGENCIAS IRRACIONALES
Exigirnos que nuestras condiciones favorables de vida permanezcan, o bien, que aparezcan de pronto, es una verdadera locura.
Exigir, demandar que las cosas nos salgan bien y que así continúen, es probablemente la causa más importante de nuestras frustraciones y desdichas. Somos tan ingenuos, que creemos que la buena Fortuna la merecemos, o bien, que va a actuar a nuestro favor. No sabemos, que la Fortuna es envidiosa, ciega, arbitraria y caprichosa.
Por supuesto, que un porcentaje de nuestros éxitos se debe a nuestro esfuerzo, prudencia y perseverancia; pero también es cierto, que nuestros mejores esfuerzos pueden ser sepultados por factores de circunstancias inapropiadas.
“El hombre trabaja, proyecta y compone las cosas, pero llega la fortuna y lo descompone todo”, dijo el barón de BEAUMARCHAIS. Por ello, nada más injusto que echarnos la culpa siempre, cuando las cosas no salen bien, pues muchas veces, la Fortuna nos desprecia y abandona.
El español FRAY ANTONIO DE GUEVARA, dedicado a estudiar los grandes temas de la sabiduría, de la prudencia, y del arte de vivir, escribió: “No me harto de suspirar, ni puedo dejar de llorar todas las veces que me acuerdo en cómo al querer y parecer de la fortuna tengo confiada mi honra, secuestrada mi hacienda y depositada mi vida”.
Durante todo el siglo XX se desarrolló una literatura del exitismo, empezando primero en Inglaterra y consolidándose en los Estados Unidos de Norteamérica. Esa literatura barata ya invadió a Europa y al Japón, literatura tendiente a hacer creer a sus lectores, que el éxito y la felicidad depende exclusivamente de ellos mismos y de nadie más.
Este tipo de literatura crea profundos sentimientos de culpa en millones de lectores, pues si a éstos les va mal, ellos son los únicos responsables, lo que es absolutamente falso, pues para el logro de nuestras metas, además de nuestra voluntad, necesitamos la ayuda de la Fortuna, es decir, de circunstancias favorables.
Los antiguos griegos ya sabían que la Fortuna no constituía ninguna seguridad para los seres humanos. Los griegos de esa época han sido los únicos hombres en la historia de la humanidad, que jamás trataron de reblandecer el alma de las personas, sino de endurecer su carácter y formarlos espiritualmente para aguantar todo tipo de acontecimientos, favorables o adversos.
En cambio, la literatura motivacional de nuestros días, afemina el carácter, les presenta un futuro de ensueño, y jamás habla de las adversidades, ante las que se espanta y tiembla.
La moderna antropología le ha dado la razón a los griegos de hace 2, 500 años: los seres humanos han podido evolucionar hasta su etapa actual, después de que sus antepasados de hace dos millones de años abandonaron la vida en los árboles, para adentrarse en las llanuras, soportando todo tipo de problemas y adversidades.
Si hace cien mil años, hubiera reinado la creencia de que la vida pudo haber sido sólo dulzura y dicha, la especie humana se hubiera extinguido en cuestión de unos pocos años.
Somos lo que somos, después de una larga evolución, gracias a permanentes esfuerzos, problemas, retos, fracasos, y éxitos.
Lo que necesitamos, nos dice CRITILO, es forjarnos un alma dispuesta a soportar todos los embates de la vida; nos resulta indispensable dejar de exigirle a Dios, al mundo y a las estrellas, que nos proporcionen todo lo que queremos; exigencia extravagante, irracional y loca.
CRITILO nos deja una profunda reflexión de QUEVEDO, una de las inteligencias más preclaras que ha dado la humanidad; reflexión, que de asimilarla y vivirla, nuestro desarrollo emocional estaría a la altura a fin de poder combatir, o aceptar, todo tipo de sucesos, desdeñando nosotros a la enloquecida Fortuna. Esto escribió QUEVEDO:
“Ningún estado (circunstancia) dura mucho tiempo. El dolor y el deleite se siguen a veces, y en breve tiempo los altos estados (circunstancias) se tornan en bajos.
Así, place a los dioses, dijo un gentil, que la tristeza sea compañera del deleite, y si algún bien viene a la persona, se le siga doblado mal. Todas las cosas suceden a veces, y por esto compararon los antiguos a la Fortuna al mar y a sus ondas, las cuales, cuando corre un viento van a una parte, y cuando sucede otro van a otra; y así, en muy breve tiempo da prosperidad, y mudándole el viento sucede la adversidad”.