EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

Palabras de Poder

Jacinto Faya Viesca

Los grandes corazones se forjan en las duras batallas.

Ya vimos en la columna anterior, que ni somos prisioneros del Destino, como tampoco creemos ingenuamente que nuestro Destino dependa exclusivamente de nuestras manos, como blanda arcilla para esculpirlo como queramos.

Existe la buena Fortuna, y también la Fortuna mala que puede dañarnos gravemente. En nuestra existencia recibimos lo malo y lo bueno, y podemos con nuestro adecuado ejercicio de la libertad forjarnos en buena parte un buen Destino.

Nuestra libertad y nuestra voluntad nos permiten afirmar la grandeza de nuestros deberes que la vida día a día nos impone. Nuestra inteligencia, emociones, y las fuerzas del espíritu nos permiten fortalecer día a día nuestro carácter. Y si el Destino ha sido duro con nosotros, pero no nos ha matado, las adversidades podrán hacernos más fuertes y profundos.

Nuestra despierta inteligencia de la que todos gozamos, nos advierte que la vida está llena de sucesos trágicos, pero también muestra con claridad, que la vida está repleta de oportunidades y de encantos. Si nuestra alma protege su grandeza, siempre podremos enfrentarnos a las peores circunstancias. El dolor físico y emocional puede ser muy intenso, pero siempre de alguna manera podremos soportarlo y arrinconarlo en alguna parte de nuestro cuerpo si es físico, o de nuestra alma, si es emocional.

Nos aterramos y temblamos ante la mera expectativa de que nuestras cosas puedan ir mal en lo futuro; este irracional miedo se debe a que nuestras sociedades occidentales han forjado a nuestro espíritu como si éste fuera un caramelo o un bombón. En cambio, el espartano daba su vida por la patria sin que el menor terror asomara de su corazón. Los turcos, que creen que su Destino está fijado por su dios, se comportaban en las batallas con una feroz bravura. Los turcos, los árabes, los espartanos, por diferentes creencias, se enfrentaban a los más sangrientos combates sin que jamás la palidez pintara su rostro. Pero nuestro espíritu de caramelo se derrite ante el mínimo temor.

La tragedia griega creía en el Destino ya establecido: "Lo que está previsto sucederá. No se puede transgredir la inmensa voluntad de Júpiter". Y los cristianos que no creían en un Destino ya escrito, morían en el nombre de Cristo en la arena del Coliseo Romano, sin inmutarse ni lanzar el menor alarido ante el embate de los leones y otras fieras salvajes. Morían cantando e invocando a Cristo.

Pero nosotros, por desgracia, ni tenemos el temple acerado de una espada damasquina de los árabes, espartanos o turcos, ni contamos con un corazón de león, sino que son tan delicadas las fibras de nuestro corazón, que nos espantamos ante las más minúsculas y ridículas adversidades.

No hemos llegado a entender, que la Naturaleza no tiene el corazón de una dulce doncella, y que por ello, no puede consentirnos ni tratarnos como niños caprichosos y llorones. La Naturaleza carece de sentimientos, y no puede importarle que un huracán mate a miles de individuos. No le interesa si un mar embravecido manda al fondo del mar a cientos de embarcaciones.

Los agentes patógenos de todo tipo, parte de la Naturaleza, no tendrán la menor piedad de matar a millones de niños, ni enfermos de malaria o tuberculosis. Ningún elemento de la Naturaleza está obligado a mimarnos y llenarnos de amor. La Naturaleza ni siente ni piensa.

Sólo nosotros mismos, nos dice Critilo, podremos aliarnos con lo mejor de la Naturaleza para nuestro máximo provecho. Pero el mayor beneficio que podremos obtener a lo largo de nuestra existencia consiste en no abandonarnos, en no renunciar a las fuerzas de nuestro espíritu, creyendo falsamente que nada podemos hacer por cambiar lo que "ya está escrito" que nos va a suceder. Y por otra parte, tener plena conciencia que aun dentro de las circunstancias difíciles, maltratados por una Fortuna que dejó de ser madre para convertirse en madrastra, aun así, podremos obtener mucho de la vida.

Pero nada de esto podremos lograr si seguimos pidiendo que la Naturaleza, Dios, o el Destino, nos llenen las bolsas de dulces y juguetes. La vida nos exige fortaleza, un temple propio de valientes y no de cobardes temblorosos. Nos pide un corazón de León y no el corazón de un conejo aterrorizado.

¡Todo lo anterior, nos dice Critilo, no es para guardarlo en nuestra memoria, sino para actuarlo y vivirlo! Los grandes corazones se forjan en las duras batallas de nuestras vidas, y jamás en la renuncia, la huida, y los escondites de nuestros miedos. "La vida es milicia sobre la Tierra", dice la Biblia.

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 412914

elsiglo.mx