DIÁLOGO ENTRE LA SINCERIDAD Y LA SUAVIDAD
La Sinceridad habló con un dejo de orgullo: la verdad, es que gozo de la buena fama de expresarme haciendo honor a lo que pienso y siento, y que no hay en mí el menor asomo de fingimiento.
La Delicadeza, con la suavidad, cuidado y tacto que la caracteriza, le dijo: no debes de sentirte tan orgullosa, pues aun cuando siempre hablas con lo que crees que es la verdad, lo cierto es que con frecuencia te comportas con una franqueza tan brutal, que resultas grosera. ¡No es así -respondió la ofendida Sinceridad-, sino que tu Delicadeza es como un pétalo de rosa o como las alas de una mariposa, que con la menor presión, resultan dañados.
Que sea muy suave y delicada es verdad, pero no te defiendas, y escúchame detenidamente: ¿qué acaso no te has dado cuenta que manejar la verdad a veces resulta mucho más peligrosa que la dinamita? La verdad, es una cuestión muy delicada y de altísima responsabilidad, y tú no puedes, Sinceridad, andar diciéndoles a todos sus verdades. La verdad debe tener una utilidad, y deberá decirse con respeto y consideración. Además, -siguió hablando la Delicadeza-, tú padeces con frecuencia de conductas francamente viciosas: a veces eres intrusiva, metiche y grosera, ¡pero claro!, tratas de justificar estas conductas al defender tu naturaleza de sincera.
¡No es así, contestó la Sinceridad!, sino que simplemente yo hablo o actúo siempre según lo que pienso y siento. Ahí está el problema, replicó la Delicadeza: no debemos hablar o actuar siempre, como pensamos o sentimos, pues como dije, la verdad debe de ser útil y oportuna. ¿O acaso sería una conducta inteligente y adecuada, andar por la calle diciéndole a los gordos, a los flacos, a los feos, sus verdades? ¡Por supuesto que no! Y por esto te he dicho, que la verdad debe decirse con utilidad, oportunidad y con una cuidadosa suavidad y sólo cuando sea necesario, pues de lo contrario, decir la "verdad a secas", puede implicar un deseo de ofender, dañar, y cuando menos, constituiría una conducta grosera.
La Seriedad ya no sabía cómo defenderse de los argumentos de la Delicadeza, por lo que le dijo a ésta: más bien, creo que me tienes envidia, pues no tienes más atributos y cualidades que la suavidad, la discreción y el cuidado. Y aunque puedes añadir, que tienes la naturaleza de una paloma, el tacto del pétalo de una flor y el atemperado sonido del bello trinar de un ave, la verdad, es que no llegas a más.
Y yo en cambio, continuó diciéndole a Seriedad, al menos, gozo de estas cualidades: soy abierta, espontánea, comunicativa; tengo como costumbre "poner las cartas sobre la mesa", y hablar con el corazón; ¿cierto o no cierto?, dijo con impaciencia, reclamando una respuesta.
Es cierto lo que dices, le contestó la Delicadeza con toda suavidad. ¿Pero quién te ha dicho, que hablar con el corazón y el ser espontánea, te da derecho a decir lo que quieras? ¿Y acaso, eres tan soberbia para creer, que decir la verdad por el solo hecho de hablar con el corazón, te hace tener la razón y ser útil? ¿No has pensado, que por más sincera y bien intencionada que seas, con frecuencia te equivocas? ¿Acaso no sabes, que la Sinceridad no necesariamente siempre es igual a la verdad?
La Sinceridad estaba muy desconcertada ante los argumentos de la Delicadeza, la que dijo: probablemente, mi naturaleza sea de menor calidad que la tuya, y aun cuando no está en mi naturaleza estar continuamente diciendo lo que siento y pienso, sí te voy a decir algo importante: ¿Cuántas veces, en honor a lo sincera que eres, vas a donde no te llaman, aconsejas a quien no te lo ha pedido, y faltando a todo tacto, cuántas veces te metes en lo que no te importa? Te lo digo por tercera vez: la verdad, si es que la tienes, como siempre crees tenerla, puede ser más peligrosa que la dinamita.
Me tienes envidia, le respondió la Seriedad, pues tu naturaleza nada tiene qué ver con lo que sientes y piensas. Mientras lo que yo digo o pienso puede tener una enorme importancia, tú no pasas de las suaves formas y de las finas maneras.
No estés tan segura, le contestó la Delicadeza. Recuerda, que los seres humanos se desarrollan mejor en su edad adulta cuando fueron tratados en su infancia, de la manera tierna y suave. No lo digo por soberbia, ¿pero acaso piensas, que gravísimos conflictos que provocan los humanos entre naciones, podrían negociarse y solucionarse, sin una alta dosis de suavidad y tacto? ¿Y en el trato entre los humanos, cuántos conflictos se evitan, cuántos problemas se arreglan, gracias a la suavidad y a las buenas formas?, mientras que tú, eres experta en echarle leña al fuego.
Finalmente -le dijo la Suavidad-, considera que no soy tan insignificante como piensas, si tomas en cuenta, que ya se hubieran extinguido los seres humanos y todas las especies de animales, si yo no actuara. Fíjate bien: desde la araña más ponzoñosa, la leona más fiera, o el cocodrilo más despiadado que lleva a sus crías en el hocico con mucho cuidado a lugares más seguros; las crías de los hombres y de los humanos hubieran muerto sin la cuidadosa atención de sus madres, cuidados propios de mi Suavidad.
Critilo no quiere ser el árbitro ni el que califique esta interesante conversación, pero sí considera, que los temas aquí tratados se deben estudiar con la sinceridad en nuestro corazón y con el mayor cuidado de nuestra inteligencia.