YO, SOY YO, EL QUE LO HA HECHO
"Yo, soy yo, el que lo ha hecho", escribió el poeta Virgilio, definiendo brillantemente cuando una persona se responsabiliza de algo que ha hecho. Cuando cada uno de nosotros nos damos cuenta de nuestras responsabilidades, estamos creando conscientemente nuestro propio destino, y estamos influyendo en la configuración del destino de otras personas.
¡Asumir nuestras responsabilidades es hacernos cargo de nuestros problemas, sentimientos, éxitos, fracasos y sufrimientos! ¡Imposible, que podamos gozar de salud mental y de alcanzar la felicidad, si huimos e ignoramos nuestras concretas responsabilidades!
Cuando una persona sufre de trastornos emocionales y de conducta, y se somete a psicoterapia, será casi imposible su curación si previamente no está dispuesta a asumir su cuota de responsabilidad. Pero cuando la persona se empecina en exonerarse de la responsabilidad que le corresponde, y además sólo responsabiliza a otros, no podrá haber cura alguna.
Conocer y comprender la naturaleza, el contenido y el alcance de nuestra responsabilidad, se convierte en una de las cuestiones más fundamentales para la salud mental y el éxito humano de toda nuestra vida. No es nada sencillo querer saber el grado de nuestras responsabilidades concretas, pues ello nos conduce a vivir la realidad y a responder por cada uno de nuestros actos. Y querer conocer la realidad de cada cuestión importante de nuestra vida, es enfrentarnos a verdades frecuentemente muy dolorosas y a realidades mucho más profundas e importantes de las que habíamos pensado.
¡Sin embargo, no hay opción: o continuamos eludiendo nuestras responsabilidades, o las afrontamos! Sólo que para afrontarlas se requiere una gran valentía, y asumir una de las decisiones más esenciales de nuestra vida. Y además, es necesario que estemos plenamente conscientes, que las responsabilidades fundamentales que eludamos, después, al paso del tiempo, nos provocarán sufrimientos muchísimo más profundos que si las hubiéramos afrontado en su tiempo. Y con la absoluta seguridad, de que abandonarnos en la irresponsabilidad, jamás nos conduce a la felicidad ni nos permite gozar de salud mental y de poder actuar con eficacia en la configuración de nuestro destino personal.
Asumir la responsabilidad de nuestros actos y omisiones, constituye una acción "plenamente humana", que se deriva del núcleo de nuestro espíritu, a través de nuestra voluntad libre. Nuestra voluntad libre es un instrumento poderosísimo para refrenar pasiones desbordadas y tendencias genéticas muy fuertes que juegan en nuestra contra, como pueden ser, la proclividad genética a la compulsión sexual, a los juegos de azar, a los estupefacientes, a la ira, y a las conductas peligrosamente agresivas.
No solamente gozamos de la capacidad para ejercer nuestra voluntad libre y así poder configurar nuestro futuro, sino que además, es cierto, como lo dijo el filósofo francés, Sartre, que "estamos condenado a la libertad". Si estamos condenados a una "potencial" voluntad libre, el problema es mucho mayor, pues no pasar de la "potencia" al "acto" de nuestra voluntad libre, sería traicionar muy probablemente, el más poderoso instrumento de nuestro espíritu: el negarnos a ejercer nuestra libertad.
Sí, el problema es mucho mayor si estamos condenados a ser libres, pero el premio de ejercer nuestra libertad es incalculable en beneficios. Primeramente, toda nuestra existencia estaría siendo guiada por acciones plenamente humanas, surgidas del núcleo de nuestro espíritu.
Si nos fijamos bien, cuando sufrimos de algún trastorno emocional que nos impide funcionar eficazmente en el ejercicio de nuestra voluntad libre, se debe a que no conocemos los límites, o conociéndolos, los ignoramos, de alguna cuestión crucial. Es muy parecido en los trastornos emocionales que padecen los niños cuando no conocen cuáles son sus límites. Parece, que los humanos necesitamos como el aire para vivir, de conocer los límites que se nos imponen. Por esta razón, con mucha mayor frecuencia, es más peligroso para una nación la "anarquía" que la "tiranía". En la tiranía, conocemos por experiencia los límites del tirano, mientras que la "anarquía" siempre termina rompiendo todos los límites, sin saber jamás hasta dónde van a llegar las cosas.
A cada uno de nosotros nos sucede algo similar: cuando nuestros padres nos imponían límites buenos o absurdos, sabíamos cómo podíamos cumplirlos, y ya teníamos la experiencia de la intensidad del sufrimiento por cumplirlos. En cambio, cuando una persona ya rompió los límites y no le importa ningún tipo de limitación, entra a una "anarquía de ideas, sentimientos y conducta" de consecuencias y sufrimientos impredecibles.
Critilo ha observado, que si bien es cierto, que cada año se incorporan nuevos sistemas terapéuticos que discrepan radicalmente unos de los otros, la verdad, es que todos estos sistemas comparten la idea y se empeñan en una cuestión fundamental: en su compromiso de que los terapeutas de esta diversidad de sistemas ayuden a sus pacientes a reconocer y a responsabilizarse por sus actor y omisiones. Todos los terapeutas, cuentan con la experiencia de que si sus pacientes no están dispuestos a asumir las responsabilidades que la vida les impone permanentemente, no habrá posibilidad de cura alguna ni de ningún tipo de crecimiento emocional.
Dostoievski, escribió: "Si no hay Dios, todo se vale". Y Critilo diría: "Si todo se vale, es imposible la responsabilidad, la salud emocional y la felicidad".