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Palabras de Poder

JACINTO FAYA VIESCA

SOMOS TÍTERES DE NUESTRAS FALSAS EXPECTATIVAS

¡El titiritero de nuestras expectativas, igual afloja los hilos y caemos derrumbados, o bien, nos jala y nos erguimos; nos hace mover con rapidez, o nos paraliza!

Somos títeres de nuestros miedos y ambiciones. Le tenemos pavor a la muerte, cómo si ésta fuera a formar parte de nuestra vida eterna. No hemos llegado a comprender que la muerte nos cortará rapidísimo la cabeza, y que la muerte no nos causará ningún dolor. Tendremos dolores físicos mientras estemos vivos, pero una vez muertos, no habrá dolor alguno.

Pareciera, que tememos a la muerte en razón que apreciamos en demasía a la vida, pero no es así: ¿acaso, estiman mucho la vida aquellos que se matan inundados por el alcohol, asfixiados por el tabaco, y los que revientan de tanta comida? ¿Y adoran la vida aquellos que se privan de su existencia por un amor no comprendido, o mueren a puñaladas o tiros por rencillas insignificantes?

Tememos a la muerte, pero intensificamos el miedo al querer prolongar nuestra vida por mucho tiempo, como si el valor de una vida se midiera por los años transcurridos, y no por nuestros actos de amor y de virtud. Confundimos la prolongación del tiempo con la esencia de las virtudes y con las conductas plenamente significativas.

Nuestras falsas expectativas son el titiritero que nos inclina a los espantos de la muerte y a los terrores de nuestras preocupaciones. Jalonados a estas direcciones, ni sabemos vivir ni podemos esperar saber morir. No saber morir ni saber vivir, es una verdadera desgracia, muchísimo más, que la propia muerte.

Los estoicos de la Grecia y Roma Antigua, fueron mucho más sabios que nosotros. El griego Epicuro ya nos invitaba a vivir una existencia libre de preocupaciones, la que sería posible, siempre y cuando estuviéramos dispuestos a morir en cualquier momento y a disfrutar plenamente los placeres de una vida sencilla. Cuando tratamos de refinar los placeres con el lujo, secamos la fuente del placer, pues en su lugar, la fuente no es más que un alma descontentadiza, perversamente refinada y exigente.

Desde el momento que le otorgamos un gran valor a nuestros bienes, éstos dejan de ser fuente de placer, pues el puro pensar en perderlos, es causa de dolor y aguda preocupación. Para que un bien nos sea útil, necesariamente no debe constituir ningún miedo de perderlo. Si nuestros bienes los podemos manejar con soltura y con capacidad de desprendimiento, nos serán muy provechosos. Y en cambio, si nuestros bienes nos encadenan, perderán toda su utilidad y nos extraviarán de los mejores y más seguros caminos.

La sociedad moderna, con todas sus abrumadoras ofertas de artículos y servicios, nos induce a convertirnos en adictos de todo tipo de bienes que haga más dulce nuestra existencia. Libros y cursos de superación, seminarios de cómo alcanzar lo imposible con sólo desearlo, automóviles que comprueban nuestra enorme valía, nos han convertido en paralíticos. Tememos caminar con soltura y con riesgos. Se nos exige una vida libre de adversidades y llena de todo tipo de cuidados.

Vivir sin adversidades es propio de las plantas, pero no de almas con voluntad y conciencia. Esparta no estaba equivocada: a los niños se les enseñaba a soportar las adversidades como parte constitutiva de la vida. Y lo mismo sucedía con las civilizaciones Azteca, Inca, Maya, etc. En cambio, ahora, todos estamos tan temerosos, que comúnmente se piensa, que la mejor de las vidas es aquella que transcurre entre pañales de seda y algodones de azúcar. ¡Ya, tenemos que entenderlo!: en esta vida nadie está exento de riesgos. Y la mejor de las existencias es aquella que podamos vivir entre las adversidades. ¡Qué razón tenía Nietzsche cuando escribió: "La peor de las desgracias, es no haber tenido ninguna"!

¡Las adversidades y muertes no son propias de los débiles y pobres! Muerte y adversidades les llegan a todos. Reyes asesinados por sus hijos, presidentes de naciones poderosas, son asesinados. El emperador Nerón le ordenó a su preceptor, Séneca, que se privara de la vida. Pompeyo, derrotado en Farsalia, creyó alcanzar la máxima seguridad en la Corte de Egipto a la que había hecho enormes favores, y un perverso eunuco, aconsejó a los poderosos, que le cortaran la cabeza a Pompeyo, y así murió. El emperador Calígula ordenó a su favorito Lépido, que se quitara la vida, como así fue. Y a su vez, éste monstruoso Calígula, fue asesinado por Querea, que ostentaba el cargo de tribuno, quien no resistió más, las humillaciones del emperador.

Critilo nos dice, que lo único que tenemos seguro, es la muerte y las adversidades. Y que si somos capaces de soportarlas en nuestra conciencia, nuestras vidas serán más ricas en todos los sentidos.

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