EL SABIO Y EL APRENDIZ
¿Si tuviera algo que alabar de otros, qué sería?, preguntó el Aprendiz al Sabio, a lo que éste le respondió. No alabes nunca de los demás, aquello que no forme parte de su naturaleza: ¿qué no sería una insensatez, alabar sus riquezas, su poder político, sus residencias?, pues todo esto y muchas cosas más, son objetos y posiciones exteriores que no son partes constitutivas de sus personas. Todo esto lo pueden perder, y otros, se los pueden arrebatar.
En cambio -siguió hablando el Sabio-, sí alaba lo que es propio de ellos, como un alma noble, un corazón generoso, una razón que discierne con inteligencia y sensatez. Alaba en ellos, el honor y la dignidad que se han ganado por mérito propio. Elogia sus virtudes. Todo esto les pertenece para siempre, no se les puede quitar. Recuerda, que no hay más agradable aroma para toda persona, que su buen nombre.
Hay algo que envidio de algunos: me refiero a su buena Fortuna, le dijo el Aprendiz al Sabio. Observa bien, le respondió éste. Tú no puedes envidiar la buena Fortuna de nadie, pues la pura buena o mala suerte, no tiene como causa la maldad o bondad de alguien, o su mucha o poca inteligencia. La Fortuna es ciega, caprichosa, ama o desprecia sin razón alguna. A los esforzados puede lanzarlos a un precipicio, y a gente malvada los puede colocar en los cuernos de la luna. La Fortuna entrega reinos, o a quien está en el trono, lo manda al destierro. Así, que constituye un enorme error fiarte de una Fortuna que ni ella sabe lo que quiere.
Me queda claro, le dijo el Aprendiz. Ahora ya estoy entendiendo, que cuando quiera saber lo importante de una persona, no debo investigar qué tanto poder detenta o qué tan grandes son sus riquezas. Y lo que sí debo conocer, es qué tan buena sea su alma. Ahora sé, que de varias personas que sean muy buenas, no será mejor la que más riquezas detente, pues todas ellas son excelentes por gozar de almas buenas.
Parece que nos vamos entendiendo, le dijo el Sabio. Tú sabes, que cuando alguien va a comprar un caballo, no tomará en cuenta su bella y costosa montura y sus arneses, sino que examinará sus dientes, su estampa y fortaleza. De la misma manera, quien desea asegurarse del valor de una persona, no tomará en cuenta su traje o vestido, sus collares o automóviles en que viajan. Se fijará en su nobleza o en su mal corazón, en el amor o desprecio que muestre a otros.
¿Y crees tú -le preguntó el Aprendiz al Sabio-, que todo hombre conozca lo que es bueno y lo que es malo? Por supuesto que sí, le dijo el Sabio. Hasta los más depravados conocen la diferencia. Los criminales que matan para beneficiarse, los que roban y defraudan, actúan con plena conciencia de lo que están haciendo. Una persona que asalta y mata a otro, no piensa que está haciendo una obra de caridad. Debes de saber, que todo hombre tiene grabado en su alma el concepto del bien y del mal. En este sentido, podemos afirmar con toda certeza, que existe en los seres humanos una "conciencia moral evolutiva". Es decir, que a lo largo de la evolución humana, toda persona incorporó en su código genético una clara concepción de lo bueno y de lo malo, debido a las buenas y malas conductas de los hombres.
¡Entonces -le dijo el Aprendiz al Sabio-, lo que hacemos es más bien disimular nuestras faltas, cubrirlas con engaños y falsedades, y lo hacemos, porque estamos plenamente conscientes de nuestra mala conducta! ¡Exacto!, le contestó el Sabio.
Y qué me podrías decir - dijo el Aprendiz-, acerca del refrán popular que reza: "Dime con quién andas, y te diré quién eres". En muchas ocasiones, es cierto este refrán. Fíjate bien, cómo las personas malvadas alaban a otros malvados, incitándolos a mayores perversidades. La maldad genera mayor maldad, así como la bondad inflama los corazones de muchos, siendo su ejemplo enormemente poderoso.
Critilo está de acuerdo en este rico diálogo entre el Sabio y el Aprendiz. Y enfatiza en la necesidad de que alabemos a las personas, por las riquezas de su alma y no por las que se le puedan quitar por no ser parte de ellas. Y que es cierto, en no dejarnos deslumbrar por la Fortuna, casquivana y más caprichosa que los vientos, que de pronto cambian de dirección y de intensidad. Y sí en cambio, debemos siempre empeñarnos en lo bueno y en lo noble.