Páginas de diarios desconocidos
Sí, reconozco que fracasé en mi matrimonio. Y al no soportar mi fracaso, no encontré otra salida más que el divorcio. ¡Pero quiero aclarar las cosas! Mi esposa guardó un excelente comportamiento conmigo y con nuestros hijos. De ella no tengo queja alguna, y aun así, nos divorciamos.
En mi Diario anoté (recuerdo muy bien el día que lo escribí: era una tarde lluviosa y yo estaba anegado de lágrimas; eso sucedió a los pocos meses de habernos divorciado), que en algunos casos, las causas de divorcio son tan extremas, que en realidad no hay otra salida. Pero también debo decirles, que es absolutamente falso que cada divorcio sea muy diferente a los demás. ¡Claro que es diferente, por el hecho de tratarse de matrimonios formados por personas diferentes! Pero en realidad, las causas de los divorcios guardan una sorprendente similitud.
Quienes pretenden defenderse de su rompimiento matrimonial, acuden a la frase muy manida: "Es que usted no me comprende, y es que mi caso es distinto". ¡Lógico: es distinto, porque se trata de personas distintas! No quiero continuar con este punto. Pero es tan ridículo sostener la idea de las "enormes diferencias" entre un divorcio y otro, como si exigiéramos medicinas absolutamente distintas para cada enfermo tratándose de la misma enfermedad, dada nuestra irrepetible individualidad. O como si exigiéramos, la creación de tantas psicoterapias como pacientes que acuden a tomarlas.
Lo cierto es, que el comportamiento de los seres humanos conserva similitudes sorprendentes. Por supuesto, que influyen variables derivadas de climas y regiones geográficas contrastantes, tiempos históricos, culturas distintas, etc. Pero en el fondo, los seres humanos actuamos y reaccionamos de manera muy parecida en cuestiones del amor, celos, odio, deseos de venganza, etc.
Y ustedes me preguntarán: si su esposa era una excelente mujer, y usted la quería, cómo habremos de saber, ¿por qué razón se divorció de ella? Me divorcié, por las mismas razones que se divorcia un alto porcentaje de los matrimonios: mire usted, bien sabe, que toda relación humana tiene sus claros y sus sombras. Yo fui tan torpe y ciego, que en lo íntimo de mi corazón siempre exigí una mujer perfecta. Y cuando surgían desavenencias con mi esposa, me saltaba de inmediato la idiota y falsa idea, de que mi esposa no correspondía a mi ideal de una mujer perfecta.
Cuando se acumulan las diferencias, y cuando nuestra enferma soberbia nos dice que merecemos una mejor esposa, esa soberbia desemboca en una crítica constante a nuestra mujer. Y además, se añade nuestro rencor y vanidad. ¿Rencor de qué? todavía no lo sé, pero se vuelve uno, un rencoroso de todo, y constantemente nos preguntamos: ¿cómo es posible que mi mujer me trate así, por qué razón no sabe lo que quiero, lo que me molesta de ella..? Empezamos a echar culpas, y las culpas nos van creando un resentimiento atroz, que carece de todo fundamento.
No quiero decir, que las esposas sean perfectas, como tampoco existen maridos perfectos. Si ambos fueran perfectos, no se trataría de seres humanos. Y a todo esto se agrega otro ingrediente, que creo, es más frecuente entre los maridos que entre sus esposas: el profundo miedo a llegar a ser amados, casi de una manera incondicional.
Hay muchos maridos, y también esposas, que se incapacitan a sí mismos, para dar y recibir amor. En el fondo de esta grave incapacidad, está un enfermizo y pervertido orgullo, y una aguda cobardía.
¿Qué es eso, de amar y de permitir ser amado? Para toda persona cobarde y orgullosa, amar y ser amado es tanto como poner la propia vida en las manos del otro. Es tanto como decirle: aquí está mi corazón, te lo doy, puedes besarlo y acariciarlo, o bien, puedes destrozarlo con las puñaladas de tu rechazo. ¡Y esto es a lo que yo no estuve dispuesto: ni a amar, ni a ser amado!
¿Y por qué no estuve dispuesto? No lo estuve, por la misma razón que no lo estuvieron tantos matrimonios que se divorciaron sin mediar causas graves: no estuve dispuesto, por un profundo miedo, por el miedo a fracasar en el amor.
¡Pero fíjense bien, lo que me sucedió! Mi miedo a fracasar me impidió entregarle mi corazón sin reservas a mi esposa, aun cuando la quería. Pero a la vez, tampoco acepté el inmenso don que me brindó su amor sin condiciones. Esa perversa mezcla de soberbia, de un orgullo pervertido, de cobardía y de miedo al fracaso, impidió mi entrega sin reserva alguna.
¡Hasta ahora lo entiendo, pero ya es tarde! ¿Cómo es posible que pudiera florecer el milagro del amor dentro de charcas putrefactas de mi cobardía, miedo al fracaso, soberbia, rencor inentendible, y de una vanidad afeminada y estúpida?
Critilo vio, que había más páginas de este Diario, narrando este problema. De acuerdo a la fecha de esta narración en el Diario, es probable que el hombre divorciado aún viva. Si aún está vivo, Critilo considera, que con seguridad ha de vivir atormentado, y que muy probablemente, su tormento lo acompañará a su tumba.
¡Claro que no es fácil para nadie llevar un matrimonio estable, y menos en estos tiempos tan artificiales! Aun así, Critilo considera, que si tuviéramos la valentía para enfrentar nuestros sentimientos que no nos permiten amar y recibir amor, muchísimos matrimonios se salvarían. ¡Porque nadie puede negar, ni aun el más perverso de los hombres, que lo que más ansiamos ardientemente en la vida, aunque lo ocultemos muy bien, es recibir amor y ternura!, sólo que nos causa más miedo que la propia muerte.