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Palabras de Poder

JACINTO FAYA VIESCA

PÁGINAS DE DIARIOS DESCONOCIDOS

No es que lleve un Diario como tal, pero sí he estado guardando en una carpeta una serie de hojas en las que escribo mis intimidades, y para mí, esas hojas son mi Diario. Hace algunos años escribí: "Antier asistí a mi primer sesión de Neuróticos Anónimos, y fui, a insistencia de un amigo que me aseguraba que él había dejado de golpear a su esposa, gracias a ese grupo de ayuda..."

Esa sesión que asistí, fue mi debut y despedida, como se dice comúnmente. Y muy seguramente ya no regresé, porque me creí incapaz de dejar de golpear a mi esposa. Y ustedes me preguntarán, creyendo tener el derecho de hacerlo, que desde cuando golpeo a mi esposa. La primera vez que la golpeé fue al siguiente día del que nos casamos. ¡No crean que soy una mala persona y un inútil! Nada de eso, sino al contrario: soy un profesionista con éxito, y soy también una persona con muy buenos sentimientos.

Al siguiente día de casados y en nuestra luna de miel, recuerdo muy bien, que llegamos al hotel a dejar unas cosas que habíamos comprado. Todo marchaba perfectamente, y nos disponíamos a ir al comedor, pues ya era hora de la comida. No sé qué pasó, pero algo me dijo mi esposa (que no recuerdo en lo absoluto) que me molestó mucho. Lo que más me sorprendió, no fue lo que me dijo mi esposa, pues ni lo recuerdo, sino la forma en que yo reaccioné: sentí una irritación en todo el cuerpo.

Mi esposa se dio inmediatamente cuenta de mi gran enojo, y empezó a disculparse. Entre más se disculpaba, yo más me enfurecía, pues realmente no tenía por qué disculparse. Le dije que ¡ya!, que no volviera a disculparse, pero luego se quejó de mi enojo y eso encendió más mi cólera. De pronto, sentí que la vista se me nublaba, y sin darme cuenta de lo que hacía, la golpeé en la cara; ella cayó en el suelo y le di varios puntapiés en el estómago y en las piernas. Abandoné el cuarto del hotel y empecé a experimentar sensaciones muy extrañas.

Mi corazón latía con tal fuerza, que podía oír mis palpitaciones. La boca la tenía seca, y estaba sorprendido de haber golpeado a mi esposa, pues jamás había golpeado a ninguna mujer. A los pocos minutos se calmó mi corazón, mi boca seguía seca, pero empecé a experimentar una gran calma, una calma como la que se observa en los rostros de algunos locos.

Inmediatamente, regresé al cuarto y encontré a mi esposa llorando en un sillón de una salita. Me acerqué a ella, le pedí perdón y me senté en el otro sillón. Lo extraño, es que le pedí perdón sin sentir la menor culpa ni remordimiento. A los pocos meses, ya estando embarazada, la volví a golpear por una estupidez que hasta me da vergüenza contarla. Cada vez eran más frecuentes las ocasiones en que la golpeaba. Pero lo que quiero que ustedes sepan, y por eso me atrevo a contarles lo que he escrito en mi Diario, es que conozcan cuáles creo que sean los motivos por los que me he convertido en un esposo golpeador.

Empezaré por decirles, que ignoro completamente las razones y los sentimientos de otros, cuando golpean a sus mujeres. Y no me importa conocerlos, pues eso de nada me serviría. Siempre la golpeaba por cosas sin importancia, pero estoy absolutamente convencido, que ella era culpable de los golpes que le daba. Quiero que sepan, que llevamos así más de diez años. Muchas veces, la he golpeado delante de mis hijos, así que ya se imaginarán por los infiernos que hemos pasado.

¿Por qué creo que ella es culpable? Si no es culpable de todo, sí lo es en gran parte. Hay gestos, gemidos y actitudes de ella que no los soporto, a tal grado, que me desquician por completo. Por ejemplo, podría dejar de pegarle, y si continúo haciéndolo, es por que ella lo propicia. Fíjense bien: yo aguantaría que gritara o llorara, pero no que empiece con gemidos lastimeros que lo único que hacen es que mi furia se encienda más. Y luego, algo que casi me enloquece, es cuando encorva los hombros hacia adelante y baja la cabeza, como si tratara de meterse en una concha que sólo existe en su imaginación.

Y cuando quiero arreglar las cosas, ella se queda callada, lo que más me saca de quicio. Aprieta los dientes y me mira con desprecio y con ojos lastimeros. ¡Nada me irrita más, que sus gestos y gemidos de víctima! Y todavía tiene la desfachatez de andarle enseñando a todo el mundo los moretones y heridas de los golpes que le doy; lo hace, como si se tratara de trofeos por lo que habría que presumir.

¿Que si la quiero? Claro que la quiero, pero no sé qué va a pasar, pues constantemente me amenaza con que me va a dejar. Siento miedo de que me deje, pero es difícil que lo haga, pues lo más seguro es que ya se acostumbró a esta vida que llevamos.

Lo sorprendente para Critilo, es la absoluta falta de conciencia de este profesionista exitoso que tiene muchos años golpeándola. En su Diario relata que su papá golpeaba mucho a su madre. Critilo sabe, que hay esposos golpeadores en todas las clases sociales: profesionistas distinguidos, políticos y empresarios exitosos, maestros, obreros, comerciantes grandes y pequeños, etc. Y es que el problema nada tiene que ver con los ingresos económicos, la cultura, los grados de inteligencia, o la posición social.

Si el esposo golpeador y la esposa golpeada no acuden a un grupo de ayuda o a una terapia familiar, la violencia cada vez irá en ascenso, hasta llegar a producir dramas inenarrables.

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