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Palabras de Poder

JACINTO FAYA VIESCA

EL SABIO Y EL APRENDIZ

¡La otra vez me decías - le dijo el Aprendiz al Sabio -, que siempre desconfías de los "moralistas", y que en verdad, te resultan francamente antipáticos! ¿Me podrías explicar por qué?

En efecto, desconfío de los "moralistas" y me resultan antipáticos. Quiero que sepas, que hay una enorme diferencia entre un "moralista" y un "predicador de moral". El predicador de moral es congruente con los hechos de su vida personal y la moral que predica. El predicador cree ciegamente en sus prédicas morales. En cambio, el "moralista" nunca está convencido de sus "falsos moralismos"; quiere convencerse que vale la pena ajustar su vida a la moral, pero duda de ello constantemente.

El moralista - siguió hablando el Sabio -, es en el fondo un histérico y un descentrado, una persona conflictiva, y un experto en ver la más delgadita y pequeña paja en el ojo ajeno, y un ciego que no puede ver la viga en su propio ojo. ¡Muy bien y entendido - le dijo el Aprendiz!

Te quiero decir algo muy importante, le dijo el Sabio a su amigo: como tú muy bien sabes, así como el hombre es capaz de producir monstruosidades, es capaz también de obrar lo más grande, verdadero, bello y sublime. La historia, maestra de la vida, nos ha mostrado innumerables hechos heroicos. Ha puesto ante nuestros ojos, pinturas y esculturas que revelan la genialidad de pintores y escultores. ¡Y qué decir, de literatos que han producido obras inmortales; y científicos que han hecho que la humanidad avance. ¡Músicos, poetas, estadistas, y una gran pléyade de personas que han puesto al descubierto los esfuerzos y la férrea voluntad de tantos gigantes del alma y del pensamiento!

Ante una sinfonía de Mozart - siguió hablando el Sabio -, una escultura de Miguel Ángel, unos diálogos del divino Platón, una Mona Lisa de Leonardo da Vinci, un Código Civil de Napoleón, una Ilíada de Homero, si queremos ser cuerdos y sensatos, sólo nos queda dos actitudes: o callar, y con nuestro silencio dar muestra de la grandeza que nos desborda, y de humildad ante lo sublime o bien, con toda nuestra limitación, inocencia y asombro, hablar de estas obras y hechos heroicos, con grandeza, a pesar de nuestra pequeñez.

Si queremos hablar acerca de esas sublimes obras, cometeríamos la mayor insensatez, soberbia, y locura, si nos refiriéramos a ellas con juicio crítico, poniéndonos al tú por tú. Una conducta así, sería absolutamente mezquina, y mostraría nuestra diminuta pequeñez y nuestro gigantismo envidioso y soberbio. ¡Excelente lección - le dijo su amigo el Aprendiz!

¿Qué debe predominar: mi cabeza, o mi corazón? Le preguntó el Aprendiz. ¡Por supuesto, que examinar las cosas, ponderarlas, razonar adecuadamente, nos resulta indispensable! En muchas ocasiones, la inteligencia es fundamental, pero no siempre. ¡Mira!: hay cuestiones tan esenciales en nuestra vida, que sólo pueden nacer o resolverse a través de nuestro corazón: sentimientos, emociones, intuiciones, agrados, desagrados, etc. Si todo lo queremos manejar a través de la inteligencia, amputaremos una parte muy importante de nuestra vida. A veces, debe imponerse la compasión, el perdón, la piedad, la tolerancia, la magnanimidad. Pero nada de esto será posible si no encarcelamos en los barrotes de nuestra inteligencia.

Por ello - siguió hablando el Sabio -, muchas veces "tendremos que perder la cabeza para poder encontrar nuestro corazón".

Lo más sublime de la vida - le siguió diciendo el Sabio -, nada tiene que ver con la inteligencia. ¿O acaso, alguien se enamoró por la inteligencia; la caridad, la ternura, el amor, la piedad, surgen de la inteligencia? ¿El heroísmo, el sacrificio, dar la vida por otro, son resultado del raciocinio? Para encontrarnos con lo sublime del corazón, tendremos que cortar los barrotes de la inteligencia que tienen preso al corazón. No se trata, de que des rienda suelta a tus sentimientos y que hagas lo que te indiquen solamente ellos. Recuerda, que tu experiencia, la evaluación de las situaciones, la prudencia, el análisis racional de las cosas es indispensable, le dijo el Sabio.

¡A ver, parece que no me ha quedado claro!: ¿le hago caso a lo que me indiquen mis sentimientos, o por lo contrario, debo seguir a mi inteligencia?, le preguntó el Aprendiz.

Te repito - le contestó el Sabio -: hay cuestiones fundamentales en la vida en la que no entra la inteligencia. Por ejemplo, el amor a tus hijos, a tu cónyuge, la piedad, la vocación por un trabajo, la amistad sincera, son cuestiones del corazón. Si tú, a estos sentimientos los quieres hacer pasar por la prueba de la inteligencia, sería un absurdo. Con frecuencia, queremos aplicar nuestra inteligencia a lo que no viene al caso. Y al revés también: pretendemos que lo que debe ser función de la sola inteligencia queremos que pase por la prueba de los sentimientos. ¡Mira!: el arte, la poesía, la solidaridad, la piedad, la ternura, el amor, están conectados con el corazón. Si queremos ser muy racionales, limitaríamos enormemente lo más sublime de nuestra vida. ¡Ya entendí, y me parece excelente! -, le contestó el Aprendiz.

Critilo sabe, que este tema es un terreno que hay que recorrer con mucho cuidado. Por supuesto, que la sensatez y la prudencia deben guiar nuestros actos. No obstante, cuando se trata de un amor incondicional a nuestros hijos o expresar libremente la ternura, son los sentimientos los que deben imponerse.

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