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Palabras de Poder

JACINTO FAYA VIESCA

PÁGINAS DE DIARIOS DESCONOCIDOS

Tengo más de cincuenta años, y a veces escribo en mi Diario una serie de cuestiones que me interesan demasiado. Hace unos meses escribí lo siguiente:

Empezaré por confesar que me ha ido mal en la vida, y después de tantos fracasos he descubierto alguna de las causas. Creo que la causa principal de mi desdicha ha sido que soy muy caprichoso. ¡Pero para entendernos bien, amigos, les quiero explicar qué entiendo por capricho! No crean ustedes, que mis caprichos nacen de la nada. Mis caprichos se apoyan en toda una filosofía de la vida. Y no se trata de caprichos menores, sino de caprichos que han destruido mi vida. ¿Influyó la conducta de mi padre en mi vida? No lo sé.

¡Verán ustedes!: desde que era un niño mis maestros me decían que yo era un ser libre y que debía hacer uso responsable de esa libertad. Uno de mis maestros, ya estando en la secundaria, nos dijo que el gran filósofo griego Aristóteles, afirmaba que todo lo que hacíamos era en vista a lograr nuestra felicidad, incluso cuando actuábamos equivocadamente.

No sé si esa frase de Aristóteles me dañó, pues desde entonces no entiendo cómo podemos hacer cosas perjudiciales y a la vez pensar que estamos pretendiendo ser felices. Desde niño me di cuenta, que sí sabemos cuáles son nuestros intereses que debemos proteger. Pero muchas veces me he preguntado: ¿qué nos sucede en el cerebro que sabiendo qué es lo mejor, con frecuencia hacemos lo peor?

¡Miren!: recuerdo muy bien a mi papá, pues falleció cuando yo tenía veinte años. Soy el mayor y dos hermanas más. Mi papá nos exigía un excelente comportamiento. Era muy buen hombre y un respetadísimo profesionista. ¡Un día, nos subió a los tres hermanos en una lancha en la playa. Todos nos resistimos, pero nos obligó!

Mi papá le pidió al que conducía la lancha, que lo dejara conducir a él. Esta persona se opuso, pero el capricho de mi papá finalmente se impuso. Mi papá tomaba a veces en exceso, y cuando subimos a la lancha ya estaba muy tomado. El conductor de la lancha nos pidió que nos pusiéramos los salvavidas, pero mi papá arrancó y nos alejamos sólo un poco de la playa. El lanchero estaba aterrorizado, pues mi papá entró a una zona prohibida. A los pocos minutos la lancha se volcó. En el accidente se ahogó mi papá y la más pequeña de mis hermanas.

Este suceso me marcó para siempre. Mi papá siempre fue un padre amoroso, y algunas veces cuando salíamos de vacaciones él tomaba bebidas alcohólicas mientras conducía, no importando las quejas y llantos de mi mamá. ¿Será posible que sabiendo cuáles son nuestros intereses, aun en plena conciencia, y no estando tomados, hombres y mujeres impongan su voluntad sobre la protección de sus intereses?

Soy maestro de escuela, y jamás ha dejado de sorprenderme el núcleo de estupidez del que padecemos, bien podría decir, la casi totalidad de los seres humanos. Y fíjense bien, amigos. No es cuestión de inteligencia ni de cultura. ¿Acaso Hitler, Stalin, Truman, no eran muy inteligentes y cultos? Hitler mandó a las cámaras de gas a más de seis millones de judíos. Stalin mandó asesinar a incontables personas y dejó morir de hambre a muchos compatriotas rusos porque se oponían a sus planes agrícolas. Truman explotó sendas bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki.

¿Y qué decir de los emperadores, Calígula, Nerón y otros más? ¿Y cuántos asesinatos se cometen cada día por causas mínimas? ¿Cuántos millones de personas mueren cada año asesinados y de hambre sólo en el continente de África por guerras civiles? ¿Cuántos millones de personas mueren cada año en accidentes automovilísticos solamente por imprudencia? Una persona está platicando correctamente en una fiesta, y de pronto a su interlocutor algo le molesta, saca la pistola y lo mata. ¿No es esto lo que leemos con mucha frecuencia en los periódicos?

¿Qué hay en nuestro cerebro que nos impulsa ciegamente a dejar de lado nuestros intereses más queridos, y cometer las peores vilezas? ¿Y nuestra libertad y voluntad dónde quedan? A veces obramos, y sin grandes pasiones, y es más, sin pasión alguna, atentando contra toda lógica y sentido común. Obramos contra nuestra honra, dignidad, y actuamos a sabiendas que de nuestros estúpidos caprichos se van a derivar graves daños contra nosotros, hijos, cónyuge, contra nuestra libertad, patrimonio y prestigio.

Como maestro sé, que los hombres de hace cincuenta mil y más años (idénticos a nosotros), cometían crímenes como una necesidad de sobrevivencia. ¡Pero ahora, la refinada civilización ha hecho al hombre más cobarde, cruel y sanguinario! Hace tiempo se me ocurrió lo que creo es una gran idea: por qué razón no se ha celebrado ningún congreso internacional que reúna a neurólogos, sociólogos, psicólogos y expertos en la conducta animal y humana, para lo siguiente: investigar qué sucede en nuestro cerebro, que sabiendo cuáles son nuestros más importantes intereses, los podemos matar de golpe, sólo por imponer nuestro capricho, por hacer lo que nos dicte nuestra regalada gana. Y seguir adelante sin importar las consecuencias, tope donde tope.

Critilo se interesó mucho en estas páginas del Diario de este maestro, que le ha ido mal en su vida por imponer su capricho. Su padre lo hizo, y causó una gravísima tragedia. El maestro lo ha hecho muchas veces como relata en otras páginas de su diario, que realmente nos llenan de tristeza y nos arrancan lágrimas.

Creo, dice Critilo, que si todos supiéramos que entre el fuerte impulso de cometer un grave capricho y la acción ya en sí, siempre, sí, siempre, hay un instante en el que podemos reflexionar, impedir el daño que puede causar nuestro enloquecido capricho, y proteger nuestros más queridos intereses.

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