PÁGINAS DE DIARIOS DESCONOCIDOS
¡Son tan extrañas las cosas que me suceden, y es tan contradictorio lo que pienso, que me he propuesto escribir en mi Diario algunas reflexiones sobre mi vida! Hace tiempo en mi Diario escribí lo que a continuación relato:
Desde niño recuerdo cómo sufría mi madre debido a múltiples enfermedades. Cuando la atacaban lo que ella llamaba "sus migrañas" decía que prefería morir a sufrirlas en la intensidad en que las padecía. Dice mi mamá que cuando era muy niña sufrió una caída en su casa, que le ocasionó dos hernias en su columna vertebral. Yo recuerdo desde los cuatro años de edad, los gritos de dolor de mi madre cuando sufría sus dolores de columna y de espalda.
Mi padre, por el contrario (aun viven mis padres), lo recuerdo desde muy niño, como un hombre muy robusto, alegre, y echado siempre para adelante: optimista, confiado, y muy seguro de sí mismo. Yo crecí con dos modelos muy diferentes de comportamiento: el de mi madre y el de mi padre. Soy un hipocondriaco: a veces pienso que estoy enfermo de algo, y me derrumbo en mi vitalidad. Sé muy bien que mis enfermedades son imaginarias, pero cuando creo que estoy enfermo de algo, sufro como si realmente estuviera enfermo.
Nací con una extremada sensibilidad, y además aprendí de mi madre con su comportamiento, a estar alerta y vigilante a cualquier enfermedad o dolor físico que me pudiera ocurrir. Siempre he envidiado a mi padre por su enorme vitalidad. A su lado, me considero casi un enfermo desahuciado. Por todo esto, soy un "termómetro" humano: puedo detectar las mínimas variaciones en mi vitalidad física y en mis cambios constantes de humor. Soy un experto para saber en qué momento me puedo enfrentar al peor problema, y cuándo debo de huir ante la mínima dificultad. Conozco las cumbres y los desfiladeros de mi vitalidad física y emocional. Aunque ustedes no me crean, mi "termómetro" de vitalidad o de su carencia, me ha sido de enorme utilidad. Cuando me siento bien, todo en mi vida se ilumina, y me dispongo a la acción. Y cuando me siento mal, me retiro y me encierro en un rincón de mi casa.
Desde niño estaba convencido que lo que en realidad me sucedía es que estaba enfermo de los "nervios". Y cómo no pensarlo, si constantemente mis padres decían que mis enfermedades imaginarias provenían de la debilidad de mis nervios. A los veintitantos años, consulté a excelentes médicos. Todos ellos me dijeron que mis nervios (creo que se refirieron a los de mi sistema cerebral), estaban en perfecto estado de salud.
No me conformé con el unánime diagnóstico de la "salud de mis nervios". Alguien me dijo que yo era un "bipolar", es decir, un "maniaco depresivo". Durante meses viví midiendo las escalas de mi ánimo elevado y las de mi abatimiento emocional, y concluí que padecía de la enfermedad "bipolar".
Acudí con diferentes psiquiatras, y los tres me dijeron que yo no padecía de la enfermedad "bipolar", y que ni siquiera me recomendaban ningún tipo de tratamiento farmacológico para mis ansiedades y mi hipocondria.
Hubiera preferido que me hubieran diagnosticado que era un enfermo "bipolar", pues creo que así, hubiera encerrado todos mis males imaginarios (aunque para mí constituían enfermedades reales) en una sola enfermedad. Pero no fue así, y caí en una mayor desesperación. ¿Qué hacer, si no estoy enfermo de nada y en cambio, siempre me siento enfermo de lago?
Me sometí a psicoterapia, y después de varios años, me sentí igual o peor. ¿Qué me sucedía, no padecería de alguna enfermedad de mi espíritu que no podría ser curada por médicos ni por psiquiatras? ¿Y si la padeciera, cómo se trataría esa enfermedad?
A mis cuarenta años de edad, más o menos, hice un sorprendente descubrimiento, que desde entonces lo he aplicado con resultados inmejorables. ¡Fíjense muy bien, cuál fue mi sensacional descubrimiento!: un día, en el que me dije que sí era un enfermo, ¡de pronto pensé!: ¿y qué tal si me convierto en mi mejor médico? ¡Por qué no, si cada enfermo sabe lo que le duele, lo que le hace daño y lo que mejor le ayuda en sus males! ¡me quedo con la idea - me dije - que mientras no sane mi espíritu, será imposible que sane mi cuerpo, mi imaginación desenfrenada, mi hipocondria crónica, y que pueda revertir todo lo que sentí de niño cuando estaba atenazado por los modelos de mi madre y de mi padre!
Me di cuenta, que siempre ponía mi atención en la decadencia de mi vitalidad, en la mengua de mis fuerzas emocionales, en la carencia de actuar eficazmente a causa de mi hipocondria. Me dije: estos pensamientos son estúpidos y dementes. ¿Por qué, mejor no, pensar y actuar como si mi espíritu estuviera totalmente sano? ¿Por qué razón no aspirar al trabajo esforzado, a la creatividad, y no esconderme en un rincón de mi casa?
¡Si estoy enfermo del espíritu - me dije -, pues que mi mismo espíritu me cure, pues no puede estar enfermo la totalidad de mi espíritu! Me decidí en abrazar valores superiores solamente: pensar en los otros, cooperar con los demás, pensar y actuar como si en realidad fuera un valiente. ¡El cambio sucedió en muy poco tiempo: cuando sentía que me atacaba una nueva enfermedad (imaginaria, por supuesto), me decía: adelante hipocondriaco, ¿qué puede más?, tus nuevos valores más sanos que ya adoptaste, o tu cobardía?
Si sentía que mi vitalidad no estaba en la cumbre, y quería refugiarme en mi casa, me decía con fuerza: ¿Qué no sabes, que tu espíritu es más poderoso que esa baja de tu vitalidad física? ¿Qué ignoras, que para disfrutar de los encantos de la vida, no basta la pura vitalidad física, sino la presencia en tu conciencia de valores más sanos, tu acción enérgica, tu inteligencia, tu decisión, el amor por la vida?
¡Realmente el cambio fue asombroso!: ahora me río de mi hipocondria, ya no envidio la vitalidad de mi padre, ni culpo a mi madre por su modelo de vida enfermiza! Curé mi espíritu, y ahora soy una persona sana y metida de lleno en la vida.
Critilo quedó admirado de este relato, y confirma su tesis, de que nuestro espíritu constituye una fuerza avasalladora, siempre y cuando elevemos nuestra mirada hacia valores mucho más saludables. La afirmación de valores superiores produce verdaderos milagros.