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Palabras de Poder

JACINTO FAYA VIESCA

¡CLARO, QUE PODEMOS CAMBIAR NUESTROS HÁBITOS Y PENSAMIENTOS PERNICIOSOS!

Decía San Pablo, que elegimos lo mejor, pero que hacemos lo peor. Y es que una parte de nosotros, en realidad quiere lo mejor, pero otra parte nuestra se resiste a cambiar; se siente muy cómoda con sus malos hábitos de costumbre.

Querer cambiar, querer en verdad hacernos cargo de nuestra propia vida, constituye el principal desafío en nuestra existencia, y es también, la tarea más ardua y provechosa. Tomar en nuestras manos la responsabilidad de lo que hagamos, nos trae los regalos más fascinantes: gratificaciones emocionales enormes, independencia, autonomía, seguridad, y un sentimiento permanente de logros reales y efectivos.

Querer cambiar, implica mucho más que esto: más bien, debemos querer cambiar con todas las fuerzas de nuestro espíritu; querer y desear tan intensamente, que podamos asumir un compromiso existencial, un esfuerzo constante para cambiar hábitos y formas destructivos de pensamiento. Desear y querer con todas las fuerzas y emociones de nuestro ser; solamente así podremos cambiar.

¿Pero es posible poder erradicar hábitos perniciosos y formas destructivas de pensar y de sentir? La vida de cada día nos muestra ejemplos de que sí es absolutamente posible que podamos cambiar. Las estadísticas son aplastantes: decenas de millones de personas que vivieron en un crónico alcoholismo y que ahora permanecen sobrias. Decenas de millones de adictos al cigarro, a la comida, a las compras, y que ahora han abandonado esas conductas. Padres golpeadores de sus hijos, ahora son sus buenos compañeros. Millones de seres humanos de todo el mundo que viven en condiciones de pobreza, han logrado altos grados de escolaridad gracias a su esfuerzo y perseverancia.

Si de veras nos lanzamos con pasión a cambiar hábitos y actitudes que nos han estado destruyendo, habremos iniciado la aventura más grandiosa de nuestra vida, pues estará en juego nuestras más nobles ilusiones y los sueños que más hemos acariciado en nuestro corazón.

Experimentar cambios radicales en nuestra persona, implica que muera una parte de nosotros, pero también, que nazca y florezca en nuestro ser, una nueva dimensión de nuestra existencia.

"Todos los cambios, aun los más ansiados, llevan consigo cierta melancolía, porque aquello que dejamos es una parte de nosotros mismos: debemos morir una vida para entrar en otra" (Anatole France).

Cambiar no es agredir nuestra vida; lo que combatimos, no es a nuestra persona, sino a nuestros hábitos que han estado minando nuestra existencia; hábitos que han enfermado nuestro cuerpo, frenado nuestra inteligencia, corrompiendo nuestro espíritu, y asfixiando nuestros sueños. Por ello, debemos aniquilar esos hábitos y esas formas de pensar que han envenenado nuestra vida. Pero para esto, necesitamos ser perseverantes, armarnos de paciencia, y voltear hacia tantas personas que sí han podido cambiar muchos aspectos de su existencia.

Esta tarea requiere de que seamos nosotros mismos los que constantemente nos estemos motivando, impulsando y forzándonos a actuar y pensar de otras maneras.

¿El forzarnos así, no impide la espontaneidad y nos limita nuestra libertad? Claro que no. La libertad la estamos ejerciendo, nos dice Critilo, desde el fondo más puro de nuestro espíritu, pues estamos eligiendo, sin coacción alguna, una mejor vida. Ahora bien, una vez que hemos elegido, los cambios de conducta no pueden venir por efectos de la pura elección. No olvidemos, que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones.

Los cambios de conducta, de actitudes, de pensamientos, no es que tengan que ser violentados, sino que es indispensable empujarnos a una dirección distinta. Es como el que quiere enseñarse a nadar, pero no se atreve a meterse en el agua, por lo que necesita él mismo empujarse, y así, dar el primer paso. Cambiar de hábitos y pensamientos dañinos es absolutamente posible, pero necesitamos darnos ese empujón a esta nueva aventura.

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