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Palabras de Poder

JACINTO FAYA VIESCA

MUCHAS SITUACIONES VALIOSÍSIMAS DEL SER HUMANO SON INVISIBLES A NUESTROS OJOS

¡Definitivamente: el corazón tiene sus intenciones, fines, dolores y placeres, que la inteligencia no conoce! Nada más absurdo, que pretender traspasar con el razonamiento determinados sentimientos y pasiones que el corazón jamás permitirá que lo traspasen.

Perdidos como estamos, en una era en la que el materialismo y la tecnología parecen dominar al mundo, cada vez entendemos menos la sístole y diástole de un corazón que le imprime a la vida más vida, por lo noble y grandioso de sus intenciones. Se nos podrá pasar por alto la grandeza del corazón, pero no por eso dejará de existir. En la superficie, los engranes, poleas, cálculos de la física y maravillas de las comunicaciones y de la fibra óptica, apagan y hacen inaudibles la fuerza de las pasiones, pero son éstas, las que aun sepultadas, revientan de tanta vida.

El problema se da, cuando creemos que es la inteligencia y las ventajas de todo tipo, lo que domina al hombre; pero no es así, y aquí radica el problema: engañados por la codicia y los éxitos tecnológicos, dejamos escapar los destellos más sublimes de "la fuerza vital de nuestra existencia".

El inmenso genio de Shakespeare pudo penetrar como nadie en este problema. En su obra, La Tempestad, Ferninand, uno de sus personajes, exclama:

"Hay algunas actividades laboriosas, y el esfuerzo que comportan elimina el placer que puedan entrañar. Algunos tipos de bajeza son desempeñados noblemente, y muchos asuntos pobres apuntan a fines ricos. Esta mísera tarea mía sería tan pesada como odiosa para mí, pero la dama a quien sirvo vivifica lo que está muerto, y de mis trabajos hace placeres".

El anterior pasaje de Shakespeare nos adentra en una de las cuestiones más frecuentes, y que precisamente, por ser tan obvias, nos pasan desapercibidas: la inmensa y rebosante fuerza vital, de algo que nos es tan sublime y grandioso, que el esfuerzo y las tareas pesadas y odiosas no se tienen como tales, cuando un alma encuentra en ellas el medio para alcanzar fines enormemente superiores.

Es cierto: hay actividades laboriosas que eliminan cualquier placer que pudieran reportar. De hecho, una de las características más auténticamente humanas a través de las decenas de miles de años de la evolución de nuestra especie, ha consistido en esa dimensión casi sobrenatural del ser humano, el de sufrir penurias y trabajos penosísimos, con el afán de alimentar y proteger a los hijos, a los enfermos y a los débiles.

Para el personaje de Shakespeare, Ferninand, la tarea mísera que desempeñaba para la dama a quien servía, le daba vida a lo muerto, y sus trabajos se convertían en placeres.

La "fuerza vital", consiste en una energía de suma importancia, y ya llevada al plano de lo sublime, lo vital hace referencia a lo más noble y a la plena justificación y aguante de cualquier tarea lícita.

Critilo nos dice, que el heroísmo, el sacrificio y la entrega de nuestra propia vida a una causa noble o al servicio de un ser querido, pertenece a una esfera espiritual de plenísima autenticidad. Los soldados en defensa de su patria, las madres que desarrollan tareas odiosas a fin de alimentar a sus hijos, cientos de millones de campesinos que dejan su vida en el surco, por ser el único sostén de su familia, millones de limosneros en todo el mundo que lo son por absoluta necesidad en un planeta en donde la mitad de los seres humanos son pobres, millones de niñas y mujeres que por absoluta necesidad venden su cuerpo despreciando al comprador y besando con ternura a sus hijos que tienen que alimentar, todas éstas y muchísimas otras personas más, son seres superiores en muchos sentidos que nosotros no podemos ver.

Muchas situaciones valiosísimas del ser humano son invisibles a nuestros ojos. El verdadero valor de un ser humano no está, como creemos, en su posición económica o social. Está en su inmensa capacidad para el sacrificio, para ofrendar su tiempo y consumir su vida, al servicio de otros seres humanos.

Esa mujer que vive para cuidar a un padre o hijo enfermo; ese obrero que se idiotiza en la fábrica para alimentar a los suyos; ese campesino que acelera su vejez a fin de cumplir mínimamente con su familia; esos millones de pobres en todo el mundo que hacen sólo lo que pueden; ese hombre o mujer que está dispuesto a todo por el amor de su amada o amado; todos ellos, son los verdaderos ejemplos de nobleza y sacrificio, que en aras del bien de otros, dan al traste con su propia vida.

¿Pero no serán ellos, los que al perder o sacrificar sus vidas, son realmente los que la recuperan?

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