Interpretamos mal las cosas
A veces sentimos que nuestra vida va mal, que hemos cometido muchos errores, y que nada bueno nos espera en el futuro.
Cuando nos sentimos así, incurrimos en tres equivocadas evaluaciones: primero, nos acusamos como personas inadecuadas; segundo, desmerecemos nuestro presente, de una manera exagerada, como si se tratara de un filtro en que sólo viéramos en el recipiente nuestras cosas que llamamos "malas", sin ver tantas cosas "buenas" que quedaron en el filtro sin haber llegado al recipiente; y tercero, sólo vemos un futuro con negros nubarrones, sin tomar en cuenta una serie de circunstancias (ajenas a nosotros) que se pueden acomodar en nuestro beneficio, independientemente de que nosotros contamos con cualidades y factores (reales) que se quedaron en el filtro, y que al no verlos, angostamos y ennegrecemos nuestro futuro de una manera irracional e infundada.
No nos debe sorprender, pues, que con esos tres disparos que nos hacemos a nosotros, empiece a deprimirse nuestro ánimo. En realidad, cuando nos sentimos así, se debe a que estamos interpretando mal las cosas;
"Nos empeñamos en crear males imaginarios, sabiendo que hemos de tropezar con tantos de verdad" (Oliver Goldsmith).
Esta mala interpretación de nuestras cosas, lo es, porque nos acusamos como personas inadecuadas, cuando lo inadecuado no somos nosotros, sino una serie de actitudes, pensamientos y conductas nuestros.
La diferencia es enorme: cuando nos consideramos inadecuados, la condena es a nuestra persona, por lo que la sentencia es para siempre, siendo esto falso.
Además, estrechamos nuestro futuro en virtud de que dejamos en el filtro todos los factores a nuestro favor que ya tenemos en la realidad, mas los regalos que nos pueda traer el azar y una consentidora buena fortuna. Y si a estas dos distorsiones le agregamos nuestro ánimo decaído que como ave de mal agüero sólo nos anuncia males, resulta claro, que estamos interpretando mal las cosas. Condenarnos como personas es algo irreal; anular nuestro presente constituye una valoración absolutamente errónea, pues nos impide valorar los factores a nuestro favor; y ver un futuro negro y estrecho, es ponernos en la posición de diablos perversos que solamente podemos ver nuestro próximo infierno.
Seamos realistas: combatamos nuestros pensamientos catastróficos y nuestras conductas malsanas. Esta tarea sí nos corresponde y muchísimo podemos progresar en ella.
Nosotros, en nuestro núcleo esencial como personas, quedaremos intocados, puros en nuestra dignidad y enteros en nuestra libertad; y al salvarnos como seres humanos, nuestra tarea será muchísimo más fácil, pues no nos estaremos combatiendo a nosotros, sino a nuestros pensamientos confusos y distorsionados, y a nuestras conductas dañinas.
La tarea no es fácil, pero el enemigo no es nuestro ser, sino una serie de acciones que ya podemos identificar con toda exactitud: adicciones que nos dañan, maltrato a nuestros hijos o cónyuge, explosiones de ira injustificadas, pereza propia de un niño mal educado, pensamientos con cara de murciélago y garras de chacal, etc.
Critilo nos dice que es absolutamente posible cambiar, pero siempre y cuando no nos condenemos de bulto. Cuando la condena es contra nosotros, ya encontramos al enemigo y no hay enemigos específicos a los que debemos vencer, y no los hay, porque ya no podemos verlos, pues los culpables somos nosotros, y al creer que lo somos, estamos irremediablemente perdidos.
¡Ya basta!: no sigamos dejándonos ir, con la excusa de que "así somos".
Al contrario, detengámonos, veamos las cosas claramente como son, dominando nuestros pensamientos que como si fueran buitres, sólo se alimentan de carroña; cambiemos de conductas, abandonando las que destruyen nuestro cuerpo, nuestro espíritu, y el amor de quienes más nos importan. ¡Dejemos de condenarnos como personas, pues además de ser irreal, es una verdadera locura!