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Palabras de poder

JACINTO FAYA VIESCA

Metafísica de la nada

Ya estamos de lleno en la época de la "metafísica de la nada" como lo expresó el psiquiatra español Enrique Rojas; nueva concepción de la vida que es el resultado de la muerte de los ideales al lado de una superabundancia de artículos y servicios ofrecidos por nuestra enloquecida sociedad de consumo.

La "metafísica de la nada", no es más que la posición que hoy asumimos ante la vida una gran cantidad de personas: "todo está bien", "no pasa nada"; posición ante la vida desde una concepción relativista: todo es relativo, igual me da una idea que otra. Relativismo, por el que podemos cambiar y mezclar todo, pues al final de cuentas, no hay verdades absolutas ni valores enteros: podemos mezclar el socialismo con el capitalismo, las prácticas religiosas con las conductas más inmorales, consumir hasta el hastío y carecer del más mínimo sentido de la caridad.

Este relativismo apuntala un deseo intenso por todo tipo de placeres materiales. Placeres exacerbados arrojan al hombre a un mundo de placeres sensoriales en un hoyo de vacío existencial. Este relativismo y hedonismo, si observamos detenidamente, ha creado un nuevo tipo de ser humano: un ser activamente frenético en la búsqueda de placeres y de consumo, aparentemente entretenido y feliz, pero en el fondo del alma de este ser, hay una sombra permanente de melancolía y desconcierto. Por ello, este nuevo tipo de hombre se mueve con rapidez, padece una ansiedad crónica, y en sus ojos revela una melancolía pertinaz. No sabe en realidad qué quiere ni para qué lo quiere.

En realidad, se trata de un nuevo hombre que no sabe con certeza la diferencia moral exacta entre lo malo y lo bueno, pues en su relativismo caben todos los puntos de vista. Su invalidez espiritual lo ha llevado a convertirse en un hombre "ecléctico", capaz de aceptar todas las ideologías, filosofías, y modos de vida. Es un conciliador de todas las tendencias y un defensor de nada, pues carece de posiciones fundamentales ante la existencia.

Este nuevo hombre, producto de nuestra contemporánea era informática y de consumo, lo ha convertido en un ser humano incoherente, incongruente, que arma el rompecabezas de su vida, no acomodando las piezas de acuerdo a la configuración geométrica exacta de la figura, sino que lo forma, acomodando cada pieza a su capricho, destruyendo las piezas contiguas. ¡Y qué más da, si todo es lo mismo!, se dice continuamente a sí mismo. Este nuevo ser humano se empezó a formar en Occidente a principios de la sexta década del Siglo XX y se ha terminado casi de formar hace diez años.

Critilo ha observado que este nuevo hombre no está firmemente parado sobre la tierra; en vez de piernas, parece que tiene prótesis débiles; oscila de un lado a otro y se le ve débil y vulnerable, a pesar de su poder, dinero o posición social.

El remedio no está en "más de lo mismo", sino en dar un giro copernicano: ser conscientes de que estamos hambrientos de verdades absolutas y de un sólido peso específico; de que estamos sedientos de lo auténtico y de lo genuino; que estamos hartos de lo artificial, de la vida de plástico en que estamos viviendo.

Nuestra oculta melancolía, nuestra ansiedad crónica disfrazada por una vida de placeres y un consumo indiferenciado, nos tiene cansados y enfermos. ¿La solución? Voltear hacia atrás para rescatar los valores morales de nuestros antepasados. Vivir comprometidos con posiciones existenciales contrarias a todo relativismo y hedonismo. Saber, que todo desarrollo humano es imposible si no parte de un esfuerzo nuestro por respetar la dignidad nuestra y de los demás. Saber, que todo desarrollo personal solamente puede darse cuando anhelamos un desarrollo espiritual pleno, fundado en los más trascendentales valores morales.

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