Un tiroteo ocurrido este martes en la frontera de Tijuana y San Diego demuestra una vez más que la estrategia policiaca aplicada por Estados Unidos no es la mejor solución al complejo problema de la inmigración ilegal.
Tres vehículos tipo van que transportaban 74 indocumentados llegaron al cruce fronterizo de San Ysidro con la intención de pasar a suelo norteamericano.
Es evidente que la operación estaba previamente arreglada con algún agente de migración porque resulta imposible cruzar tantas personas en un día hábil y a las 3 de la tarde cuando las colas son de por lo menos treinta minutos.
Pero algo falló y en cuestión de segundos varios agentes dispararon contra los vehículos y los presuntos indocumentados salieron corriendo a diestra y siniestra.
Hubo tres heridos de bala y uno más cuando una de las camionetas chocó al intentar huir. La garita de San Ysidro, la más transitada de toda la frontera de México y Estados Unidos, se volvió un caos y fue cerrada minutos después durante cuatro horas.
Es la cuarta vez en esta década que se decreta un cierre temporal de este importante paso fronterizo. El primero fue en septiembre 11 de 2001 a raíz de los atentados en Nueva York y Washington.
Desde hace quince años, cuando se inició la Operación Guardián, el cruce de migrantes indocumentados por la frontera sur de California se ha vuelto más complejo y costoso, pero no se ha detenido.
Las muertes aumentaron pavorosamente y también la violencia. En julio fue asesinado un agente de la Patrulla Fronteriza cerca de Tecate por presuntos traficantes de personas, mejor conocidos como "polleros".
Con frecuencia vehículos con indocumentados se accidentan al ser perseguidos por la "migra" con saldos trágicos. Y ni qué decir de los cuatro mil migrantes que han muerto a lo largo de la frontera, víctimas del frío, el calor e incluso el fuego como ocurrió en la región montañosa de San Diego en los incendios de 2007.
La política persecutoria y de corte militar no ha dado resultados porque las estadísticas demuestran que quienes desean cruzar a trabajar lo logran tarde que temprano e incluso por las garitas como estuvo a punto de ocurrir el pasado martes.
La necesidad de mano de obra barata y eficaz para los trabajos extenuantes del campo y las fábricas es una realidad inocultable en Norteamérica. En los valles agrícolas de California la presencia de inmigrantes mexicanos y centroamericanos es impresionante.
Existen comunidades que son una réplica de los pueblos del sur de México, en algunos no se habla español y menos inglés, sólo dialectos indígenas de Oaxaca o Chiapas.
Estados Unidos se resiste a un acuerdo migratorio por intereses políticos y económicos muy poderosos, pero además por la ignorancia de la sociedad. Muchos piensan que con una legalización masiva llegarán de golpe millones de inmigrantes.
En realidad unos diez a doce millones de indocumentados ya están dentro del territorio. Duermen, comen, trabajan y respiran el mismo aire que los norteamericanos, pero no son reconocidos legalmente y sufren todo tipo de vejaciones desde que ingresan al país.
Cerrar la frontera al paso de los migrantes es una tarea imposible e inútil más cuando los dos países están cada día más integrados en materia económica, comercial y financiera.
Resulta ridículo gastar en bardas, tecnología, agentes, armas, vehículos y en tantas tarugadas en lugar de negociar un acuerdo migratorio que permita ordenar el tránsito y legalidad de los trabajadores mexicanos que necesita Norteamérica.
Este convenio tendría que ir de la mano con una reforma migratoria del lado americano y con leyes del lado mexicano que desalienten el tráfico de indocumentados.
Todos ganaríamos porque se abatiría la violencia y la corrupción además que la economía prosperaría como ocurre en la Comunidad Europea. ¿Para qué tanto brinco, pues, cuando el suelo está tan parejo?