Buena parte de la explicación del auge económico de China durante la última generación, tiene que ver con el abandono absoluto de los dogmas socialistas que durante tanto tiempo mantuvieron a la economía del Imperio del Centro en la inopia. Deng Xiaoping, luego de comprobar que Mao se había muerto todito, decretó una serie de reformas claramente capitalistas para despertar a patadas a un gigante que había estado dormido gracias al opio ideológico. Cuando se le criticó que aquello violaba los dogmas del socialismo maoísta, Deng famosamente replicó: "No importa de qué color es el gato, con tal de que atrape al ratón". O sea, con tal de que China prospere, abandonamos los prejuicios e ideas que nada más no han funcionado. Y se permitió la inversión privada, el libre mercado, la llegada de empresas transnacionales. Ahora era políticamente correcto hacerse rico, y ahí están los resultados: China ha sacado de la pobreza a unas 500 millones de personas en 25 años. Sí, diez veces más de pobres de los que tenemos en este país
Un lastre para la prosperidad china eran los gigantescos conglomerados industriales que desde siempre habían sido del Estado, y durante el mismo tiempo (o sea siempre) habían sido espantosamente ineficientes. Por ello, desde hace tiempo se ha venido dando un proceso de privatización de la industria estatal, especialmente la pesada, como la siderúrgica.
Pero ya sabemos lo que trae consigo la privatización de mamuts sobrecargados de personal y procesos obsoletos: el despido de una buena parte de la fuerza laboral. Y en el caso de China, los obreros no pueden recurrir a la presión sindical, dado que nunca hubo sindicatos ni oficiales ni independientes. ¿Para qué, si el dueño era el Estado proletario conducido por los gloriosos trabajadores?
De manera tal que la privatización de grandes consorcios industriales suele ir acompañada del despido de hasta un 80% de la fuerza laboral previa. Y eso no le cae bien a obreros que no pueden encontrar una posición semejante, en un mercado contraído por la crisis mundial, que a China le ha pegado también muy duro. Y el proceso puede ser explosivo.
Hace unos días, en la provincia de Jillin, el nuevo gerente de una siderúrgica recién privatizada trató de explicarles la política de la (libre) empresa a los trabajadores. A éstos no les convenció que los despidos fueran en su favor. Alguien le tiró una silla al gerente. Otros empezaron a pegarle y patearlo. Finalmente fue arrojado por las escaleras, a su muerte. No hay detenidos ni encausados por el asesinato.
El asunto ha levantado ámpula en China. Una vez más, la apariencia de transición ordenada, de control gubernamental de la situación social, sufre un desgarramiento en la máscara. Los dislocamientos de los últimos tiempos en China han sido más graves de lo que parecen en la superficie. Y pueden estallar de maneras que el Politburó al parecer no puede, o no quiere, entender ni prevenir.