Me encontraba trabajando en el histórico poblado de Mapimí, Dgo. como veterinario comunitario, tenía poco más de un año de haber egresado de la facultad y aún estaba convaleciente después de un accidente cuando trabajaba en el municipio de Súchil, Dgo., también como veterinario, me auxiliaba de las muletas para desplazarme lo cual no era motivo alguno para no atender mi trabajo que consistía en dar asistencia técnica, principalmente a los grupos de ejidatarios que contaban con hatos ganaderos, realizando actividades como vacunaciones, castraciones, diagnósticos de gestación, etc., por lo general en ganado cebú, de lo más indómito y bravo para manejar en los centenares de hectáreas de agostadero semidesértico del municipio de Mapimí.
El trabajo era de lo más variado, así como podía realizar diferentes actividades en un día en más de quinientas cabezas de ganado bovino o caprino, hasta el atender a un pequeño puerquito con diarrea, contaba con la juventud y el entusiasmo del inicio de una profesión, así que me encontraba dispuesto las veinticuatro horas del día para cualquier emergencia que se presentara sin mostrar cansancio alguno, éramos varios los profesionistas que nos encontrábamos acampados de lunes a viernes en las oficinas que también la utilizábamos como casa-habitación.
Realmente éramos dos los veterinarios, ella, mi colega a quien recuerdo con mucho cariño, se encontraba recién egresada de la escuela de veterinaria y como yo tenía "más experiencia", que en realidad era sólo de unos meses por mi accidente, indebidamente pedía mi opinión en algunas enfermedades y tratamientos en sus consultas, y sobre todo en las cirugías que se le presentaban, siendo ella una excelente veterinaria.
Recuerdo que llegamos a realizar juntos diferentes cirugías, como cesáreas en vacas con problemas al parto en el corral de la casa, cirugías a un fino potrillo en la madrugada bajo la luz de los faros de las camionetas que se encontraba desangrando por haberse lesionado gran parte del cuello en una cerca de alambre de púas, cirugías de estómago en vacas por tragar infinidad de objetos.
En una ocasión un compañero de nosotros, Ingeniero Agrónomo, me pidió el favor de ir a ver a un animalito enfermo, claro con gusto le dije, solo que este paciente es muy especial, me contestó, a todos los pacientes intentamos hacer que se recuperen con los escasos medios que tenemos, me refiero a que no contamos un consultorio equipado, ni con la gama de medicamentos para las diferentes especies animales. No es eso, me dijo, se trata de un animalito cuyo dueño es el papá de la chica a quien cortejo, y él no me ve con muy buenos ojos, el enfermo es una cerda que ha dejado de comer y se encuentra muy preocupado y le hablé de ti, le dije que eras un excelente veterinario y que le aliviarías a su puerquita, así que no me hagas quedar mal, ya que es mi oportunidad para que me acepte como yerno. Vamos a verle, dije, pero en primer lugar ya le mentiste al decirle que era un excelente veterinario y en segundo que tal si muere, es cuestión de darle una buena checada y ojalá no te falle. Se trataba de una paciente porcina criolla de unos sesenta kilogramos de peso, había dejado de comer y se encontraba algo inquieta, al auscultarla encontré sus constantes fisiológicas normales, realmente no tenía ni la menor idea de lo que le pasaba a mi paciente, no podía pensar en el laboratorio debido a la distancia y a la premura del caso, esperaba la pregunta que atormenta a todo veterinario que aún no cuenta con un claro diagnóstico de la enfermedad, y sucedió, ¿Que tiene doctor?, dijo el dueño, tratando de ganar tiempo empecé hacer las preguntas de rigor, ¿ha cambiado de alimento?, ¿aplicó algún medicamento?, ¿ha presentado diarrea? No le quitaba la vista de encima a mi paciente esperando alguna información que me dijera algo con su comportamiento, y recuerdo muy bien que en el flanco izquierdo de su abdomen alcancé a ver una pequeña protuberancia que luego desaparecía, fue entonces que pregunté si la habían cruzado, realmente no sabían pues los cerdos que tenía se encontraban juntos y además su dueño no creía que estuviera preñada pues no había desarrollado su abdomen, pero tampoco la habían visto entrar en celo. Expliqué a su dueño que como no teníamos seguridad de que se había cruzado y la palpación no es un recurso muy útil como en los caninos para diagnosticar gestación, pero a mi parecer tenía una cría que no había salido en parto normal, mi única opción era realizar una cesárea, en caso de que tuviera razón, sería una o dos crías a lo mucho, y muy probablemente se encuentren sin vida pues el parto se había pasado y posiblemente esa era la causa de la enfermedad.
Su dueño una persona de más de sesenta años, no se encontraba muy convencido de mi diagnóstico, pero sin dejar de ser amable autorizó la cirugía de su querida puerquita y como se encontraba en el mismo poblado de Mapimí, opté por realizar la cirugía en un lugar más adecuado, sin el polvo y la contaminación del corral, ni la presencia de moscas y sobre todo espectadores que opinan pero no ayudan, así que adapté el cuarto de lavandería de la oficina como quirófano portátil.
Al preguntarme sobre las probabilidades del restablecimiento de la paciente, la persona más interesada de que saliera todo a la perfección, era el Ingeniero, claro no tanto por la paciente sino porque era el responsable de la recomendación y estaba en juego su aceptación, hizo una cara de angustia al conocer mi respuesta, le dije que no estaba el cien por ciento seguro de mí diagnóstico y sobre todo del restablecimiento del animalito, pero teníamos que hacer algo al respecto, la cesárea era lo más indicado en ese momento, peor sería no hacer nada y enviaríamos al animal a una muerte segura.
Me encontraba como primer cirujano en la lavandería de la oficina, como anestesista a mi colega veterinaria, como ayudantes ambulantes a cuatro ingenieros agrónomos incluyendo a nuestro jefe. Aunque todos llevábamos una excelente amistad, había una sana rivalidad gremial, podía decirse que eran celos de que los productores del campo tenían a los veterinarios como a sus consentidos, después de una labor que realizábamos en sus animales era rara la ocasión en que regresábamos con las manos vacías, y más si nuestro paciente sanaba, nos obsequiaban; quesos, cabritos, frijol, elotes, carne y hasta alguna que otra bebida, jamás nos permitían regresar con el estómago vacío, eran espléndidos en las comidas de rancho, siempre he dicho que son las más sabrosas, nutritivas y sanas, aún saboreo los riquísimos almuerzos con esas tortillas enormes y gruesas hechas a mano, con la salsa de molcajete y el queso de cabra hecho por la señora, los frijoles guisados con manteca de puerco, las picosísimas papas con chile verde, y los huevos inundados en ese caldillo de una salsa exquisita que jamás he vuelto a deleitar, sin faltar el aromatizante café de olla, preparado todo en viejas estufas de leña, fue una época inolvidable.
De antemano sabían mis ayudantes de que iba a realizar una cesárea sin estar yo del todo seguro de encontrar alguna cría, pero era la única opción de volver la salud a la paciente, sentía que los ingenieros se encontraban de ayudantes con la mejor voluntad sin dejar de expresar esa picardía para ver mi cara al haberme equivocado, con excepción de mi jefe cuya amistad hasta la fecha conservo y del ingeniero que quería quedar bien con su suegro, la única persona que contaba con todo su apoyo incondicional y que se encontraba más segura de mi diagnostico que yo, era mi querida colega veterinaria, realmente fui afortunado al contar con ese formidable grupo de compañeros que fueron excelentes y entrañables amigos.
Implementamos una mesa encima de los lavaderos, los ayudantes ambulantes se ocuparon de subir a la paciente y de la sujeción, procedimos a la anestesia, quedaron sorprendidos de lo rápido en que durmió, en aquel entonces hace más de veinticinco años utilizábamos un anestésico...