Ningún aficionado de los Acereros de Pittsburgh toleraría una descripción tan escueta de la “toalla terrible”.
Para los Acereros de Pittsburgh hay más que un trofeo en la línea. En juego está su lugar como la franquicia más ganadora en la historia de la NFL.
Los seis campeonatos, más que ningún otro equipo, están al alcance. La posibilidad de distanciarse de Dallas y San Francisco (empatados con cinco cetros) está a un triunfo.
Un triunfo que colocaría al actual equipo a la par de aquella laureada “cortina de acero” de los 70s, ganador de cuatro Super Bowls. Equipo que hace tres años sorprendió al mundo alcanzando la gloria como sexto sembrado de la AFC de la mano del coach Bill Cowher.
Hay muchos motivos para que los Acereros salten al campo del Raymond James con hambre, hambre de gloria, de reconocimiento al trabajo duro, sello del equipo y de la ciudad que los ha albergado desde 1933.
La actual defensiva, la mejor estadísticamente en la NFL desde 1991, lideró la liga en yardas totales, puntos admitidos y yardas por aire, quedando segundos en yardas aéreas.
Pero la unidad comandada por el Defensivo del Año, James Harrison, y el estelar safety, Troy Polamalu, está más que consciente que todos esos números sólo son un bonito logro, inútil si no es culminado con la obtención del campeonato.
Ellos saben que el legado de Jack Lambert, Joe Greene y Mel Blount, por más dominante que haya sido su defensiva, se basó en títulos, y la actual escuadra quiere emularlos con tal de ser dignos de mención a la par de ellos, formando un fuerte argumento que lleve, finalmente, al coordinador defensivo Dick LeBeau, al Salón de la Fama de Canton, Ohio.
La ofensiva tiene sus motivos. Ben Roethlisberger puede ser el segundo pasador en ganar dos títulos antes de cumplir los 27 años de edad, uniéndose a Tom Brady.
Mejor incentivo que el de unirse a uno de sus férreos rivales, es el de opacar al pasador que ha sido parámetro en la historia de Pittsburgh, Terry Bradshaw.
En el caso de que Big Ben obtuviera su segundo anillo en apenas cinco campañas en la NFL, opacaría las primeras cinco turbias campañas de Bradshaw en negro y oro, pues éste incluso fue desbancado de la titularidad primero por Terry Hanratty, en 1970, y luego por un corto espacio por Joe Gilliam, en 1974, año de su primer campeonato.
Hoy Roethlisberger puede superar a Bradshaw en ese departamento y alcanzar la mitad del camino de gloria que recorrió el inmortal pasador. Motivos sobran. El hambre no será cuestión ni pretexto. La gloria los espera, sólo en caso de que puedan contener a unos Cardenales de Arizona sin nada que perder. Pittsburgh tiene mucho más en juego, el orgullo y la tradición pesan, tanto o más que el acero.
La “Toalla terrible”, bandera extraoficial de los Acereros
Si se le mira objetivamente, no es sino una toalla pequeña, de unos 40 por 58 centímetros (16 por 23 pulgadas), amarilla, y con letras impresas en negro. Pero ningún aficionado de los Acereros de Pittsburgh toleraría una descripción tan escueta de la “toalla terrible”.
Fue creada en 1975 por Myron Cope, el fallecido y admirado narrador de los partidos de los Acereros, como una novedad para involucrar más a los aficionados en los partidos. Desde entonces, la toallita ha sido agitada por los aficionados jubilosos en la casa de los Steelers y en los estadios que el equipo visita, convirtiendo el graderío en un embravecido mar amarillo.
Al paso de los años, la preciada pieza se ha convertido en una especie de bandera, unificando a los habitantes de Pittsburgh y del mundo.
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