Por definición lo triangular muere equilibrado. El de ellos presumía un equilibrio sostenido y silencioso, de vértices precisos y suma exacta de ángulos interiores. Él tenía las cejas unidas y largas y pobladas, y me contó una tarde su historia en voz baja. Todo había empezado frente a la enredadera que bajaba al patio por la pared de ladrillo, escenario de los primeros encuentros, que ocurrieron cuando el hombre calvo salía a la calle, por la noche, y sus ojos apenas se cruzaban. Se volvían a ver después por la mañana, y a veces ella también aparecía, caminando frágil cual sobre cuerda floja. Así fueron pasando las semanas.
Desde la escalerilla de la azotea era posible ver la ventana de su departamento. Deseoso de encontrar algo subía a espiar por las tardes, hasta descubrir por fin la verdad frente a sus ojos: tendido, descamisado en un sillón, con ella a su lado, desnuda, amarrada, inmovilizada, sometida, calva también, un cráneo perfecto y cilíndrico que brilló aún más, días después, cuando la vio cruzando la calle casi corriendo. Tenía arañado el cuello. Un razguño exacto. Y, por la forma en que volteaba (sus ojos fijos), por la forma en que deslizaba los dedos por la herida, parecía querer enseñármela.
Una de esas tardes nos encontramos en el portón del edificio. ¿Tendrás un fósforo hermano? Me preguntó enfundándose la chaqueta rojiza. Se lo pasé en un descuido. Procedió entonces a encender el traste con ademán fugaz, y permaneció segundos con los ojos fijos en la llama, iluminado su cráneo. ¿Espiándonos desde la escalerilla eh? Preguntó como viéndose a un espejo. Voy a verla más tarde. Deberías unírtenos.
Ni siquiera esperaron mi respuesta. Roncas y tiradas se quedaron sus palabras, desparramadas por allí, mientras él se marchaba calle arriba rodeado de una nube de tabaco oscuro. Desaparecieron cerca de un mes. Agónico en mi soledad deseaba regresaran. Los deseaba. Deseaba.
De súbito fue ella quien rompió la tregua. Mientras caminaba en el parque vecino su voz comenzó tenue a llamarme desde la espalda. Era ella casi oscureciendo. Incrustando el cráneo entre dos barrotes de la cerca, parecía presidiaria sugiriendo ilusiones. Las delgadas venas apenas azul ceniza subían de su frente al cielo, cual dedo húmedo y sendero bifurcado que conducía a una escalera, la puerta, el baño blanco, el remolino colmado de placeres. Los meses siguientes fueron de líquidos, golpes, aullidos, sin nombres, pistas, destinos. Hasta que una buena tarde desaparecieron para siempre.
Lo triangular muere equilibrado. La unión de los vértices y la suma de los ángulos interiores. Basta el aporte exacto de cada elemento al placer fugaz, para adoptar formas distintas, isósceles, escaleno.
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