El día de ayer, asistí a una velada-homenaje a Jaime Sabines, organizada por mi amigo Salvador Hernández Velez, en el Partido Revolucionario Institucional.
La idea era hablar sobre la obra del chiapaneco, pero también de su paso por la política, pues en su vida fue dos veces diputado federal, por el PRI.
La reflexión obligada era entonces, ver: ¿en qué puntos se cruzan estas dos ciencias?
Porque tenemos que admitir que una y otra, la política y la poesía, son ciencias y tienen sus reglas específicas y es necesario aplicarlas si se quiere lograr cierto éxito en ellas.
Pero, partamos de la base de que fue Sabines un hombre desenfadado, que ni siquiera él mismo se tomaba en serio, como se puede advertir de su poema "El Peatón", en el que reconoce que por más que lo llamaran poeta, ni en la calle ni en su casa se le tenía por tal.
En eso se equivocaba don Jaime, porque en la calle, es decir, la gente común, sí lo reconocía no sólo como un gran poeta, sino además, como "el poeta del pueblo".
Y es precisamente ahí donde encuentro la primera vinculación entre el tipo de poesía que escribiera Sabines y la política.
Tanto el político, como el poeta, deben ser personas sensibles.
Uno, el poeta, saca de la realidad y de sus propias vivencias, el material de que se componen sus poesías. Eso y no otra cosa es la poesía. Realidad pura elevada a la categoría de rima, verso o prosa, según el género.
El otro, el político, tiene que sacar de la realidad las aspiraciones más sentidas del pueblo, para transformarlas en soluciones a la problemática que vive la gente.
Cuando el político se aparta de esa realidad, se aparta del pueblo y de su razón de ser. El pueblo busca guías que puedan solucionarle los problemas materiales.
Quienes gustamos de leer poesía, lo hacemos buscando que el poeta nos dé soluciones para los problemas del alma.
Sabines tuvo la fortuna, como lo dijo Octavio Paz alguna vez, "de encontrar muy pronto su voz"; y era una voz propia, porque nos hablaba de lo cotidiano. No era el poeta romántico y sufrido, aquejado por el desamor, sino el que hablaba de lo que pasa todos los días o lo que le pasa a cualquier hombre.
Ciertamente, era un maestro de la metáfora, pero lo era quizá, por la influencia que él mismo confesaba que ejercía sobre él la poesía de Pablo Neruda.
No importaba a qué se dedicara Sabines, solía escribir como si sólo ello importara.
Durante años fue un sencillo tendero y aun atrás del mostrador, no dejaba sus libretas en las que escribía al vuelo y rara vez corregía.
Se podría decir que él no buscaba las palabras, sino que las palabras lo buscaban a él y tenía que plasmarlas en papel, pues de otra forma lo atosigaban de día y de noche.
La poesía es música, métrica, forma y contenido; y en cierta forma, la política también lo es. Yo suelo desconfiar de los políticos que no acostumbran leer poesía. Se me hacen vacíos, muy vacíos.
A Sabines, lo aguijoneaba la muerte, el amor, la soledad y la lujuria, lo cual es común en muchos hombres. Pero supo también ser un buen político, porque tenía o poseía ese elemento fundamental, que a mi juicio, es la sensibilidad.
Un político insensible, es político de una sola elección y ni una más. Un poeta insensible, jamás llegará a incidir en la esencia de sus lectores.
Por eso Sabines será siempre Sabines, porque tenía la sensibilidad para llegar al pueblo; y por ello, también, cada vez que se leen sus poemas, encontramos novedades en ellos, porque es una poesía viva y vibrante.
Siguiendo su propia poesía, puedo decir: Me encanta Sabines. Dios bendiga a Jaime Sabines.
Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar que Dios te guarde en la palma de Su mano".