La aprobación por parte de la Asamblea del Distrito Federal de una reforma legal que abre el matrimonio a personas del mismo sexo, y les permite adoptar menores para su crianza y formación, de nueva cuenta pone el tema en un primer nivel de la atención nacional.
Contra la oposición de las bancadas del PAN y del PRI, la mayoría perredista aprobó la reforma sin ocultamiento vergonzante como ocurrió en el Estado de Coahuila con la llamada Ley de Convivencia, pues la reforma en el Distrito Federal al menos tiene la decencia o si se quiere el cinismo de reconocer que éste y no otro es el objetivo de esta tendencia política y legislativa de contentillo, empeñada en repartir complacencias para efectos electorales al costo ético y social que fuere.
No cabe duda que ante los acontecimientos, la izquierda perredista incorpora a su agenda político-electoral del año dos mil doce su falta de respeto a la vida humana en el caso de la legalización del aborto provocado y este otro que legitima el matrimonio entre personas del mismo sexo y postula esta nueva forma de adopción como sucedáneo de la paternidad, ante la irrecusable imposibilidad de que en tal caso opere el matrimonio como medio idóneo para la procreación conforme a natura.
La respuesta del cardenal Norberto Rivera no se ha hecho esperar, y de inmediato lamentó la "inadmisible y condenable ley inmoral", que desde su perspectiva, que es la de la Iglesia Católica, expone a los niños adoptados bajo tales circunstancias a sufrir "daños psicológicos" bajo tal "injusticia y arbitrariedad".
Tiene razón el padre Norberto, como se le conoce en su pueblo de La Purísima, Durango, pero la realidad es que los católicos estamos perdiendo en el seno de la sociedad la lucha en pro del fortalecimiento de la Familia Mexicana, antes que en las estructuras del Estado.
Durante el Sexto Foro Mundial de las Familias celebrado en nuestro país el mes de enero del presente año que está por concluir, entre las ponencias que enriquecieron el evento se encuentra la del teólogo Rainiero Cantalamesa, franciscano capuchino que en su conferencia magistral llamó a los católicos a luchar por evangelizar a la sociedad predicando con el ejemplo, sin esperar que el Estado laico haga de por sí la tarea estructural de proteger a la familia o a la vida humana.
A ese respecto Fray Rainiero recordó que en sus orígenes el cristianismo logró la conquista religiosa y cultural del Imperio Romano basada en el convencimiento por medio de la difusión de la Fe como palabra y vivencia efectiva. Sin embargo, el paganismo ha vuelto por sus fueros inundando nuestra vida pública, a raíz del insano divorcio entre Fe y Razón que trajo consigo la llamada filosofía racionalista.
El caso es que nuestros políticos mexicanos no pierden pisada para enarbolar cuanta bandera les rinda frutos electorales, y en consecuencia hoy día toman posiciones y así como el PRD asume las posturas contraculturales más extravagantes, el Partido Revolucionario Institucional se apresta a levantar el estandarte del conservadurismo ético, en la precandidatura anticipada de Enrique Peña Nieto.
La semana pasada se apersonó el gobernador del Estado de México en audiencia ante el papa Benedicto XVI, a fin de presentarle a la novia con la cual planea contraer nupcias, al tiempo que llevó como regalos a la Santa Sede, diversos motivos navideños creados por artesanos mexiquenses.
En la visita de Peña Nieto se confunde lo público con lo privado sin embargo, es congruente con sus convicciones personales profundas que lo vinculan al Opus Dei al través de su Alma Mater, la Universidad Panamericana, y como huésped de la Casa de la Prelatura durante sus años de estudiante.
Los efectos de ambas tendencias están a la vista. En el Estado de Chiapas el Gobierno perredista despenaliza el aborto, en tanto que en Colima el Congreso del Estado de mayoría priista asume una franca defensa de la vida humana desde el momento de la concepción.
Lástima que cuestiones tan delicadas las estemos dejando los mexicanos en manos de los políticos. Haríamos bien en reasumir nuestra posición como ciudadanos, para que en ejercicio de nuestra libertad de conciencia vivamos y debatamos como sociedad, lo que de otro modo corre el riesgo de trivializarse y corromperse.
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