El humor es el sentido más extraño: lo que para unos es causa de risa o de catarsis, para otros puede resultar un insulto. Como lo que se puede considerar una crítica más o menos graciosa en ciertos círculos, en otros les puede caer como patada en la espinilla.
Ello tiene que ver con que, por una parte, cada cabeza es un mundo; y los vectores de lo divertido pueden ir para un lado en alguien y hacia el contrario en su pareja. Y con que el humor suele echar mano de muy diversos recursos, no todos comprensibles ni asimilables como algo que dé risa.
Algo así le ocurrió al cartonista Sean Delonas, del periódico The New York Post. El cual, hace una semana, publicó en primera plana una caricatura que mostraba a un simio abatido en el suelo, sangrante con agujeros de bala; y un par de policías, uno de los cuales portaba una pistola humeante, en tanto el otro comentaba: "Tendrán que encontrar a alguien más que escriba el próximo plan de estímulos (a la economía)". El cartón jugaba con un par de conceptos: primero que nada, que el mentado plan de rescate gubernamental está hecho con las patas, y pareciera elaborado por un simio o alguna bestezuela semejante. Y segundo, enredaba ese tema con una noticia marginal ocurrida unos días antes y que va como sigue: en el vecino estado de Connecticut, una dama acudió a visitar a una amiga. Esta amiga tenía un chimpancé como mascota desde hacía años. Por razones ignotas el chimpancé, de unos cien kilos de peso, atacó ferozmente a la visitante, deshaciéndole prácticamente la cara a dentelladas. La dueña intentó defender a su amiga con un cuchillo cebollero, sin grandes resultados. Finalmente un policía abatió a balazos al chango
Atando cabos, la verdad es que el cartón resulta oportuno y eficaz. El problema es que muchos entendieron que el chango representaba a… Barack Obama, según la visualización racista que de los negros solían hacer los grupos supremacistas blancos, que equiparaban a los primeros con nuestros
lejanos antepasados antropoides.
Ante la alharaca armada por el cartón, el dueño del Post, Rupert Murdoch, uno de los magnates más desvergonzados y cínicos que habitan el planeta Tierra, tuvo que emitir una disculpa a quienes pudieran haberse sentido ofendidos. Ya si Murdoch, un pirata al que sólo le falta parche, perico y pata de palo, se anda plegando a lo políticamente correcto, entonces este mundo ya no tiene remedio.
Si se fijan, la típica tormenta en el vaso de agua, en donde hay que andarle dando explicaciones a quienes no entienden nada porque, precisamente, nunca se enteran de nada. ¿Se acuerdan de la portada del New Yorker, con Obama como terrorista islámico?
La verdad, el único culpable en todo esto esto… fue la irresponsable viejita que tenía una criatura salvaje en los bien cuidados suburbios de Connecticut. Y que, pese a las apariencias, simplemente actuó como lo
que era, es y siempre ha sido: un animal instintivo, que sólo en apariencia tiene que ver algo con nosotros... o de hecho, que de repente se parece demasiado a nosotros.