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¿Por fin, nuestro Pacto de la Moncloa?

Los días, los hombres, las ideas

FRANCISCO JOSÉ AMPARÁN

Fue hace un titipuchal de años. En un centro de convenciones que creo que ahora es casino o algún desplumadero por el estilo, Santiago Creel delineó ante el culto público lagunero lo que esperaba de la entonces balbuceante transición democrática mexicana. En aquellos tiempos Creel era un simple ciudadano elocuente, de gran carisma y con amplia credibilidad: aún no había sido Secretario de Gobernación ni Senador, no había entregado concesiones de casas de juego a Televisa ni embarazado a la güerita Edith González (¡Algo interesante tenía que hacer!). Ante el panorama presentado, un servidor no pudo menos que hacerle una pregunta pertinente: "Señor Creel, ¿quién será el Adolfo Suárez de nuestra transición?" Para mi decepción, Creel se salió por la tangente y echó un rollote pleno de retórica, generalidades y florituras: sí, así es como se logra embarazar güeritas.

Lo peor del caso es que seguimos esperando a un(os) hombre(s) del carácter, la amplitud de miras, la generosidad, la confiabilidad y la visión del futuro que conduzca a buen puerto la transición mexicana; la cual se nos presenta contrahecha, vapuleada y contaminada con las peores lacras que han hecho un fracaso de este país durante los últimos dos siglos. No, en México no ha habido un Adolfo Suárez. Ni nada parecido a quienes lo acompañaron en aquella travesía.

Cuando el Caudillo Francisco Franco pasó a mejor vida ("por la G. de Dios", como decían las monedas de cinco pesetas) el 20 de noviembre de 1975, se echó a andar un proceso que tuvo mucho de improvisación. En los últimos años el dictador había dado muestras de senilidad, y por lo mismo había preparado su sucesión y legado. Pero todo se le cebó cuando el 20 de diciembre de 1973 ETA convirtió a su heredero y sucesor designado, el almirante Carrero Blanco, en el primer astronauta hispano: una bomba lo voló hasta un quinto piso con todo y automóvil. Trunca así su sucesión, al decrépito tirano no le quedó de otra que sacar un emergente: Juan Carlos de Borbón y Borbón-Dos Sicilias, quien había estado toda su vida tras bambalinas, haciéndole al cuento de que seguiría el apolillado ideario franquista si tenía que entrar al relevo. De hecho, cuando lo coronan como rey de España, el 22 de noviembre, jura acatar los lineamientos del Movimiento Nacional de Franco. Por supuesto, al rato lo mandó por un tubo, junto al jefe de Gobierno que le habían heredado, Carlos Arias Navarro. Éste descubrió muy pronto que Juan Carlos se inclinaba por una democracia liberal y moderna y se le puso arisco, tratando de frenar las reformas estructurales encaminadas a lanzar a España a la modernidad. Juan Carlos lo reemplazó el 1º de julio de 1976 con el jefe de la Unión de Centro Democrático, Adolfo Suárez.

Éste empezó un laborioso proceso de construcción de puentes con todas las fuerzas políticas españolas, creando consensos y buscando siempre lo deseable para la nación: sabía que lo posible siempre se iba a quedar corto. Había que ir por transformaciones titánicas si se quería sacar a España del marasmo medieval de casi cuatro décadas; y para ello necesitaba todos los apoyos y acuerdos posibles. Que es lo que hace un estadista. Que es de lo que carece este país.

Esos esfuerzos parecieron tambalearse cuando una grave crisis económica azotó a España el primer semestre de 1977. Suárez convocó al Palacio de la Moncloa a todas los partidos con representación en el Congreso de los Diputados, y el 25 de octubre de ese año se llegó a una serie de acuerdos que encaminaron a España a la democracia y prosperidad de que hoy goza.

En busca de lo mejor para la nación española, en la Moncloa se sentaron en la misma mesa, entre otros: Felipe González del socialista PSOE; Santiago Carrillo por el Partido Comunista; Juan Ajuriaguerra por el Partido Nacionalista Vasco; y Miquel Roca i Junyent de la catalana Convergencia i Unió. ¡Socialistas, comunistas, vascos y catalanes decidiendo de consuno el futuro de España! Franco ha de haber estado dándose vueltas en su tumba como carrusel de feria.

De la Moncloa salieron acuerdos tanto en lo político como en lo económico. Ahí se sentaron las bases del despegue de España, que en tres décadas ha dejado a México mordiendo el polvo. Entonces España era más pobre que México, y hoy los españoles son más de dos veces más prósperos que nosotros. Ustedes dirán quién ha hecho las cosas bien. Y lo que se gana poniéndose de acuerdo en lugar de pasársela metiéndose zancadillas.

Por supuesto, no todo el éxito español se le puede achacar a los Pactos de la Moncloa (ejemplo: el reciente eurocampeonato). Pero de ahí surgió la idea de un constituyente que luego llegó a buen término. Ahí se templó un espíritu de concordia, de entendimiento, que vigorizó a la democracia y permitió que todos los grupos políticos (excepto los recalcitrantes de siempre) se dedicaran a cumplir su deber: trabajar para el progreso de la Patria, no estorbar para que las cosas sucedan. Mirar hacia el futuro con un ojo a lo que otros han hecho, y no pasársela rumiando el pasado, encerrados en sí mismos, mirándose el ombligo… que es para lo único que ha servido la casta política de la transición mexicana.

En su reciente ¿informe?, Felipe Calderón convocó a tirios y troyanos a hacer los cambios que este país reclama a gritos desde hace décadas. Propuso un decálogo de reformas destinadas a romper la inercia y apatía de un país paralizado por sus propios prejuicios, dogmas y simple ceguera. Invitó a "pasar de la lógica de los cambios posibles, limitados siempre por los cálculos políticos de los actores, a la lógica de los cambios de fondo que nos permitan romper inercias y construir, en verdad, nuestro futuro". Ciertamente los cambios posibles no nos han servido para maldita la cosa. Sólo para perder el tiempo. Lo que se requiere son los cambios necesarios, de los cuales podemos hacer larguísimo listado: liquidar los monopolios estatales y privados, acabar con el sindicalismo mafioso, enfrentar la impunidad en todos los ámbitos, terminar con las simulaciones que hacen a éste un país de coludos y rabones (Yo pago mis impuestos cuando sepa cuánto pagaron Napito y Romero Deschamps y la Gordillo y Montiel, ¿cómo ven?), acabar con los fueros y privilegios feudales que lastran la competitividad del país… ¡Uff ! Este país no necesita un decálogo; Moisés hubiera requerido grúa para bajar las Tablas de la Ley de lo que le urge

poner en práctica a México.

Pero volvamos a la pregunta que le hice a Creel: ¿quién será el Adolfo Suárez conciliador, el Felipe González que borró el anacrónico término "marxista" del ideario del PSOE, el Carrillo que entendió que la Guerra Civil no podía seguirse peleando a salivazos? Esa generación salvó a España. Para transformar a este país se requiere el consenso y la concordia. ¿Podrán alcanzarlas los actuales actores políticos... que son los mismos desde hace 15, 20 años, y así nos ha ido con ellos? ¿Podrán crear un equivalente mexica

del Pacto de la Moncloa? ¿Manlio Fabio Henaine… perdón, Beltrones, César Nava, Paredes, Navarrete, Rojas, los variados Chuchos (nada cuereros), ¡Fernández Noroña!, Gómez Mont? Me perdonan y lo lamento, pero todos juntos no valen lo que la uña de un pie de Adolfo Suárez.

Y si no, desmiéntanme.

Consejo no pedido para que le entre duro al destape (como se conoció a esa etapa de la España contemporánea): Lea “Si te dicen que caí”, de Juan Marsé, obra maestra sobre las heridas del franquismo. Provecho.

Correo: anakin. amparan@yahoo.com.mx

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