En la primera transmisión que se hizo por televisión de un Informe Presidencial (fue de don Adolfo López Mateos) me apantalló la suprema elegancia de Avecita, la hijastra de Don Adolfo quien enguantada y ensombrerada formaba parte del cortejo presidencial. Yo cuando sea grande quiero ser como ella -pensé.
Por entonces el "Día del presidente" iniciaba cuando el gran Tlatoani salía de su casa seguido por la "primera dama" y los "primeros niños" debidamente ajuareados para la ocasión. ¿Y qué desayunó esta mañana el señor presidente? -Jugo de naranja y cereal- respondía la imaginativa "primera dama" ante las cámaras de Telesistema Mexicano. Después de varias horas frente a la tele (era día feriado) escuchando cifras incomprensibles, papá solía burlarse de la larga fila de ansiosos lamegüe... (sic) que se empujaban entre sí para pasar a besar la mano del presidente en turno. Felizmente, gracias a la intransigencia de diputados y senadores que primero impidieron al presidente entrar al Palacio Legislativo para dar el Informe y después se quejaron porque el presidente no dio el Informe desde el Palacio Legislativo, todo acabó por limitarse al breve mensaje que Felipe Calderón dio al pueblo de México el pasado primero de septiembre. Yo como soy pueblo, lo entendí y agradecí la brevedad. Me queda claro que la situación por la que atravesamos es complicada y que para salir del bache todos tenemos que empujar.
Hubo tiempos en que nos atoramos en el "no" que el presidente nos imponía, ahora nos atoramos en el "no" que los obstruccionistas imponen al presidente. Urge encontrar el SÍ, esa suma de experiencia y serenidad que sin ser resignación ni derrota para nadie, se convierta en la energía que necesitamos para avanzar.
Los cambios que el presidente ofreció están en marcha, y aunque la escalada de violencia en el país es intimidante y la crisis nos ha tocado ya la cartera que es donde más nos duele; según las más recientes encuestas nuestro presidente sigue gozando de un alto porcentaje de aprobación popular. ¿Por qué? se preguntan los analistas políticos. Ya no batallen, aquí una simple damita de casa les tiene la respuesta: Porque no somos tontos. Seremos pedestres pero no incapaces de percibir la honestidad, la inteligencia y el valor con que nuestro presidente enfrenta (dentro de lo que las circunstancias le permiten) la peligrosa situación que atravesamos. La congruencia y el espíritu de servicio del presidente no son conejos sacados de la manga sino que están plenamente avalados por su historia personal. La crisis que hoy castiga severamente al mundo se agrava para nosotros porque debemos sortearla con una clase política que nos avergüenza y una ciudadanía en la que cualquier mayor de nueve años, ha crecido en el seno de una cultura nacional de corrupción y transa (conste que me incluyo).
Desgraciadamente las cosas no cambian por decreto, y cuando el presidente nos pide: "Construyamos juntos un México a la altura de nuestra dignidad" si bien entendemos que el llamado es inaplazable, eso de la dignidad es entre la mayoría de los mexicanos un concepto casi imposible de entender cuando tenemos que aceptar el despojo y la burla que hacen de nosotros los partidos políticos, cuando la educación de nuestros niños está condenada a la mediocridad desde hace tantas décadas por el liderazgo inmoral de la "maistra", cuando tenemos que resignarnos a que los delincuentes públicamente reconocidos disfruten de impunidad. Señor presidente, nada deseamos más que apoyarlo para conseguir los cambios que urgen; pero ¡no hay que ser!, ahórrenos tanta indignidad.