La crisis que asuela al mundo se ha convertido en una preocupación primaria en todos los países. La globalización que fue vista como un estímulo oportuno para incentivar un crecimiento económico universal y esparcir las virtudes y ventajas del libre comercio se convirtió en la gran banda de transmisión que contagia con corridas en cadena los efectos contrarios.
El desplome financiero en los Estados Unidos se ha irradiado con increíble celeridad hacia todos los demás sectores económicos llevando a extremos insospechados la recesión que venía insinuándose durante 2008. En franca depresión los reducidos índices de consumo no piden los ritmos acostumbrados de producción lo que se traduce en recortes laborales en todas las regiones del mundo.
Más de 625,000 desempleados se inscribieron en estas semanas en los servicios asistenciales norteamericanos. Son ya 6.5 millones de trabajadores que se mantienen en el ocio, el 6.8% de su fuerza laboral. El índice de desempleo en Europa es del 6.5%; en España el dato es del 13.5%.
Los despidos masivos se multiplican en la banca, la industria automotriz y de la construcción entre los casos más comentados. Los mercados de los países "emergentes", altamente dinámicos, se mencionan como los que habrán de salvar de la quiebra a las empresas del mundo industrializado. China e India, empero, comienzan a padecer una inesperada desocupación en las actividades dedicadas a la exportación.
La Gran Crisis que ahora se vive, la más drástica en los últimos cien años, ataca el factor más importante de la riqueza que es el trabajo. Es en su defensa que comienzan a tomarse medidas en los países más importantes, Estados Unidos, Europa y Asia para detener el desempleo y su concatenada compañera que es la inestabilidad social.
En Estados Unidos, el Programa de Apoyo a la economía que el Presidente Obama presentó a su Congreso propone gastar 900,000 millones de dólares, una parte principal destinada a obra pública de infraestructuras. La finalidad del Programa es generar nuevo empleo que contrapese la ola de despidos que se ha registrado por lo que es explicable que uno de los ingredientes del plan recién aprobado por las dos Cámaras sea condicionar el ejercicio de los fondos fiscales a la compra de productos y servicios de origen norteamericanos por encima de los importados.
La Clásula "Compre Norteamericano", provocó una inmediata reacción en Europa. Su aplicación impediría importar, por ejemplo, productos de acero europeos. Mal pueden, sin embargo, los europeos oponerse a la mencionada Cláusula ya ellos mismos han acallado las inquietudes de sus propios trabajadores desplazados por la crisis globalizada prometiendo protegerlos de la ola de inmigrantes que cada día llega a sus costas y fronteras, "¡los puestos británicos son para los trabajadores británicos!" dijo recientemente Gordon Brown, Primer Ministro del Reino Unido, ante una asamblea sindical.
Las protestas no se han hecho esperar advirtiendo que el mundo está a punto de embarcarse en una nueva etapa de proteccionismo la que se inauguró en 1933 con la Ley Smoots-Hardley que elevó las tarifas norteamericanas de importación iniciando una cadena mundial de represalias que ahorcó el comercio del momento y que algunos comentaristas señalan como uno de los factores que disparó la II Guerra Mundial.
Independientemente de que así fuera, el proteccionismo es condenado como un elemento que va contra la prosperidad general que supuestamente se obtiene con la total apertura comercial. Así las voces de los primeros ministros de Japón, de Canadá, el Reino Unido o de Australia. Se argumenta, por ejemplo, que las barreras a la importación cierran correlativamente actividades que dependen de la exportación creando desempleo. El aislacionismo nacionalista que el proteccionismo provoca, perjudica al consumidor nacional obligándolo a pagar más caro productos de probable menor calidad.
La teoría del comercio internacional es hermética. No tolera desviaciones. Supone, sin embargo, que se cumpla su hipótesis medular: la de que las condiciones de competencia sean para todos los países absolutamente iguales, homogéneas tanto en el comercio internacional como en el doméstico. Esta condición de mercado perfecto no se ha dado nunca. Los postulados del libre comercio no pueden ser entendidos ni mucho menos aplicados literalmente. Se necesita atender ante todo el interés social.
Al aprobar la "Cláusula Compre Norteamericano" dentro del Programa de Rescate, el Congreso en Washington aseguró que su aplicación se hará de manera "compatible con los compromisos en la Organización Mundial de Comercio y otros como el TLCAN".
En México estamos en vísperas de arrancar programas anticíclicos consistentes en un fuerte gasto en obras de infraestructura que ofrecen importantes oportunidades para la industria nacional.
Una política "Compre Mexicano", análoga a la Cláusula "Compre Norteamericano" es necesaria y oportuna. Nosotros también, podremos encontrar, como seguramente lo harán los negociadores norteamericanos en defensa de sus intereses nacionales, la forma de aplicarla "de manera compatible con los compromisos de la OMC y del TLCAN".
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