Celebró el PRI su vetustez, su conversión a la categoría de octogenario. Aunque en rigor analítico no pueda establecerse la filiación entre el Partido Nacional Revolucionario creado a instancias de Calles y el partido que mudó su apariencia en plena campaña presidencial de Miguel Alemán, en enero de 1946, a esta última agrupación le ha parecido siempre conveniente enlazarse de aquella manera con el pasado, para hacer suyas banderas revolucionarias de diversa índole, desde las levantadas por zapatistas y villistas hasta las que enarbolaron carrancistas y obregonistas, que no sólo coparon a aquellas corrientes populares sino que aún mataron a sus dirigentes.
El PRI cumplió su aniversario en el mismo lugar, el teatro de la República de Querétaro donde se reunió el Constituyente de 1917 y doce años después la convención nacional revolucionaria que generó el partido dominante casi único. Un profeta en el sentido bíblico de la expresión hubiera podido echar de ese templo republicano a los fariseos, porque era un sacrilegio expresar júbilo sobre los despojos constitucionales resultado del tasajeo que a lo largo de la historia cometieron en la Carta Magna los gobiernos conservadores disfrazados de revolucionarios. Mostró más cercanía con el presente priista lo ocurrido aquel comienzo de marzo de 1929: los delegados que llegaron a elegir candidato presidencial a Aarón Sáenz mudaron súbita y casi unánimemente de opinión y aclamaron al borroso Pascual Ortiz Rubio. No se ha aquilatado suficientemente, en la historia del presidencialismo, la dignidad ofendida de un hombre creyó haber sido elegido titular del Ejecutivo y lo abandonó al percatarse de que se había querido tenerlo sólo como un empleado, un firmón cuando mucho.
En la perspectiva de que en julio próximo brote de las urnas una poderosa bancada priista, si no superior al 50 por ciento de los votos de la Cámara, sí al menos de mayor tamaño que las restantes, que le devuelva numéricamente el papel preponderante del pasado, se dice que se tratará de un nuevo PRI el que de ese modo emerja legitimado de las urnas. Si en efecto la nueva distribución del poder Legislativo le concediera esa ubicación, ello no querría decir que por inmersión en las aguas lustrales de la democracia electoral el PRI se ha transformado, porque puede ocurrir que su triunfo se fabrique con los medios que hicieron famosa su panoplia electoral, que iba desde hacer votar a los muertos hasta corromper a los vivos.
Apenas hace dos meses en San Luis Potosí dio muestra de que sus maneras son las mismas que antaño, salvo porque no las diseña o aprueba el presidente de la República. Fue elegido candidato a gobernador el doctor Fernando Toranzo, que apenas unas semanas atrás había permanecido al margen, por voluntad propia, de la contienda interna sostenida con virulencia por un diputado y un senador que tenían presencia entre los militantes (o padecieron una ilusión más que óptica y creyeron tenerla). Secretario de Salud del Gobierno panista, es imposible admitir, porque va contra toda lógica, que en unas cuantas semanas sus correligionarios encontraran en él al candidato providencial que todos esperaban. No es, por lo demás, un hombre en que concurran rasgos extertores o una fuerza interna de los que sirven para arrebatar a las multitudes que, calladitas, le dieron su voto mayoritario y dejaron con la boca abierta a Jesús Ramírez Stabros y Carlos Jiménez Macías, los aspirantes derrotados no obstante que los apadrinaban, respectivamente Emilio Gamboa Patrón y Ulises Ruiz, esos maravillosos ejemplos de nuevo priismo, reluciente y deslumbrador.
No ha podido conocerse hasta ahora el mecanismo que forjó ese resultado. Se atribuye a la presidenta nacional del PRI Beatriz Paredes y al gobernador Marcelo de los Santos un acuerdo para conseguirlo. Por más exótica que sea la explicación, por más difícil que sea hallarle un móvil que satisfaga a intereses tan dispares (salvo el fortalecimiento de la posición propia, para fines ulteriores), no es válido declararla meramente imaginativa. Algo como eso debió ocurrir.
En esta etapa de selección de candidatos a diputados el PRI se ufana de que democracia interna. Mientras los timoratos e interesados comités nacionales del PAN y el PRD se reservaron un excesivo número de distritos donde no habrá contienda interna (o ésta se resolverá en una candidatura de unidad), y genearon con ello protesta de sus bases, el PRI someterá todas las posiciones al escrutinio de sus militantes. Eso quiere decir que serán los gobernadores quienes administrarán los procesos internos y obtendrán la cosecha correspondiente. Más que nunca antes en una elección intermedia para los reyezuelos priistas que gobiernan los estados (o los que cobijan a los comités priistas allí donde gobierna PAN o PRD) harán fuertes inversiones para contar con los diputados a modo que la sucesión presidencial requiere. Ante la escasez de generales de División que ambicionen lucir en su uniforma la cuarta estrella del generalato en jefe, aun los sargentos suponen posible estrenar charreteras, sobre todo si cuentan con pingües recursos para adquirirlas, es decir si puede pagar tiempo en la televisión nocturna, ese que está prohibido comprar.
El 17 de enero se reunieron en Los Pinos Calderón y los líderes priistas. Comenzaron por discutir teología. Disputaron sobre la protección de Dios y la Virgen a sus partidos. Ojalá los invocados se abstengan de una querella entre Madre e Hijo.