Acaban de ser subastadas unas cuantas pertenencias de Mohandas Karamchand Gandhi, llamado Mahatma que significa "Alma Grande", pensador y luchador pacifista hindú que obtuvo la independencia de su país en 1947. Los objetos consistieron en unas gafas, un cuenco y un plato para comer, unas sandalias y un reloj de bolsillo descompuesto, sin manecillas para el segundero; lo que habla de la austeridad de su vida al momento de su asesinato.
De todos los museos de gente trascendente que me ha tocado visitar, el de Gandhi en Nueva Delhi -desde mi particular punto de vista- es el más escaso en cuanto a bienes materiales: una rueca para hilar, la madeja, el bastón que utilizó para encabezar la "marcha de la sal" hacia el mar para señalar que ésta les pertenecía, unos lienzos que utilizaba de capa y taparrabos, unas gafas, el "dhot" ensangrentado que llevaba al morir, una de las balas que lo mataron, las urnas que mantuvieron sus cenizas antes de ser lanzadas al río Ganges, fotografías y correspondencia.
También recuerdo su catafalco de mármol negro que se encuentra en la ciudad de Nueva Delhi, con su llama votiva. Cuando uno se encuentra frente a éste siente una misteriosa paz interior, una serenidad que no se puede explicar. Por eso, ahora que ha salido en los medios la noticia de la subasta experimenté sentimientos encontrados, por un lado una tristeza por lo escaso del "lote", y por el otro, la confirmación de que él era realmente grande: no necesitó de bienes materiales para ser quien era; su persona era lo valioso.