Cada vez resulta más evidente que la vieja Europa está pasando aceite a la hora de integrar a sus comunidades no caucásicas y no cristianas. Que, a resultas de la inmigración de las últimas décadas, son cada vez más numerosas.
La experiencia del multiculturalismo es, para la mayoría de los europeos, una absoluta novedad. Después de todo, a lo largo del último milenio Europa nunca tuvo que tratar con minorías más importantes que la judía... que era culturalmente afín hasta cierto punto, y nunca representaba más que un minúsculo porcentaje de la población.
Ahora hay países que tienen hasta un 12% de sus habitantes nacidos fuera de sus fronteras, y muchos de ellos son musulmanes. Por primera vez, los europeos tienen que lidiar con gente de su entorno que no tiene al cristianismo como referente en común.
En algunos países ello ha traído no pocos conflictos que le resultan totalmente ajenos a las generaciones más viejas. Por ejemplo, en Francia, el gobierno de la V República tuvo que prohibir el uso de cualquier manifestación religiosa ostentosa en las escuelas públicas... básicamente para que las muchachas musulmanas no usaran pañoletas ni otras vestimentas que algunas activistas consideran vejatorios de la dignidad femenina.
Hace unos días, la Corte de Justicia Europea le ordenó a Italia que retire los crucifijos que suele haber en las aulas de las escuelas públicas de ese muy católico país. ¿La razón? Que una madre musulmana se quejó de que esos símbolos religiosos estresaban a su hija... y llevó su demanda hasta la más alta instancia europea, que falló en su favor. ¿Y saben qué? Que muchas escuelas italianas se van a pasar la euroordenanza por las Horcas Caudinas.
Suiza, la neutral y aburrida Suiza, que no es miembro de la Unión Europea ni posee una proporción de inmigrantes tan grande como la mayor parte del continente, también tiene sus problemas. Ello se puso de manifiesto con un curioso referéndum celebrado el pasado fin de semana en el país alpino.
El Partido Popular Suizo, de extrema derecha, ha hecho suya la política de hostigar a los inmigrantes, incluso usando posters electorales francamente racistas. Como parte de su campaña, se las ingenió para que se le preguntara a la población helvética si procedía o no el prohibir los minaretes en cualquier mezquita que fuera construida en Suiza. Según esto los minaretes, esas estructuras altas y esbeltas desde las que el muecín llama a oración, rompen con el paisaje arquitectónico tradicional suizo.
Lo sorprendente fue que el 57.5% de los votantes estuvo de acuerdo con ese despropósito. Así que ya no podrá haber minaretes en cualquiera nueva mezquita construida en Suiza. Al parecer, el racismo ya también llegó a la arquitectura. Lo cual no es ningún buen indicio para el futuro multirracial, multicultural de Suiza... ni de Europa.