EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

Raúl

RELATOS DE ANDAR Y VER

Ernesto Ramos Cobo

¿Qué es lo que está haciendo? ¿Qué es lo que en realidad está persiguiendo?

Probablemente nunca lo acabaré de entender. Dilucidar su tema, sus razones; saber qué es lo que piensa cuando, al acercarme a su negocio, lo veo reflejado en el cristal con una moneda antigua en la mano, o con un timbre postal extraño, y hace cuentas o dice cosas en voz baja. Tendrá unos setenta años. Nunca lo he visto reírse. Y hace ya tiempo que lo conozco.

Recoge incesante una hebra de su copete, y juguetea, sabedor –quizá— de cualquier cosa, mientras me escucha preguntarle dónde vende los timbres, o por qué piensa que esas monedas antiguas valen más que esas otras, pero no responde, sólo dice que a él le costó aprender, me tardé mucho tiempo, y yo permanezco en silencio detrás del mostrador; lo que pasa es que ustedes los jóvenes no saben que realmente estas pequeñas cosas son las importantes, la paz que dejan. Dice ese tipo de cosas y yo no le creo.

Frecuentemente lo diviso caminando por cualquier lado. Algunas veces cabizbajo. Otras con su perro. Las más con un pequeño portafolios bajo el brazo, y viendo fijamente un no sé qué, mientras camina con rápidos pasos. Siempre parece tener un propósito. Siempre parece tener un destino. Y es tanta la curiosidad, que hace días lo seguí a hurtadillas, lo vi pasar por los arcos viejos que colindan el mercado, seguir de largo el parque de agua verde, y reunirse en una esquina con tantos otros a intercambiar postales; la tarde fluyó así hasta que regresó a su tienda (que también es su hogar) ya casi oscureciendo.

He cometido de nuevo el error de juzgar sus actos con ideas propias: que ese vagar es más deseo de olvidar su centro, que curiosidad misma; que busca distractores porque hay algo que quiere aligerar; que no tiene nada que hacer.

Lo que pasa es que ustedes los jóvenes –me dice, piensan que todo tiene un propósito, que todo tiene un beneficio, que lo que no genera buenos pesos no vale la pena. No importa cuánto gano —responde, hablando de geografía, y mostrando de esa postal el timbre con su borroso timbre: “durante muy poco tiempo Zanzibar participó de esa ruta postal, hay pocas tarjetas como ésta…”, y parece que se va a reír, pero no lo hace.

Algún amigo me lo presentó. No recuerdo cuál. Después fui a su casa y vi sus libros, sus revistas apenas inicialadas, acumulándose, sus paquetes de cigarros, su eterna posición de duelo, sus largos silencios y sus manías a prueba de balas. Después comencé a frecuentarlo, a estimarlo, pero nunca terminé por entenderlo del todo. “Ustedes los jóvenes”… empieza diciendo, y aunque sé que por allí viene ya un comentario más de aquéllos, también sé que continuaré sin pista definitiva; me faltan los años. A tu edad viví en París casi 10 años – ¿sabes lo que eso me significó?

Últimamente lo he visto en el balcón de la Alameda, viendo un horizonte de pájaros, jugando al desquebrajarse de la tarde en sus manos. Sigo pensando que vaga para olvidar; que no puede estarse quieto. No sé. Lo cierto es que siempre que conversamos, al ver sus ojos azules reflejantes, creo descubrir de pronto en ellos una indestructible cualidad de espejo.

ramoscobo@hotmail.com

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 408184

elsiglo.mx