Hace una década, cuando algunos laguneros empezamos a establecer relación con representantes de organismos conservacionistas internacionales como World Wildlife Fund (Fondo Mundial para la Conservación de la Naturaleza, identificados por su logotipo de un panda), inicialmente nos sorprendíamos porque nos señalaban lo mal que hemos tratado la naturaleza en el lugar donde vivimos, refiriéndose no sólo a la Comarca Lagunera, sino a la Cuenca de los Ríos Nazas-Aguanaval.
En realidad sabíamos que teníamos serios problemas de deterioro de los recursos naturales en la cuenca, puesto que la parte alta presentaba deforestación en los bosques de encino-pino, severa en algunos sitios, que había problemas de sobrepastoreo en la parte media, los cuales si bien eran "lunareados" expresaba un uso inadecuado de los pastizales o los problemas de abatimiento de nuestros acuíferos en la parte baja por la sobreexplotación a que los tenemos sometidos, con serios problemas de calidad en el agua que extraemos de ellos, o los problemas de salinización de algunas áreas agrícolas, particularmente en las periferias donde desembocan los escurrimientos de los dos ríos que nos nutren de vida, o no se diga del aire contaminado que respiramos en la zona conurbada, saturado de metales pesados, por decir los más severos de una lista que nos hace campeones en un manejo insostenible de esos recursos.
Es lamentable que los laguneros hayamos adquirido esta famita nada deseable a este y cualesquier otro espacio geográfico ocupado por el hombre, que incluso aún tenemos la ironía suicida de cultivar un eslogan fatídico como "vencimos al desierto", reflejando con ello nuestro bajo perfil cultural dentro de ese término acuñado de pueblo próspero, emprendedor, que en un siglo convertimos esta región en un emporio económico.
Lo cierto es que las generaciones que nos han precedido se preocuparon por generar riqueza como base de la prosperidad enunciada, algo nada despreciable sino loable, pero no pensaron que ese crecimiento económico, al cual, desde luego, no podemos denominar como desarrollo, tendría un alto costo socioambiental. Pero si esas generaciones de laguneros no percibieron estos costos, a nuestra generación le corresponde reencauzar ese crecimiento por el de desarrollo, aunque sea basado en esta nueva utopía social, de desarrollo sostenible, porque si nuestro proceder no se guía por una visión, cosmovisión o paradigma, aún si sea lleno de romanticismo, entonces caminamos a la deriva.
Con estos antecedentes, y después de trabajar durante más de dos décadas en la docencia y la investigación académica sobre recursos naturales, cada vez más influenciados por esta oleada marcada por los problemas globales como el cambio climático, y ante las limitaciones que nos presentan las universidades cuyos procesos políticos internos distraen a su comunidad de aquellos que enfrentamos en el mundo real, en una comparación entre jugar canicas y curar enfermos, diversos académicos volcamos la atención hacia el otro lado de las bardas universitarias participando desde posiciones ciudadanas en la búsqueda de soluciones que hagan viable un futuro común más decente para las siguientes generaciones. Así nacen varios grupos conservacionistas que una década después han contribuido, aún cuando sea modestamente, en la toma de decisiones públicas a favor de la conservación de nuestros recursos naturales.
Uno de esos logros es la creación de los dos últimos espacios protegidos que se han declarado en 2003 y 2004, logros que también, desde luego, no sólo corresponden a estos grupos civiles conservacionistas, sino a un abanico mayor que incluye desde simples ciudadanos del campo y la ciudad hasta servidores públicos comprometidos con su responsabilidad gubernamental. La defensa de estos espacios protegidos responde a la ineludible realidad de cuidar lo poco que nos queda sin disturbiar, como son estos reservorios naturales, esos pequeños manchones aún no alcanzados por la mano destructora del hombre.
Ciertamente, es difícil para las personas que no ven la región desde una perspectiva histórica que permita comprender nuestro pasado, sin la cual tampoco podremos observar un futuro común, entender por qué la necesidad de proteger estos espacios, el porqué debemos conservarlos de la mano de sus dueños que son comunidades campesinas que los han cuidado, las cuales nos ofrecen el compromiso de seguir haciéndolo a cambio de que les apoyemos para salir de su pobreza, una moneda de cambio nada despreciable para los habitantes urbanos que deseamos continuar disfrutando de servicios ambientales no visibles como recarga de acuíferos, captura de carbono, conservación de biodiversidad, o los económico-sociales como producción de bienes, sobre todo alimentos sanos, y servicios como los recreativos. Quienes compartimos esta visión, creemos que no es grande el esfuerzo que debemos hacer para entender las razones de nuestro compromiso por la conservación.