“Nos damos cuenta de que la grandeza no es otorgada. Tiene que ser ganada.”
Barack Obama
La más antigua democracia del planeta tiene todavía mucho que enseñarnos. Ayer tomó posesión como presidente de los Estados Unidos Barack Obama. El que un mulato pueda ser mandatario de esta nación, en la que hasta 1964 era legal la discriminación racial, nos demuestra la capacidad de cambio pacífico de un país tan grande y conflictivo como éste.
Más que la ruptura de una barrera racial, sin embargo, me ha impresionado la madurez de Obama, y la de la clase política, para buscar los consensos que deberán permitir al país retornar a la senda de la construcción de prosperidad.
Cuando el republicano John McCain fue derrotado en las urnas por Obama el 4 de noviembre de 2008, de inmediato reconoció su derrota y pidió el apoyo de los estadounidenses para el nuevo mandatario. Posteriormente Obama invitó a Hillary Clinton, su rival en la campaña interna del Partido Democrático, a colaborar con él como nueva secretaria de Estado. Este lunes 19 de enero Obama cenó con McCain y buscó su respaldo en el Senado para impulsar una política nacional de recuperación económica. ¿Se imagina usted a Felipe Calderón cenando con Andrés Manuel López Obrador para buscar políticas más adecuadas para el país?
Este 20 de enero, en su discurso inaugural, Obama agradeció al “presidente Bush su servicio a la nación, así como la generosidad y cooperación que ha mostrado a través de esta transición”. Sólo entonces empezó a enumerar los puntos en los que ha encontrado fallas en la nación y en los que buscará enmendar el rumbo.
“El estado de la economía exige acción audaz y rápida –dijo en el discurso— y actuaremos no sólo para crear nuevos empleos sino para fijar nuevas bases para el crecimiento.” Prometió también una política de defensa que rechace “como falsa la disyuntiva entre nuestra seguridad y nuestros ideales… Empezaremos con responsabilidad a dejar Irak a su pueblo y a forjar una paz duramente ganada en Afganistán.”
Los mercados bursátiles le dieron una dura recepción al nuevo presidente. Hubo caídas severas y generalizadas en las bolsas de valores. Estos descensos comenzaron antes de la ceremonia de inauguración, pero el mensaje era claro: no habrá en los mercados una luna de miel con el nuevo presidente. Los inversores se mostraron preocupados por la cada vez mayor debilidad de las utilidades de las empresas, en especial de los bancos. Poco parece importar ya el tamaño de los paquetes de rescate que se han dado a conocer. Crece la impresión entre los administradores de fondos de inversión de que no hay dinero en el mundo que pueda servir para llenar el agujero de las empresas financieras o de las finanzas del Gobierno.
Obama asume la Presidencia con un reto inicial superior al que ha tenido cualquiera de sus predecesores desde que Franklin D. Roosevelt tomó el poder en enero de 1933. No sólo es la actual crisis mucho peor de lo que se pensaba hasta hace apenas algunas meses sino que las herramientas tradicionales para enfrentarla resultan cada vez más ineficaces.
En febrero de 2008 el ex presidente Bush impulsó un programa de reactivación de la economía por valor de 168 mil millones de dólares que incluía una enorme devolución de impuestos. En octubre aprobó otro plan, éste por 700 mil millones de dólares, destinado a respaldar a instituciones financieras en problemas. En diciembre anunció que cuando menos una parte de este dinero se emplearía también para apoyar a empresas automotrices. La Reserva Federal ha anunciado planes que ofrecen una garantía tácita para todos los ahorros en todos los bancos del país. El costo de este rescate es incalculable. Hoy Obama promete otros 825 mil millones de dólares de inyección de dinero en la economía.
Nadie puede enfrentar estos retos por sí solo. Obama ha hecho bien en buscar alianzas. Al contrario de lo que habría hecho un político mexicano, confrontarse con sus rivales políticos, el nuevo presidente ha entendido la necesidad de conjuntar esfuerzos para enfrentar una lucha por la supervivencia económica de la nación.
Estados Unidos, pese a todas las críticas que pueda uno hacerle, sigue teniendo esa capacidad de renovación que le ha permitido convertirse en la mayor potencia del mundo. Su proceso electoral, abierto a todas las libertades individuales, a todas las críticas entre candidatos, sigue siendo vital y vigoroso. Le ha permitido a una persona de una raza discriminada, y que hasta hace unos años no pertenecía a la clase política, llegar en un tiempo muy breve al máximo cargo del país. El sistema mexicano, mientras tanto, sigue protegiendo a una clase política aristocrática.
Mucho tenemos que aprender de la democracia de Estados Unidos: no sólo por sus procedimientos y libertades, sino por el respeto que los participantes les tienen a los resultados electorales, aun si les son adversos, y a sus rivales. Es este respeto, que nos falta a los mexicanos, lo que vuelve tan vigorosa la democracia de Estados Unidos.
SANGRÍA
El Dow Jones cayó 4.01 por ciento, el Nasdaq 5.78, la Bolsa Mexicana 5.79. Continuó así ayer la sangría de los mercados bursátiles. La confianza no ha regresado aun a pesar de la toma de poder de Obama. La señal es que un cambio de presidente no es suficiente para detener la mayor pérdida de riqueza en casi 80 años.
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