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Reality death show

EL COMENTARIO DE HOY

Francisco Amparán

Hace algunas semanas (el 4 de este mes, para ser precisos) comentábamos sobre la tormenta de opinión pública desatada en Inglaterra cuando un canal de televisión anunció que emitiría un "reality show" en el que los concursantes serían ni más ni menos que niños. Y como mucha gente había tildado el programa de irresponsable, de mal gusto y de burdo recurso mercenario para aumentar la teleaudiencia, aprovechándose del morbo del respetable y culto público británico

Pues bien (o pues mal), ese proyecto se queda corto en relación con otro que, francamente, nos da escalofríos: desde estos días, y hasta que fallezca de cáncer, las cámaras de una empresa televisiva seguirán la vida y obra de una de esas celebridades que se vuelven famosas por las razones equivocadas: Jade Goody.

Goody saltó a la fama pública cuando en 2002 ganó el concurso debutante de la versión británica de "Big Brother". Y lo hizo pese a sus evidentes desventajas: es una mujer inculta, tosca, a veces agresiva, que del buen gusto conocía apenas la expresión. Pero a mucha gente en Inglaterra le cautivó la naquez, crudeza y falta de dobleces de esta mujer marginal. Lo que se veía era lo que se obtenía.

Goody aprovechó su fama para sacar desde dos autobiografías hasta una línea de perfumes. Hasta eso, supo exprimir la veta que había surgida de su propia explotación. Y no, ni siquiera se expuso al ridículo ofreciéndose como candidata a diputada por el Partido Verde.

Luego de algunos escándalos (como el haber hecho comentarios racistas sobre una compañera de casa en una versión posterior de "Big Brother"), Jade Goody siguió la típica ruta de quien es famosa por la sencilla razón de que es famosa. Hasta que, hace unos días, se le detectó un cáncer cervical que ya se había metastizado: la prognosis es que le quedan unos cuantos meses de vida, cuando mucho.

Para asegurar el futuro de sus dos hijos, Goody decidió vender los derechos a una estación de TV y una revista para que puedan seguir de cerca lo poco que le queda de vida. Y de nuevo el público británico se enfrenta a una situación anómala y a una pregunta elemental, pero profunda: ¿Se vale explotar la agonía de una persona? ¿Qué puede obtener el público del escrutinio de la cada vez más agotada existencia de una desahuciada?

Aunque la televisora ya dijo que no transmitirá el momento de la muerte, el cuestionamiento es válido: ¿No es éste el colmo del mal gusto, el símbolo más notorio de que el mundo actual ha abolido la intimidad para hacer público todo, incluso lo más privado como la muerte?

Buenas preguntas

Ah, y para deleite del mundo de las ironías: el canal de televisión tiene el festivo nombre de

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