Y E hemos comentado que, junto a las fiestas de Navidad llegan muchos y muy bellos recuerdos de las formas y costumbres en que antaño se celebraban estas fechas.
Como recientemente degusté los primeros tamales de la temporada, me vino a la mente la forma en que antes se hacía este delicioso manjar que data, seguramente, del tiempo de los aztecas.
En realidad era todo un ritual que comenzaba desde el momento mismo en que se ponía a remojar el maíz con cal, para purificarlo.
Luego, las buenas tamaleras, lo molían en metate, siempre cuidando de no lastimarse las manos u otra parte del cuerpo, porque decían las antiguas que esos machucones eran peores que los dolores de parto.
Una vez preparado el maíz, había que llevarlo al molino, donde se molía bajo la supervisión de la tamalera, pues la masa debía quedar de una determinada consistencia y era ella la que decidía el punto exacto.
Al tiempo que se desarrollaba ese proceso, las hojas de maíz se ponían en remojo toda una noche, a fin de que estuvieran blanditas al día siguiente.
Simultáneamente se preparaba la carne de cerdo con chile colorado y otros guisos, que en su oportunidad iban a ser el relleno de los tamales.
Con todos los ingredientes a la mano, la madre dirigía la "operación tamal", sentada en su trono, que lo era una silla de la cocina, y desde ahí dictaba las órdenes
Que nadie podía discutir y todos ejecutábamos sin chistar. Además, ella misma participaba en su elaboración, de manera especial, colocando la carne dentro de la masa, para que no hubiera desproporciones.
Todos embarrábamos las hojas, pero se las pasábamos a ella para que hiciera esa operación.
Los tamales crudos se iban apilando ordenadamente dentro de una olla especial que todo el año se guardaba para tal efecto y se ponían a cocer durante muchas horas, hasta que la madre determinaba que ya estaban listos.
De ahí en delante, todo era felicidad y gula, pues desayunábamos, comíamos y cenábamos tamales, si más no había. Y recalentados, bien se sabe, son mucho más sabrosos.
En cambio ahora, las señoras si acaso se toman la molestia de llamar a "tamales y tamalitos", para que les manden determinado número de kilos, pero hasta ahí llega su intervención. Y aun así, todavía se quejan, algunas, de lo caro que están los tamales. Si en verdad no quieren gastar, pónganse a hacerlos a ver si no les suda el copete.
Otro recuerdo, pero no agradable, de aquellos años, era la forma en que se entregaban los aguinaldos, pues debo decir, que muchos patrones sin escrúpulos, lo entregaban, a veces, hasta el día 24 en la tarde y los pobres padres tenían que ingeniárselas para conseguir a esas horas los juguetes para sus hijos.
Eso sí, podía usted ver en la misa de gallo a esos mismos patrones comulgando muy devotos y hasta con pencas de nopal en la espalda, para dar más lástima, cuando en realidad habían escamoteado el aguinaldo hasta el último momento, en un gesto inequívoco de la avaricia que los suele caracterizar.
A tal extremo debe de haber llegado ese abuso, que se tuvo que reformar la ley, para obligarlos a entregarlo con anticipación, porque de otra manera no lo hubieran aflojado.
Y sin embargo, tampoco tenían ningún remordimiento, al sentarse a sus mesas bien abastadas a cenar en la Noche Buena, como si tuvieran la conciencia muy limpia.
Porque ese dinero es un derecho de los trabajadores que se lo han ganado legalmente a lo largo de todo el año y ellos lo esperan con verdadero gusto, pues con él pueden proporcionarles a sus familias unas fiestas decorosas.
Tratar de evadir esas responsabilidades, como también el salario justo de los trabajadores, es casi criminal; y sin embargo, hay quienes se han enriquecido de esa forma y algunos les llaman ceremoniosamente: "Señores".
Por eso en esta Navidad, además de todos los regalos que compremos para dar a nuestros amigos y familiares, compremos uno extra para entregarlo a algún niño humilde que llegue a nuestra casa pidiendo algo de ayuda.
Y hagámoslo, porque esa es la encarnación del Niño Dios, a quien nunca le toca nada, no obstante ser su aniversario.
Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te guarde en la palma de Su mano".