Quizá uno de los peores cánceres de la vida pública en el Siglo XXI sea el cinismo prevalente en todo tiempo y lugar. Ello va desde el muy esperable campo de la política, donde numerosos especímenes pasean sus desvergüenzas muy quitados de la pena; hasta el deportivo, en donde un país puede calificar al Mundial de Futbol gracias a una manota que vio todo el mundo... y que reconoció el que la cometió. Eso sí, después del partido. Y hasta eso, pidió disculpas. Pero la puñalada trapera sufrida por Irlanda no se la quita nadie.
Por eso, por vivir en un mundo pleno de cinismo y poca vergüenza, es de hacer notar la actitud de los jugadores del club inglés de futbol Wigam. Y su decisión se presta a algunas reflexiones.
Resulta que este club, generalmente situado a media tabla en la Liga Premier, jugó el fin de semana pasada contra un club londinense de gran prosapia, el Tottenham Hotspurs. Parecía un compromiso difícil pero salvable. De hecho, el primer tiempo terminó con empate a uno. Pero al empezar la prórroga, al Wigam le cayó el chahuistle.
En los últimos cuarenta y cinco minutos de juego, Wigam recibió la friolera de ocho goles. Algunos de fantasía, otros de chiripa, uno que otro más bien bobo. El caso es que la portería de Wigam se llenó de cuero, y el marcador final fue un insólito y contundente 9-1.
Por supuesto, ya se imaginarán cómo estaban de ánimo sus seguidores. Especialmente los que se chutaron el viaje hasta Londres para sufrir semejante humillación.
Con el objetivo de lavar sus culpas, el capitán del equipo, Mario Melchot anunció que los jugadores se comprometían a pagar de su bolsa los gastos en que hubieran incurrido los hinchas que los acompañaron a la cita fatal. Es lo menos que podían hacer después de tan lamentable exhibición, dijo.
Así que, por haber decepcionado a su afición, los jugadores del Wigam le van a reembolsar pasaje y boletos a sus fans. Vaya, vaya.
Por un lado, tan generoso gesto no afecta mucho que digamos la economía de los futbolistas. Con los sueldos que se perciben en la Liga Premier, el desembolso será como quitarle un pelo a un gato. Un jugador medianón gana en una semana lo que un aficionado obrero en un año.
Pero por otro, estaría bien que el caso sentara precedente, y no sólo de aquel lado del Atlántico. ¿No sería bueno que hubiera algún tipo de compromiso para que, cuando un equipo haga el ridículo, sus jugadores compensen a la mártir afición... mínimo, con una carne asada gratuita?
Si se fijan, las posibilidades son muy amplias. Por ejemplo, ¿no podríamos pedirle algunas chambas de reembolso a quien prometió ser el presidente del empleo?