Se dice que el poeta André Bretón, a quien se le considera el padre del movimiento artístico llamado surrealismo, afirmó que México era el país más surrealista del mundo. Esto es, donde lo mágico, sobrenatural o simplemente absurdo era el pan de cada día. Y no solo eso, sino que los mexicanos tomábamos lo ilógico e irracional como evento cotidiano.
Por supuesto, nadie en su sano juicio osará desmentir al señor Bretón, teniendo en cuenta la realidad que vivimos día con día. Desde el seno familiar hasta las decisiones de Estado, la mexicanidad está salpicada por todos lados de sucesos francamente surrealistas.
Claro que, en asuntos públicos, lo surrealista suele juntarse con la torpeza, la voracidad y la ineptitud. Y aunque el proceso pueda resultar hasta hilarante, por lo general todo ello le sale carísimo a un país al que no le sobran los recursos precisamente.
El caso de la construcción de la nueva refinería podría inscribirse en los anales del más puro surrealismo mexicano
México importa gasolina desde lugares tan remotos como la India porque no tiene capacidad propia de refinación de petróleo crudo. Por ello, resultaba importante construir más infraestructura de ese tipo. Por supuesto, como somos nacionalistas (que en México parece ser sinónimo de estúpidos), prohibimos la inversión privada y extranjera en ese rubro. Como no hay lana, sólo vamos a hacer una refinería, que no servirá de gran cosa y nos condena a seguir importando gasolinas durante otra década. ¿Por qué una y no cinco o seis? Ah, porque estamos defendiendo la soberanía impidiendo la coinversión. Pemex se pudre, pero se pudre siendo totalmente mexicano.
Ya que se acordó ese sinsentido, el chiste era ver dónde se instalaba la planta. Los estudios técnicos indicaron que el mejor lugar era en el estado de Hidalgo (priista). Esa entidad nada más tenía que apechugar con 700 hectáreas para la construcción de la refinería. A su Gobierno se le dieron cien días para proporcionar el terreno.
Pasaron esos cien días, e Hidalgo no acabaló con la extensión requerida. Entonces Guanajuato (panista) plantó su pica en Flandes y dijo que estaba dispuesta a entrar al quite. Pemex cambió las reglas y dijo que la refinería sería del que juntara las hectáreas requeridas más rápido. O sea que todos los argumentos técnicos, que son los que deberían de contar, se fueron a la basura. Ahora se trata de una absurda carrera a ver quién consigue más tierras más rápido. Y todo ello, con un hediondo tufo a politiquería de la peor especie. ¿Y el país? Que se lo lleve el demonio.
Por eso proponemos que la nueva refinería, cuando y si se llega a terminar, lleve por nombre el de André Bretón. Digo, honor a quien honor merece.