El domingo pasado los regidores panistas electos al Ayuntamiento que gobernará a Torreón a partir del primero de enero, publicaron un desplegado en la prensa regional, de cara a la tarea que habrán de asumir.
Los ediles electos hacen una autocrítica aunque meramente superficial, sobre el Gobierno panista que encabeza José Ángel Pérez Hernández. Reconocen con humildad que Acción Nacional recibió un justo castigo en las pasadas elecciones; dicen con razón que "ningún error del pasado debe servir de pretexto para no corregir en lo presente y futuro", y en forma legítima hacen suya la demanda ciudadana que exige la eliminación de privilegios y gastos superfluos en el próximo Gobierno municipal.
Sin embargo, los futuros regidores panistas se equivocan cuando concluyen con ligereza haber "dado la vuelta a la página...", porque si bien es correcto que tengan la mira en el porvenir y pongan manos a la obra de Gobierno de inmediato, ello incluye la obligación del Gobierno municipal entrante de recibir la administración de la ciudad bajo auditoría, llamar a cuentas a los funcionarios del Gobierno saliente y fincar responsabilidades.
Sorprende la irreflexiva conclusión de "dar vuelta a la página" a la que llegan los regidores electos, porque todos ellos son ciudadanos capaces y sin tacha a excepción de Rodolfo Walss Aurioles, personaje que por encontrarse ligado de manera entrañable al gobierno de José Ángel en el más alto nivel, es corresponsable de la rendición de cuentas a la que está obligado Pérez Hernández, tanto frente a los ciudadanos de Torreón como al interior del partido que lo postuló con resultados tan lamentables.
La posibilidad de que el PAN haga algo para que José Ángel rinda cuentas y se le finquen responsabilidades es muy remota. Fue candidato y ganó la elección avalado por una trayectoria como persona de bien y empresario exitoso, que fue su carta de recomendación primero ante sus compañeros panistas que lo postularon y después frente a los electores que lo hicieron alcalde.
Sin embargo, una vez que tomó posesión del cargo, Pérez Hernández se transformó en alguien irreconocible hasta para sí mismo frente al espejo. Con absurda anticipación se entregó a la ilusión de ser candidato del PAN y gobernador de Coahuila para el año 2011, descuidando su gestión como presidente municipal.
Ya como alcalde José Ángel cambió la faz del PAN y trastocó su esencia, al afiliar en masa a un tropel de oportunistas de la peor ralea entre empleados suyos, amigos de la infancia, priistas encubiertos y hasta simples mercenarios y enseguida acomodó en la nómina municipal a seiscientos de ellos.
José Ángel integró su equipo de trabajo cubriendo cuotas de poder en el seno de su partido, con lo que obtuvo el control que al interior del PAN mantiene hasta la fecha. La designación de sus colaboradores estuvo determinada por tal criterio y cada burócrata de cualquier nivel estuvo actuando por su cuenta, convertido en cabeza de su propio proyecto personal o faccioso, lo que hizo fracasar el sentido de disciplina y funcionalidad del conjunto.
Como consecuencia lógica de tal esquema se lapidaron los recursos económicos, se deterioraron las finanzas, colapsaron los servicios y menguó la calidad de la obra pública.
Ya despierto del sueño guajiro de ser gobernador, José Ángel se apresta a convertirse en dirigente estatal del PAN, como patente que le asegure la impunidad después de su mal desempeño.
En tal escenario, tampoco es de esperar que los gobiernos priistas de Humberto Moreira y Eduardo Olmos exijan cuentas ni finquen responsabilidades en serio a Pérez Hernández. Es previsible en cambio que se solacen en utilizar el tema en los medios de comunicación para mantener viva la irritación ciudadana y golpear al PAN por tiempo indefinido.
Lo anterior es así porque en primer lugar la permanencia de Pérez Hernández como Caballo de Troya dentro del PAN de Coahuila garantiza la atrofia mortal de ese partido durante el tiempo que dicha situación prevalezca; y en segundo término, porque los gobiernos del PRI por sistema evitan exigir cuentas ajenas para eludir la rendición de las propias.