Apoyo. La anunciada decisión del Gobierno de Estados Unidos de cerrar el centro de detención de Guantánamo, en Cuba, ha sido bien recibida en el mundo.
Meses de incomunicación, noches en vela, tortura psicológica e insultos fueron parte de la terrible experiencia que vivió Abu Bakker Qassim durante los cuatro años que pasó en la polémica prisión estadounidense de Guantánamo (Cuba), hasta que fue declarado inocente y logró refugiarse en Albania.
Por eso, la anunciada decisión del Gobierno de EU de clausurar el centro de detención ha sido muy bien recibida por este musulmán chino de origen uigur, refugiado ahora en Albania.
Bakker Qassim afirmó que “cuanto antes cierren (el centro de Guantánamo), mejor. La decisión de (Barack) Obama de cerrar Guantánamo es justa. Durante ocho años (George) Bush permitió que funcionara esa cárcel y cometió un grave error que Obama debe arreglar ahora”, dijo.
Bakker Qassim, de 39 años, llegó a Albania en mayo del año 2006 junto a otros cuarto compatriotas, que estuvieron recluidos en Guantánamo durante cuatro años. El paso por ese centro de detención marcó su vida para siempre.
La peripecia comenzó en verano del año 2001 cuando Bakker Qassim decidió abandonar la provincia china de Xinjiang, en busca de una vida mejor y escapar de la represión del Gobierno central chino.
A la espera de un visado de entrada a Irán, se cobijó en un pueblo uigur de Afganistán hasta octubre de 2001 cuando el Ejército estadounidense empezó a bombardear a los talibán, a los que acusó de haber colaborado con la red terrorista de Al Qaeda en los atentados del 11 de septiembre 2001.
Abu Bakker huyó a Pakistán, donde fue capturado por unos campesinos shiies que lo entregaron al Ejército de Estados Unidos.
Desde el centro de detención de Kandahar, en Afganistán, el uigur fue enviado a Guantánamo en junio de 2002, donde pasó a ser el preso número 283.
“Tenía una buena imagen de EU como país que portaba la democracia a todo el mundo. Pero allí (en Guantánamo) no había democracia. Mucha gente era inocente, como yo”, cuenta Abu Bakker.
Durante 10 meses vivió dentro de una jaula de menos de cuatro metros cuadrados en el que había sólo una cama, un retrete y un lavabo. Y en los primeros cuatro meses no pudo hablar con nadie porque no entendía ni el árabe, ni el afgano, idiomas de los otros presos.
La única libertad que gozaba en un día era leer el Corán, pasear con pies y manos atados durante diez minutos en una jaula más grande y disfrutar otros 5 minutos del agua fresca de la ducha.
