Dígame usted lo que quiera, pero no es posible vivir este estado de excepción, que parece normalidad eternizada. No solamente me refiero a nuestra malograda transición, que va por ningún lado, sino al estado de las cosas, el abandono y falta de pujanza, la inseguridad que todo lo permea, las calles vacías por las noches, el descontento y desconfianza generalizado.
Me sirve de ejemplo el trayecto carretero Torreón-Ciudad Juárez. Primero que nada salir temprano, porque "en las carreteras de Mexico no se transita de noche". Dicha aseveración -de la boca de un pariente que respeto, confirma la apropiación post-ocaso de la red carretera, por entes ajenos al Estado, situación peligrosa que en ninguna coyuntura debería asumirse como normal. El monopolio del uso de la fuerza, y la obligación del Estado de garantizar la seguridad, y la libertad de tránsito ciudadana, debe ser en todos sitios, a todas horas.
Ante actitud tan purista, usted me podrá decir que no la haga de emoción, que me siga de largo, si es que tanto quiero y me gusta el trémulo silencio de la carretera nocturna (lo cual es cierto). Le contestaré -sin embargo, que de eso no estamos hablando; sino del hecho, tajante y evidente, de que la incapacidad de nuestro Gobierno nos ha obligado a vivir en calidad de rehenes; a vivir en una frustrante no-libertad de estado fracasado.
Entonces mejor conducir de día y no correr el riesgo de verte violado donde sea. Aunque ello no garantice la pequeña molestia, que cada tantos kilómetros pase un convoy militar, con un enmascarado con arma de 50 mm casi engatillada, viéndote a ti, y a tu esposa, y a tus hijos, con cara de malos amigos, ys que además, si es que te ponen el alto, la pequeña molestia es que terminen hurgando cualquier vaina entre las piernas de tu esposa, o de tus hijos.
Se podrá argumentar entonces que los militares salvadores, que la lucha contra el crimen y que "el ejército mexicano como la única institución cuya fama sigue intachable", y yo escucharé con atención defender un status quo similar a guerra. Mas de lo que estoy cierto y de lo que nunca podré convencerme, es de considerar normalidad todo esto, que me apunten con un arma, que urgen de automático en mis pertenencias, que no haya fuero común para juzgar a los que están detrás del gatillo. Esta no debe ser nuestra normalidad.
Ni tampoco debe ser normal en la carretera, desde tempranito, y de pronto la primera caseta, un largo tramo de baches y arreglos, la segunda caseta, más hoyos, un desnivel que te saca del asfalto, y cuando menos lo piensa uno, ya se gastó un quinientón y un par de amortiguadores.
Basta entonces de corajes y detengámonos en Villa Ahumada. Un burrito de deshebrada, porque no todo tiene que ser tan malo. Pero embutámonoslo ahora y con prisas, antes que por ineficiencias, e intereses gubernamentales, se ponga en entredicho alguna cuestión sanitaria, y se llegue al extremo de comprometer la calidad del burro (como ocurre siempre que hay negocios).
Llegamos a un Ciudad Juárez desecho, donde todo se renta, aceptando autómatas lo que ocurre, haciéndonos los ciegos. Ante esta realidad que golpea, el ciudadano invisible, solitario, creyéndose incapaz, pierde la observación y la queja. Ni siquiera lo motiva considerar totalmente injusto, y ultrajante, el no poder transitar de noche -no tener a dónde ir de noche, por miedo a que te perjudique una legión de incontenidos. Ni siquiera le parece suficiente, para levantar la voz, ese atorrante pagar y pagar y pagar, cuotas de una carretera embachada, sin acotamiento. No hay queja en la invisible ciudadanía, ni gritos que exijan el lugar a donde queremos transitar.
Precisamente, se dice que estamos en transición, en un proceso gradual de construcción democrática, que transcurre en alternancia de quienes detentan el poder. Nada estructural ha ocurrido, sin embargo. Las cosas siguen haciéndose mal, independientemente de colores. No se distribuyó el poder, no se benefició a la mayoría, no se fortaleció al ciudadano, no se desmembraron privilegios, no se limitaron los poderes facticos. Al contrario. Se orilló al país a un estado de excepción, que más bien parece normalidad eternizada, y del cual es obligación ciudadana exigir el salir de inmediato.