La pugna entre la modernidad y la tradición, el afán de conciliar los cambios acelerados y la preservación de las costumbres ancestrales, se presenta en todos lados. Claro que en algunos más que en otros. Por ejemplo en México, nuestra histórica propensión a no hacer las reformas necesarias para que el resto del mundo no nos pase por encima, se conserva en magníficas condiciones de salud. Tan hermosa tradición de hacer las cosas que hay que hacer tarde y mal, y sólo cuando ya no tienen remedio, no es amenazada por nada ni por nadie
En algunos estados del llamado Viejo Oeste norteamericano, el conflicto es más frecuente y profundo, si bien no tan trascendente. Muchos pueblos de esa parte de los Estados Unidos se enfrentan a la alternativa de introducir elementos contemporáneos indispensables para vivir en el siglo XXI, pero sin alterar el espíritu, el zeitgeist de sus antepasados, los que colonizaron esos indómitos lugares hace más de un siglo.
Y a veces ese intento de preservación del pasado resulta funcional. Que en pleno siglo XXI puede ser útil una costumbre del XIX quedó de manifiesto hace unos días en el pueblo de Cave Creek, Arizona.
Cave Creek se precia mucho de conservar el sabor de cuando fue fundado, en tiempos en que los caballos entraban a la cantina con sus dueños, y el whiskey desempeñaba funciones de antiséptico, friega para las reumas y fungicida para pies. Y esa localidad apeló a su tradición para resolver un pequeño problema de la democracia moderna.
Resulta que en una reciente elección municipal, dos candidatos al Cabildo de Cave Creek obtuvieron la misma cantidad de votos, 660. Como hacer una segunda vuelta resultaría carísimo, el pueblo decidió recurrir a una provisión contenida en la Constitución de Arizona, y que entronca con el espíritu de quienes lo fundaron: escoger quién era el ganador por medio de naipes.
Efectivamente: los contendientes empatados concurrieron al Ayuntamiento, en donde el juez del pueblo públicamente barajó seis veces un mazo de naipes, al que se le habían quitado previamente los comodines, y puso las cartas en un sombrero vaquero. El candidato que buscaba la reelección sacó un seis de corazones; su rival, un chavalo de 26 años, el rey de corazones. Así fue como se decidió la elección. Y todo mundo tan contento.
¿No podríamos hacer algo así aquí en México? Sí, que los puestos públicos sean decididos a la carta más alta. Nos saldría infinitamente más barato, y con lo inútiles, rapaces e ignorantes que son quienes aspiran a ellos… da lo mismo uno que otro. Por sus resultados los conocéis, ¿o no?