La falta de educación y la desigualdad entre hombres y mujeres crean barreras para el bienestar de las personas.
La falta de educación y la desigualdad entre hombres y mujeres crean barreras para el bienestar de las personas.
En un mundo donde diariamente se habla de igualdad entre mujeres y hombres, de cómo han cambiado las cosas en unos cuantos años, “la realidad nos muestra que el género y la cultura constituyen barreras enormes para la salud de millones de personas”, afirma la doctora Mirta Roses Periago, directora de la Organización Panamericana de la Salud (OPS).
Es cierto que la escena no cubre todo el horizonte, pero en verdad las mujeres indígenas, afroamericanas, migrantes o desplazadas, lo mismo que las que se han convertido en jefas de hogares “están sobre representadas en los bolsones de pobreza y de pobreza extrema, pues ocupan en éstos un porcentaje mayor al que correspondería según su proporción de la población”.
Mapa de injusticia
La desigualdad impone cuotas perversas, por ejemplo, hay mujeres indígenas que sólo por serlo tienen una esperanza de vida 17 años menor que el promedio de su país, es decir, afrontan el triple de riesgo de mortalidad materna.
Roses Periago no deja escapar hechos contundentes, como el que el virus de inmunodeficiencia humana (VIH) afecta de manera muy marcada a las comunidades afrodescendientes y algunos pueblos indígenas como los garífunas. “Las madres de comunidades indígenas y afrodescendientes ven morir a sus niñas y niños dos o tres veces más frecuentemente que el promedio”.
Ella no quita el dedo de otro preocupante renglón: “La violencia contra mujeres es un problema invisibilizado en las comunidades étnicas”.
En este marco: “Alcanzar el más alto nivel de salud posible para todas las personas es un objetivo compartido por todos los países de América y que, por tanto, no debería verse afectado por el género o las diferencias culturales”, menciona.
Mundo perdido
Es evidente, advierte, que la cultura y el género influyen poderosamente sobre los indicadores de salud, “tenemos que redoblar esfuerzos para que las variables del género y de la cultura se incorporen en el diseño y operación de los sistemas de salud pública, y en las políticas sanitarias y sociales de nuestros países”.
Pero no todo son palabras, nos menciona que “nuestro plan estratégico de trabajo incluye género y etnicidad, como dos de los ejes transversales prioritarios en los que se debe enfatizar la cooperación técnica para lograr la equidad en salud. Es necesario visibilizar los problemas y ajustar el funcionamiento de nuestros sistemas sanitarios para superar la exclusión derivada del género o de barreras culturales”.
Organizaciones no gubernamentales, universidades, municipios y ministerios de salud o instituciones relacionadas, trabajan arduamente en esa dirección. La OPS organizó por segundo año un concurso para premiar las buenas prácticas en materia de igualdad de género o etnicidad en salud, donde participaron 44 proyectos de 19 países.
El proyecto mexicano fue uno de los cinco finalistas. Es del Instituto Nacional de Psiquiatría, Ramón de la Fuente, y se desarrolló en el municipio El Cardonal, Hidalgo, en beneficio de la población indígena principalmente. Surgió de un pedido de la escuela secundaria de la comunidad Hñahñu, dada la elevada incidencia de embarazos en adolescentes y la alta deserción de escolares.
El proyecto logró cambiar la percepción del embarazo adolescente de un problema individual a un tema comunitario, y además reducir a cero la deserción escolar, aumentar el número de adolescentes mujeres y hombres que optaron por seguir estudios superiores, y reducir el número de jóvenes hombres que salen del país a buscar trabajo.
