Es de gente "bien nacida" tener agradecimiento y reconocimiento a la tierra que nos vio nacer; a la Patria, que nos identifica -mexicanos en nuestro caso- y a la región del país -estado o municipio- en el que crecimos y tuvimos la oportunidad de desarrollarnos.
Así, unos más que otros, vivimos el sentimiento de apego a la tierra, caso de los laguneros, que además de amantes de la región nos reconocen como orgullosos y exagerados: magnificando nuestros aciertos -trabajadores, esforzados y alegres- y minimizando los errores -individualistas -.
Para confirmar lo anterior, baste que escuchemos los himnos de los estados federales que conforman a La Laguna o los corridos, como el de González Domene, que aunque a título de Torreón, se refiere a las tres ciudades conurbadas, con aquello de "bonito Gómez Palacio, detrás del río Nazas" o "Lerdo, el vergel lagunero…”.
Otros textos, honran a la "patria chica", caso de "Apuntes Históricos de Lerdo, Durango" de Jaime Soto Castro; o "Ensayo sobre la fundación y desarrollo de la ciudad de Gómez Palacio" de Pablo Machuca Macías; sin dejar desapercibido "El habla popular de los laguneros" de Luis Maeda Villalobos.
Pablo Ortega Mata, escribe de San Pedro de las Colonias, en su "De paisita a paisita" y denota su amor al terruño, cuando lo define como "Puerto Camaronero", sólo por mencionar alguno de los calificativos que hacen honor a nuestra fama de exagerados.
Quienes hemos tenido la fortuna de tratar a sampetrinos, conocemos del orgullo que sienten por su ciudad y escuchamos de ellos anécdotas que sabemos, en el mejor de los casos, son parcialmente ciertas, sino exageraciones o verdaderas invenciones con ingenio y creatividad.
En lo particular, yo tengo algunos amigos, compañeros de trabajo y buenos bebedores de café, que cuentan de La Vega y las caminatas en las "mañanitas de abril"; o de las grandes escuelas, forjadoras de excelentes personas, como la de Doña Leonor, oficialmente Amado Nervo; qué decir de la Escuela Oficial Josefa Ortiz de Domínguez, mejor conocida como "Lazarita"; o las fondas del Mercado Juárez, donde se come "opíparamente", particularmente con las "Güeras García", hermanas reconocidas por su buen sazón.
Entre esos amigos míos, sobresale Luis Azpe Pico, catedrático de muchas generaciones reconocido por su correcto manejo de la lengua castellana; él hace una deliciosa parodia del hablar del sampetrino, quien sentado en una de las bancas de la plaza, comenta al amigo sobre el tema de la virginidad de una coterránea: "- Oye… -¿Qué?, contesta el otro, -Ya supites?… - ¿Qué?, vuelve a inquirir el oyente. –La Lupía…. -¡Ah Dio! … –Pos sí…” y así, entre manejo de lenguaje corporal, modulación de la voz y sonidos guturales, logran crear una variante del castellano que sólo los de “mero allá” entienden claramente.
Ni qué decir de Pedro Cárdenas Méndez, otro educador, quien siempre conoce la historia que vamos a narrar y la complementa con una anécdota -cierta o no- de San Pedro, insistiendo en que es la única región de La Laguna con una extensión más grande que la del Distrito Federal, sólo que: "¡no la hemos fincado!".
El tercero, Carlos Güereca López, de cultura vasta, narra sus aventuras de niño, cuando ¡montado a caballo y a tropel!, "lazada a las altas palmillas del desierto, para doblegarlas y tomar las flores que le guisaba su abuela con tomate, cebolla y chile".
La historia de la abuelita de Rebeca Orduña Jáquez, siempre bella sampetrina, no tiene desperdicio:
Cuenta que su abuelita fue testigo de la llegada del ferrocarril a la ciudad y que en una "sillita" llevada ex profeso por los hijos, la sentaron al lado de las vías paralelas, frente a la estación cercana a La Vega, para que disfrutara al observar máquina y vagones que arribaban "bufando".
Luego de le experiencia, la descubrieron temblorosa por el pánico padecido, así que le preguntaron:
-"¿Qué tiene amá, por qué tan asustada?
-Por el animalote ése, dijo señalando al convoy.
-Pero si está re-bonito y no hace nada, le respondió el hijo intentando tranquilizarla, a lo que la señora contestó:
-Pos no me hizo nada porque venía "ansina", -señalando la orientación de las vías paralelas-, que si viene "ansina" -indicando a lo ancho de la estación- nos machuca a todos y nos mata".
Esa y cientos de historias hacen de San Pedro un lugar apetecible, que invitan a conocerlo y hasta admirarlo. No queda espacio para mencionar lugares y personas que tienen sus anécdotas que embelesan a quienes crédulos los escuchamos.
El aprendizaje debe ser para todos aquellos que dejamos -por la excusa que usted quiera- de contar historias y leyendas de nuestra tierra a hijos y nietos, que alimentan el sentido de pertenencia, orgullo por la idiosincrasia y, consecuentemente, mayor seguridad en sí mismos. Aún es tiempo de hacerlo.
Ydarwich@ual.mx