Ahora es el otoño, casi el invierno, Saltillo entristece. Un gris claro fondea el paisaje rústico y urbano, el ánimo decae y no tenemos ganas de salir a la calle. El 21 de noviembre los saltillenses despertamos con algo de frío en la ciudad. Ocho grados Celsius registraba el termómetro en una radiodifusora que da la hora, anuncia la temperatura y participa los fallecimientos de los saltillenses, igual que los diarios. Ese día fuimos estremecidos por el anuncio de la defunción, a los 86 años de edad, del reconocido acuarelista y arquitecto, don Alfonso Gómez Lara, quien nació en 1923 en la Ciudad de México, Distrito Federal.
Gran artista del pincel, Gómez Lara solía subrayar su valía intelectual, su pericia estética y su congénito humanismo con la sencillez de un respetuoso trato y una ínsita modestia. Alfonso Gómez Lara tenía sesenta y un años de vivir en Saltillo, a donde había llegado en 1948 con el equipo de amigos y asesores del senador y licenciado Raúl López Sánchez, quien poco después sustituyó en el Gobierno del Estado a don Ignacio Cepeda Dávila, trágicamente muerto el 22 de julio del año anterior.
Saltillo no era, ni con mucho, la ciudad que ahora es. Diez años antes de la mitad del siglo XX semejaba una población de reminiscencias decimonónicas, tanto en la traza como en la arquitectura urbana. Colocarla al nivel de otras localidades más modernas, como Torreón, requería grandes dosis de tiempo, influencia política, dinero, cultura, trabajo y mucha imaginación. López Sánchez poseía casi todo, menos tiempo: sólo contaba con unos cuantos meses de 1948, los años 1949 y 1950 más once meses de 1951: Eso sumaba poco más que un trienio. Fatalmente el mandato de López Sánchez culminaría el 30 de noviembre de 1951; el dinero fiscal se agotaría al paralelo de un Gobierno político; la cultura local era basta en literatura, crónica histórica e imaginario popular, pero la verdad era que en Saltillo se movía muy poco numerario, pues siempre fue una localidad pequeña y pobre, si bien soñadora y empeñosa.
Cuando era Villa de Santiago, Saltillo se sustentaba con el trabajo personal de sus habitantes a partir de actividades primarias, como la agricultura, la ganadería y años después con la policroma artesanía textil de los tlaxcaltecas, radicados en el vecino pueblo de San Esteban de la Nueva Tlaxcala. Luego ambas villas se convirtieron en importante cruce de caminos y fue un tiempo después cuando se afamó su Feria con la presencia anual de mercaderes y marchantes o parroquianos.
Al lento paso de los años se enriqueció el poblado con edificios importantes, como la trabajosa catedral de Santiago del Saltillo, la parroquia de San Esteban, la iglesia de Landín, dos que tres viejos molinos, algunos acueductos a los que el tiempo les agotaría el agua: viejas casonas, siempre mejoradas, sirvieron de sedes de los gobiernos Municipal en la calle Real y Estatal frente a la plaza Independencia; el Ayuntamiento ocupó la vieja residencia de la poderosa familia Sánchez Navarro y los diputados liberales del Congreso del Estado sesionaron en la ex capilla del Colegio Jesuítico de San Juan.
Luego empezaron a surgir algunas residencias de gente adinerada sobre las calles: la de Victoria hoy remozada, Hidalgo que antes fue la calle real, Santiago, que hoy debe ser Victoriano Cepeda o Nicolás Bravo. Otras se erigieron frente al rectángulo de la Alameda Zaragoza, y desde luego muchas escuelas, como la Miguel López, Coahuila, Centenario, Constituyentes, Venustiano Carranza, la Escuela Normal del Estado, tan bella y grandiosa que disponía de aulas para todos los niveles de la educación normalista, desde la pre escolar, la básica, la secundaria y la profesional, súmmum de la suprema enseñanza de cómo enseñar.
Desde1933 el majestuoso Ateneo Fuente ha lucido su grandiosa arquitectura sobre el bulevar Constitución, ahora Venustiano Carranza; frente al Ateneo se empezó a levantar la que podría ser la Universidad de Coahuila según el trazo de su pórtico, copiado del colegio de Santo Domingo, aunque su destino humanista cambió para preparar técnicos industriales. Y así mismo había otras dignas edificaciones, como el histórico Hotel Coahuila, derribado por su propietario, un banquero poblano, para erigir un ladrillo de ladrillos salteado de cantera que todavía sirve como banco.
Cuando a Gómez Lara se le inquiría por sus frutos profesionales, solía responder que había obra suya por doquier en Saltillo y ejemplificaba al argüir que le parecía haber construido todas las casas que ahora ocupan la tercera parte del terreno de la colonia República. Hizo más: el actual Hospital Universitario fue una construcción modernista dirigida por el propio Alfonso Gómez Lara sobre un proyecto del arquitecto Pani, amigo de López Sánchez. Y todavía algo más: preparó un par de carpetas de hermosas acuarelas con temática cien por ciento saltillense que han dado la vuelta al mundo.
Concluido el Gobierno de Raúl López Sánchez, Alfonso Gómez Lara hizo honor a la tradición de todo fuereño que se asienta temporalmente en Saltillo: aquí arraigó para siempre. Él vivió y trabajó entre nosotros durante 61 años, se aquerenció con la ciudad y se casó con dos damas saltillenses: María Saucedo y Socorrito Gallart; profesionalmente realizó una notable obra pictórica en Saltillo y para Saltillo; sus cuatro hijos, habidos en dos matrimonios, son saltillenses de pura cepa; el mayor de todos, Marco Gómez Saucedo, devino también extraordinario pintor que al igual que su padre cuenta con una meritoria obra de acuarelas y de grabados al aguafuerte. Ambos exhibieron sus obras en las mejores salas del mundo y han recibido los honores consecuentes.
Nuestro pésame a su familia. Descanse en paz nuestro querido amigo, el amigo de todos: Alfonso Gómez Lara... se fue el artista de la acuarela...