La derrota electoral del Partido Acción Nacional ha generado más resistencias que cambios en el Gobierno de Felipe Calderón.
A partir del primero de septiembre la Cámara de Diputados de México contará con una mayoría priista para convertirse en una poderosa fuerza política que podrá frenar drásticamente cualquier programa y acción del régimen calderonista.
Hasta ahora el único cambio importante realizado por los panistas fue la renuncia del ex presidente del partido Germán Martínez, cuya salida fue interpretada como un cese fulminante desde Los Pinos ante el sonoro fracaso en los comicios federales. Por si fuera poco surgió enseguida la candidatura de César Nava para presidir el PAN en lo que semeja una imposición presidencial al estilo del viejo priismo. Al momento no se observa un intento serio de renovar las filas del panismo ni de iniciar un proceso de cambio, vaya, ni siquiera existe ánimo de reflexionar sobre las causas de la derrota y sus soluciones para evitar el regreso del PRI a Los Pinos en 2012.
Felipe Calderón y sus principales colaboradores o están todavía atontados por el descalabro o de plano se han cegado a una clara realidad: los electores castigaron al panismo y optaron por un partido que ya dejó en la ruina al país y a los mexicanos. Así de mal verán los votantes al PAN que prefirieron irse con tan controversial partido.
Se extraña que a estas alturas ni el presidente Calderón ni los principales líderes del panismo hayan lanzado un llamado para sacudir la estructura y las entrañas del blanquiazul a fin de renovarlo y adaptarlo para las siguientes contiendas.
En cambio todo mundo ha permanecido a la expectativa con excepción de un grupo de notables que se opone a la designación de César Nava como nuevo presidente del PAN.
Curiosamente una situación similar, pero con actores invertidos, ocurre en un estado norteño mexicano en donde el PRI se resiste a aceptar su derrota y culpa de ello al IFE, a los medios de comunicación y a los excesos en los gastos de propaganda de un partido.
Hablamos del estado de Sonora en donde el PRI perdió la gubernatura y las principales alcaldías de la entidad, entre ellas Hermosillo, Obregón, Nogales y Guaymas, porque la ciudadanía se hartó de los excesos y de la insensibilidad de los políticos del tricolor.
El gobernador priista Eduardo Bours, promueve una intensa campaña para impugnar la victoria del panista Guillermo Padrés, cuando a estas alturas su papel como máxima autoridad sería aceptar la derrota y convertirse en un líder del cambio de su partido.
Bours prefiere tomar el papel de víctima cuando podría asumir el rol de promotor de la democracia como lo hizo el presidente Ernesto Zedillo en el año 2000 al reconocer la voluntad de los electores a favor de Vicente Fox y la derrota de Francisco Labastida. Nadie recuerda a Zedillo como el causante de la derrota del PRI, en cambio se le reconoce como un estadista que impulsó a México hacia la transición democrática.
Calderón como presidente de un país inmerso en una severa crisis económica y social requiere convertirse en un político visionario que gobierne para todos.
Ser el operador de su partido y de las fracciones panistas en el Congreso significa bajar a un puesto y responsabilidad que no le corresponden y menos ahora cuando México requiere de grandes cambios políticos, económicos y sociales. Nada fácil será para el Gobierno mexicano lidiar con un Congreso opositor, pero será mucho peor si los panistas no aceptan con humildad y decoro esta nueva realidad política. Lo mismo ocurrirá en Sonora si el Gobernador Bours se obstina en desconocer la voluntad de los electores quienes claramente se manifestaron en contra del partido en el poder. Son circunstancias muy distintas, pero a final de cuentas el meollo es el mismo: el poder ciega a los políticos y les impide ver la necesidad de cambios.
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